Lassalle, el “enxaneta” del “castell” de la Diada madrileña
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En Madrid, donde la derecha gobernante tiene toda la industria del espectáculo en manos de catalanes, apenas se reunieron dos docenas de hijos espirituales de don Pompeyo Gener, el sabio que achacaba al aire pobre en argón de la meseta la idiotez madrileña, para bailar ese baile de conjunto, con movimientos y compases de ejercicio militar, que es la sardana.
–Hace veinte años, algunos naturales del Ampurdán solían reunirse los domingos en cierta calle de Barcelona para bailar la sardana, y los barceloneses se morían de risa contemplando el espectáculo de su futuro baile nacional –contaba Julio Camba en un artículo de 1931 que le prohibió la República.
Los “segadors” madrileños fueron a bailar su sardana a la plaza de España, salvada por el COI de pasar a llamarse plaza del Mundo, como pretendían los manolos moranes de Alejandro Blanco, que en su olímpico “Bienvenido, Mr. Marshall” también pensaban cargarse la plaza de Las Ventas y el estanque del Retiro.
Sardana, pues, en la plaza de España, bajo la estatua de Don Quijote, que, como sabemos por el Institut Nova Història, es catalán, como Cervantes, que se llamaba Servent.
A la conmemoración se sumó Lassalle, el diletante secretario de Cultura, dispuesto a ser el “enxaneta” del “castell” de la Diada madrileña, para lo cual nombró al director del Liceo, Matabosch, director del Real, en sustitución del divino Gerry Mortier, cuyas locomías han hecho las delicias del aleteante público operístico de la capital.
–Habrán oído de todo sobre mi persona –decía Mortier–. Incluso que soy un terrorista del teatro moderno. Me gusta, no les voy a decir lo contrario.
Bueno, pues a la calle Mortier para dejarle el hueco a Matabosch, otro catalán moderno que nos modernizará la ópera como Abella nos moderniza los toros (haciéndolos desaparecer) o Boadella los teatros del Canal, después de que Gas nos modernizara los teatros del Ayuntamiento.
Y nos da risa la sardana.