lunes, 2 de septiembre de 2013

Muerte entre las flores






Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Lo serio del fútbol empezó con la Supercopa de Europa, que vimos con el moscardón de Martín Vázquez en la oreja, cuando ese partido merecía la música de Burwell en “Muerte entre las flores”, de los Coen, con el sombrero volando entre dos bosques (pinos negros y abedules blancos) de Praga.

  

De Mourinho (como de Klopp) me sigue fascinando la energía que desprenden sus equipos, ese zumbido de cable de alta tensión que a su paso oxida los espacios.
    
¿Qué importa que la potra y un árbitro sueco (compárense las acciones de Ramires, el viernes, en el Eden Arema con las de Gurpegui, ayer, en el Bernabéu) torcieran la historia?
    
Para casos así escribió Lucano, que era cordobés, como Matías Prats, y casi de la misma quinta, la línea que más intrigara a Borges:
    
Victrix causa diis placuit, sed victa Catoni.
    
Esa línea está escrita en latín, que era la lengua de la gente antes de que un ministro de Franco, Solís, otro cordobés, decretara su abolición al grito de “más fútbol y menos latín”.
    
Volcado a nuestro tiempo, el latinajo de Lucano, que pertenece al canto primero de la “Farsalia”, dice que la causa del vencedor fue grata a los dioses, pero la del vencido, a Catón, lo que significa, según Borges, que un hombre puede tener razón contra el universo.

    Mourinho, cuyo retrato debe de estar en muchos congeladores españoles, fue a morir entre dos flores: la de los alemanes, que es una “edelweis”, y la de Guardiola, que es una “rosella”. Mala noticia, porque nos desempolva la maldición de Lineker, pero estropeada: fútbol es una cosa que juegan diez contra once y al final ganan los alemanes, que son los once.

    Mientras, en el Bernabéu, el Madrid tira de herencia de Mou, que no es Isco, el favorito de los piperos: tiene algo de Burrito Ortega, como el arqueo de piernas, fruto, quizás, de volver del colegio a casa dando patadas a un bote, ¿y qué pipero no se ha visto de niño en el Madrid sólo con darle patadas a un bote?
    
Ayer, contra el Bilbao, que es una ruina de Bielsa, el “hereu” fue Modric, el chico que hace menos de un año recibía los pitos de un piperío persuadido por los medios de que le estaba quitando el curro a Cazorlita, el Paquirrín de La Roja.
    
Pero Modric es (y era) muy bueno, y sobre todo, muy listo, pues le ha pillado al público el mecanismo del aplauso que no encuentra Benzema: dos o tres carreras innecesarias, que son las que se ven, por partido. Con eso sobrellevó Raúl una decadencia de tres o cuatro años, y Rosa Díez (trasladada la demagogia de las carreras inútiles a la demagogia de las frases no menos inútiles) podría decidir en el futuro un gobierno.
    
La mayor ovación que yo he visto a Cristiano, cuyas bicicletas son saludadas con un runrún de censura, fue por una de esas carreras a ninguna parte.

    Los públicos sobrellevan la adulación peor que los individuos: en Las Ventas le dieron a un tipo las dos orejas sólo por salir a la arena con el estoque de verdad, pudiendo llevar el simulado.

Monte Alto, La Coruña

BALE Y OBAMA
    Se nos fue el fin de semana apostando por quién comparecería antes, si Bale o Obama. Ganó Obama, pésimo actor de sus emociones, que me pareció una mezcla de Eddie Murphy y Nick Nolte (“Límite 48 horas”) tratando de interpretar un Hamlet con la calavera de Alfred Nobel en la mano. ¿Y Bale? Todo cuanto rodea a ese muchacho parece sacado de “Carros de fuego”, y, yo de Florentino Pérez, una vez cerrada la operación financiera del fichaje, contrataría a Evángelos Odiseas Papathanassiou para un arreglo del “Nessun dorma” que amenice la presentación del carro de fuego galés.