Autopista hacia el cielo
(Colección Look de Té)
Jorge Bustos
"Carlinhos Brown, Macaco y Manu Chao se han encerrado para calcular cuántas batucadas hacen falta para evitar la intervención en Siria", anuncia un genio de Twitter, que también los hay. Los portaaviones británicos y americanos navegan hacia la costa siria, aunque no necesitarán acercarse demasiado porque van equipados con unoh cohetitoh –que decía el añorado Hugo– de largo alcance, vuelo bajo y un olfato especial para encontrar y volatilizar santabárbaras de tirano mediterráneo. Suenan tambores de guerra, señores, y el djembé urgente de cantautor comprometido no parece que vaya a lograr asordinarlos.
Dado que aducir la conveniencia de amortizar los presupuestos de Defensa anglosajones –“En algún momento tendremos que usar esos misiles tan caros que fabricamos, oiga”– no parece satisfacer las ansias infinitas de paz de cantautores y demócratas en general, pasamos las horas prebélicas enzarzándonos en torno a la justificación o no del casus belli. No es nada original; quizá constituya de hecho el pasatiempo más antiguo del hombre junto a otro igual de cansado y sólo a veces más entretenido. El uso de armas químicas por parte de Asad contra su población entra de lleno en el catecismo de declaraciones de guerra visado por el sínodo neoyorquino del padre Ban Ki-moon, quien sin embargo aún ruega "una oportunidad a la paz", como si Asad se la hubiera concedido a su desdichado pueblo. Gasear a ancianos y niños como traca final –y traca literal– de un año de vesania genocida soslayada por Occidente ha facilitado a Obama la decantación de su duda hamletiana como príncipe de la paz, título expendido por Estocolmo. Para el comisario de la policía del mundo ha llegado la hora de desempolvar el adagio romano: si vis pacem para bellum –traducimos para Alfred Bosch: "Si quieres la paz prepara la guerra"–, a ver si nos lavamos la conciencia por un año de avestrucismo culposo.
Dado que aducir la conveniencia de amortizar los presupuestos de Defensa anglosajones –“En algún momento tendremos que usar esos misiles tan caros que fabricamos, oiga”– no parece satisfacer las ansias infinitas de paz de cantautores y demócratas en general, pasamos las horas prebélicas enzarzándonos en torno a la justificación o no del casus belli. No es nada original; quizá constituya de hecho el pasatiempo más antiguo del hombre junto a otro igual de cansado y sólo a veces más entretenido. El uso de armas químicas por parte de Asad contra su población entra de lleno en el catecismo de declaraciones de guerra visado por el sínodo neoyorquino del padre Ban Ki-moon, quien sin embargo aún ruega "una oportunidad a la paz", como si Asad se la hubiera concedido a su desdichado pueblo. Gasear a ancianos y niños como traca final –y traca literal– de un año de vesania genocida soslayada por Occidente ha facilitado a Obama la decantación de su duda hamletiana como príncipe de la paz, título expendido por Estocolmo. Para el comisario de la policía del mundo ha llegado la hora de desempolvar el adagio romano: si vis pacem para bellum –traducimos para Alfred Bosch: "Si quieres la paz prepara la guerra"–, a ver si nos lavamos la conciencia por un año de avestrucismo culposo.
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