jueves, 15 de agosto de 2013

Por fin llegamos a Deadwood

 Hierba y asfalto

José Ramón Márquez

Después de tanto maíz, de pronto entramos en los herbazales de South Dakota. Esto ya sí que es el auténtico Oeste de horizontes inmensos, que parece que en cualquier momento pueda aparecer Alan Ladd con su caballo.

Vamos hacia las Badlands, las malas tierras, que es un paisaje de cárcavas erosionadas por el agua y por el viento, tierra pobre y suelta que crea cañones y barranqueras, un laberinto árido y fascinante. Por aquí pasó en sus últimos días, viejo, enfermo y desmoralizado, el jefe Big Foot camino de Wounded Knee, donde se daría el último episodio de las guerras indias. La verdad es que todo el territorio está señalado por hitos que marcan las gestas de los pioneros o las incontables derrotas de los indios. Por doquier les dieron a los pieles rojas la del pulpo. Después partimos hacia las Black Hills donde se les había confinado, aunque eso duró poco, pues se encontró oro y hubo que volver a echarlos. La verdad es que en esta película los indios siempre están de más.

Primero pasamos por Hill City, ciudad minera, con su Museo del ferrocarril y su ferrocarril de vapor para hacer un recorrido, luego Deadwood, donde asesinaron a Bufalo Bill, que está aquí enterrado junto a Calamity Jane, bandolera que llegó a la ciudad al mando de una caravana de prostitutas. Las dos ciudades se crearon con la llegada de aventureros en pos del oro de las Black Hills. Deadwod llegó a tener el récord de un muerto al día. Hoy es el título de una serie de TV que, más o menos, recordaba aquellos sórdidos tiempos del último cuarto del siglo XIX. Luego vamos a Sturgis, el paraíso del motero, que en estos días de agosto se juntan por allí más de quinientos mil, con Harley-Davidson de todas las formas imaginables .Hoy todo está resultando la mar de cinematográfico,con Hitchcock en el Monte Rushmore y después, ya en Wyoming, con Spielberg en la Torre del Diablo, donde Truffaut se comunicaba con los extraterrestres a base de sonidos y colores.

En Wyoming -¿por qué elegiría el memo de Monzón ese apodo?- lo que más hay es terreno, y lo que menos, personas. Enormes ranchos de ganadería extensiva, directamente salidos del celuloide más querido, exactamente así. Además hay pozos de petróleo, como en La Lora, pero dando más producción, y minas de carbón, como en Asturias, pero dando más producción. Al cabo de un buen rato se empiezan a dibujar en el horizonte las primeras montañas desde que comenzó el viaje, son las Montañas Bighorn. Entramos hacia ellas desde Sheridan, por el este, como quien dice aquello es Los Alpes; salimos por el Oeste, hacia Greybull, al puro desierto, una franja verde, como el Nilo, por donde discurre el Shell Creek, para acabar en Cody, el pueblo donde nació Búfalo Bill que, como es sabido, recaló con su circo del Wild Wild West en Barcelona, donde falleció uno de los indios que le acompañaban sin que haya quedado claro si el óbito del guerrero se debió a su intolerancia hacia la butifarra amb mongetes.
 
En un sólo día he visto más bichos en el campo que los que he visto en toda mi vida por las carreteras de España. El premio a la tolerancia se la llevan unos venados paciendo amablemente y sin sobresalto alguno del césped de una casa: el sueño de Disney comienza a hacerse realidad.

 Malas tierras

 Rushmore

 Medidas

 Deadwood

 Rancho

 La Ponderosa

 Esperando a Trufautt

El Oeste