El espíritu de Casillas
El espíritu de Carletto
Hughes
Abc
Cómo estará España para que ni Casillas pueda decir que tiene el puesto fijo. La precariedad se extiende y llega hasta los mitos. De Ancelotti, seamos sinceros, pocos esperaban que mantuviese el criterio en portería, pero lo que ya era inimaginable es que fuera a convertir al Madrid en una franquicia del toque barcelonés.
En un equipo repleto de mediocentros defensivos, Carletto decidió que se puede prescindir perfectamente (al menos en Los Cármenes) de esa figura que llegó a su expresión más estrambótica en Flavio Conceiçao y que luego se le peleó tanto a Capello (recordemos los fantásticos Emerson y Diarrá). Es decir, que Carletto sigue con cosas de Mou, pero sin mourinhismos y renueva lo italiano como un Capello sin capellismos. ¡Es perfecto don Carletto! ¡Hemos cuadrado el círculo con Ancelotti!
El caso es que el fútbol del Madrid se hace raso, hermoso en instantes fugacísimos (es como pescar), conservador pues conserva balón y posición, pero aún es lento, previsible y muy dependiente de las conducciones. Hubo un momento en que en el campo pareció darse la tan extraña geometría del rondo (¡epifanía!), pero gran parte del juego lo creaba Di María, que quizás esté pensando en agarrarse a lo de la meritocracia para discutirle el puesto a Bale.
Pero el toque toque que decía Parrado, llamado ahora tiquitaca, exige una tensión y unos automatismos que no son cualquier cosa. Mucho nos tememos que este Madrid acariciador haya de pulir mucho sus maneras para resultar convincente y que no se produzca el que siempre fue defecto del equipo: partirse. El flato táctico en que defiendan cuatro y ataquen los demás. Ya en el primer partido de liga los de arriba corrían sólo en ataque (parecían los One Direction). Un equipo es bueno, juegue a lo que juegue, si no se parte. Casillas lo miraba todo vestido de naranja. Puede tirarse un año vestido de butanero (Orange is the new black), ganar en los entrenamientos a quien parece más alto, más rápido y más fuerte o irse. De hacerlo, miles de pósters se arrancarían con el dolor con el que se arrancan las tiritas.