Abc
En la antigüedad la honra se ocupaba de los asuntos de cintura para arriba, y la honestidad, de los asuntos de cintura para abajo.
Hoy todo es lo mismo, y un madrileño se tiene por honesto y honrado sólo con salir a la calle con “shantis” o “chubbies” y en chanclas, o sea, enseñándolo todo, incluidas las uñas, símbolo de la codicia, con esos hongos que bailan el “moonwalk” como pidiendo a gritos crema del doctor Scholl.
Madrid es una ciudad policial para la cosa de las costumbres (multas salvajes por beber, por fumar o por cantar), y esta indumentaria es la forma que tiene el madrileño de decir, a la policía, que no lleva nada encima, y al vecino, que es honrado.
Por lo que tengo observado, detrás de tantos “chubbies” y chanclas del madrileño común lo que hay es cierto polvo de estrellas, es decir, narcisismo aprendido en los festejos del orgullo gay, aunque esto nos llevaría al Freud que, “cuando los rojos no llevaban sombrero”, dijo en Nueva York: “¡Ah...! ¡La vida es un sombrero nuevo!”
Pero aquí el tertuliano ya no se conforma con un sombrero nuevo: quiere un gobierno nuevo, aprovechando los apuntes de Bárcenas.
Este sentido reverencial del dinero que saca a relucir el tertuliano es una cosa protestante con la que, allá por los 30, don Ramiro de Maeztu dio mucha lata en “El Sol”.
El tertuliano es católico por dentro y protestante por fuera, protestantismo de pose que lo lleva a escandalizarse cuando descubre que, para llegar a fin de mes, los partidos, lo mismo que los paisanos, pegan toques que luego no declaran.
¿No habíamos quedado en que los partidos son los genuinos representantes del pueblo?
¿No era Madoff contribuyente del partido de Obama?
Gonzalón cayó por llevarnos a la cárcel de Guadalajara; Aznar, por llevarnos a la guerra; Zapatero, por llevarnos a la ruina…
¿Hay que tirar al gobierno por los apuntes de Bárcenas?
Como protestante, sí, pero a condición, como católico, de que no venga otro gobierno.