Pedro Ampudia
Fue una segunda adolescencia. Un recuperar el gusto por el fútbol y sus calles adyacentes que habíamos perdido en medio de carruseles, sanedrines y programas de madrugada con olor a naftalina y coñac barato. Volvimos a ser jóvenes airados, chicos rebeldes, beatniks en un Frisco virtual con compañeros de viaje que íbamos encontrando en el camino. Había llegado José Mourinho para abrir las ventanas y regenerar el aire viciado y espeso, grasa y sudor, perfumes de droguería y palillos en la comisura de los labios. Veníamos de un fútbol funcionarial y triste, atenazado por las convenciones, secuestrado por gañanes a las órdenes de señoritos con intereses espurios. Veníamos de un madridismo acogotado y triste, que rumiaba las derrotas más indecorosas y vivía las victorias con vergüenza y sentimiento de culpa. Mourinho nos hizo recuperar el orgullo, la historia y las esencias verdaderas alejadas de los falsos profetas de un señorío impostado que no perteneció jamás al Real Madrid. “Señorío es morir en el campo y no filosofía barata”. José Mourinho traspasó lo futbolístico y puso a todo un país frente al espejo. Y vimos un país anclado aún en los mismos vicios del pasado, con sus mismas miserias y defectos. La España de la envidia y la molicie, de la soberbia mal entendida y la humildad más falsa, la del conchaveo y el amiguismo, la de un patrioterismo asentado en la ignorancia y el odio al diferente. Hemos pasado del “que inventen ellos” al “no hace falta que vengan de fuera a inventar nada”. Es el casticismo del casticismo. Mourinho fue el pedal de distorsión en una melodía que ya sonaba rancia, la granada sin anilla en el agujero del culo de los mediocres, el hombre nuevo en un reino de porteras. Y también hubo fútbol. Claro que hubo fútbol. Tormentas eléctricas de fútbol salvaje. Riadas de fútbol primitivo que nacía extrañamente de sofisticadas estrategias. Fútbol frenético que desesperaba a los realizadores de televisión. Fútbol en cascada, bucles de fútbol, viento huracanado de fútbol, bombardeos psicópatas de fútbol. Violenta velocidad y armonía en el caos. Fueron años de sensaciones y piel. De matildismo y malditismo a partes iguales. El adiós de Rimbaud.
“Sí, la nueva hora es al menos muy severa.
Ya que puedo decir que he alcanzado la victoria: el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros llenos de pestes se calman. Todos los recuerdos inmundos se borran.
Hay que ser absolutamente moderno”.
“Sí, la nueva hora es al menos muy severa.
Ya que puedo decir que he alcanzado la victoria: el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros llenos de pestes se calman. Todos los recuerdos inmundos se borran.
Hay que ser absolutamente moderno”.