Abc
Placeado en “La Razón” y en “El Mundo”, David Gistau llega al ABC.
–Aquí se viene a escribir –parecen decirle a uno siempre las estatuas del Paseo de las Estatuas del ABC, que en la calle de Serrano eran terribles, con su cosa de cripta de Pombo y su pura soledad: la que le llega siempre al buen escritor en España y que es condición segura de su modesta bondad, de voto, ay, de pobreza final, salvando su disparidad como única riqueza.
A esa soledad de Pombo llegan, decía Ramón, los sencillos y los locos, esos locos españoles que son los últimos románticos de España y que tienen un seguro instinto de orientación en su locura.
–¿Qué tengo que escribir? Lo que ocurra. ¿Y si no ocurre nada? Lo que se le ocurra.
Anima descubrir los malos ratos que en el ABC pasaron escribiendo Pemán, Ruano o Wenceslao Fernández Flórez, a quien las señoras finas llamaban “Wenceslado”.
Para Fernández Flórez lo más difícil del artículo era el tema. En escribirlo echaba hora y cuarto, hora y media, si el artículo era bueno; si era malo, más.
–Cuesta mucho trabajo y por eso sale malo. Yo le decía a don Torcuato que me debía pagar muy bien los artículos malos y que los buenos se los regalaba.
Pemán creía no servir para periodista, pues no sabía espumar las primeras cucharadas en el suceso del día. Su secreto fue acariciar al estilo, como a un perro, para que moviera con gracia (gaditana) y dignidad (romana) la cola.
Y Ruano dio en el ABC con un tipo de artículo que no hacía nadie ni antes habían hecho: de hecho, el artículo es el “dry martini” de su generación.
–Yo creo que la suma aspiración de un articulista de diario matutino debe ser que no lo lean a uno, al ver su firma, durante el desayuno, sino que el lector se marche a su oficina, encargando a su mujer: "No me pierdas el diario, que quiero leerlo esta noche".
Que es como uno leyó siempre a los articulistas del ABC. Y de los de afuera (hasta hoy, que ya está adentro), a David Gistau.