Lyndon B. Johnson
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Un caso del fútbol ha puesto de manifiesto el garantismo de nuestro sistema de justicia, envidiado por el mundo entero.
Cioran, el rumano favorito de Savater, tiene dicho que toda palabra es una palabra de más, y eso es así, salvo en vergüenzas.
Sergio Ramos, central del Real Madrid, dijo al árbitro en el Bernabéu “sinvergüenza”, que constituye insulto, y le cayeron, de entre cuatro y doce partidos, cinco.
Valdés, portero del Barcelona, dijo al árbitro en el Bernabéu “no tienes vergüenza”, que constituye menosprecio, y le han caído, de entre uno y tres partidos, cuatro.
La vergüenza judicial tiene poco que ver con la “vergüenza zoológica” de Valle-Inclán.
Vergüenza zoológica sería la del firme hispanista John Carlin, que en jornada electoral tuiteó: “Elecciones en paz en país vasco y persona más responsable que nadie para que así sea en la cárcel, por violento. Qué país...qué vergüenza...” Doce partidos.
No así la vergüenza de Morante de la Puebla, que sería una vergüenza artística, como de corza, y muy española, por lo que tiene de pelusa, cuando dijo: “Es una vergüenza que le hayan dado la Medalla de Bellas Artes a Rivera, pero no por Rivera.” Tres partidos.
Para eludir el reglamento comentado de don Pedro Escartín en lo que a sinvergonzonerías toca, el gran Pepín Cabrales inventó el término “nolaco”.
–¿Vergüenza? No-la-conoce.
¿Cuántos partidos le caerían en un país serio al diputado comunista Garzón, que sostiene que “La Deresha” construye Metros para tener al obreraje viajando por túneles como los topos y así poder pasear ella en Audi por las calles?
Ese orate tiene una nómina estatal por decir bobadas sin gracia, mientras miles de andaluces ingeniosos se consumen en el paro. Pero la Democracia lo mantiene por la misma razón que Lyndon B. Johnson mantuvo a John Edgar Hoover:
–Es mejor tener a ese individuo dentro de mi tienda meando hacia fuera, que fuera de mi tienda meando hacia dentro.