Benedicto XVI en Compostela
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Benedicto XVI lo deja el 28 de febrero, día de la patria andaluza de Blas Infante, que era musulmán.
El otro musulmán andaluz con cierta “percha periodística” es Rodrigo de Triana, que se pasó a Mahoma al ver que Colón nunca le pagaría la recompensa prometida por gritar “¡Tierra a la vista!”
Pobre Papa, en manos del periodismo.
–En nuestra redacción era suficiente conocer tres de los Diez Mandamientos para estar considerado como un experto en Teología –dice Peter Seewald, el periodista que mejor ha conocido a Joseph Ratzinger.
Eso explica la eclosión de tamayos y vidales en los papeles, mientras el mundo permanece en vilo a la espera del dictamen de los todólogos de Jordi González.
Seewald habla de Alemania, en cuyos medios se solidificó una letanía posmoderna que ponía bajo sospecha todo lo que tenía que ver con la fe… cristiana.
–Especialmente severo era el juicio sobre la Iglesia católica: estaba prohibido, so pena de extremo desprecio, ver algo bueno en ella.
Pero Seewald entró en la cueva de la antigua Inquisición para tomarle el pulso al Gran Inquisidor mismo, el cardenal Ratzinger, único eclesiástico desde el cardenal Richelieu –su fundador– en ser miembro asociado de la Academia Francesa.
Me fascina la escritura de Raztinger: su inteligencia para “invitar a otros a entrar en el sentido”.
Todos sus escritos destilan una inquietante belleza intelectual.
Desde luego, parece osado suponer que nuestros antepasados se dejaron engañar porque, a diferencia de los que disponemos de TV, eran demasiado tontos para reconocer el engaño.
¿Por qué lo deja Benedicto XVI?
En su consagración episcopal, Joseph Ratzinger escogió dos símbolos: la concha, signo de los peregrinos, y el oso que, según la leyenda, despedazó al caballo del santo Corbiniano, y fue cargado con el fardo del caballo.
–El oso convertido en bestia de carga contra su voluntad, ¿no es una imagen de lo que debo ser y de lo que soy?