sábado, 19 de enero de 2013

Me gustó verte llorar, Soraya

Centauro del desierto
(Colección Look de Té)
 

Jorge Bustos

El precio de quedarse solo defendiendo las lágrimas de Soraya es altísimo en una España a la que no queda un centímetro de piel sin callo. Encallecidos porque no nos pagan, porque no nos contratan, porque nos exprimen a impuestos, porque tenemos que tolerar a mafias aldeanas con tratamiento periférico de muy honorable, porque nos han robado del primer concejal al último tesorero del partido de la propia vicepresidenta primera del Gobierno. ¿Y ante este lienzo de El Bosco nos rompe usted a llorar, mientras anuncia un plan público para cobijar a pobres diablos a los que usted pretende igualarse declarando, desde el atril de su áulico poder, que “nos puede pasar a cualquiera”? Vamos, oiga, no nos joda.

Esta es la reacción natural, españolísima, y al que la siente bullir dentro de sí yo le comprendo perfectamente. A uno, en cambio, le ha gustado mucho ver llorar a Soraya. Y no apelo a trasnochadas nociones de caballerosidad, ni a la disculpa por estrés de quien se emocionó tan obscenamente que obligó a Ana Pastor a desviar la mirada y sacó simétricas lágrimas al rostro perennemente broncíneo de Ana Mato. No, Soraya no actuó, sino lo contrario: prescindió por una vez del papelín de gabinete y se enredó en balbuceos sin mucho sentido pero completamente honestos. A mí me gustó ver por fin a un político llorando sin más la pena colectiva de esta España miserable que no yace en su duradera postración debido a la intolerable corrupción de la casta política, como dicen los tertulianos que nunca han roto un puto plato en su vida, sino más bien por la culpa general de un pueblo inculto, pícaro, tramposo y vago.

Yo creo que Soraya no es inculta ni pícara ni tramposa ni vaga, y ya con eso me parece muy superior al español medio que le dirige críticas de palillo en boca –con todo derecho, repito– frente al televisor. Yo, señores, no creo en ninguna ideología ni en ningún partido sino en la estricta valía individual de las personas sin club y sin misión, aunque respeto a los abnegados que deciden servir a una. La voz de Soraya se quebró en el exacto momento en que recorría las palabras “por España”, “por su familia”, “por su gente”, vean el vídeo. Son tres conceptos –el primero bien que un poco desvaído ya– por los que todavía vale la pena emocionarse, o al menos por los que vale la pena tolerar la emoción puntual de los demás, dirijan o no el Centro Nacional de Inteligencia (Emocional).
Por mí llore usted lo que le dé la gana, señora Sáenz de Santamaría. No se pasa uno la vida pidiendo humanidad al político para escandalizarse cuando una vez se le cae la máscara del rigor y de la asepsia. Lo cual no le ahorrará que me cisque en la política que usted está bendiciendo, porque otros, sin llorar, seguimos jodidos a diario.