Lya de Putti en hombros
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Por lo que le llevamos visto, 2013 es como 2012, pero con la camiseta de Adán, el portero que emocionó a Spielberg sustituyendo con el número 13 a Casillas.
–A las uvas invita Casillas, que para eso sale por ellas en todos los córneres –tuitearon cuando Imanol Arias y Anne Igartiburu daban las campanadas.
Bien. No sólo de mujeres vive el hombre (y no sólo de ellas muere, añadiría Ruano), pero Anne Igartiburu no es Lucía Echebarría.
¡Los hombros desnudos de Igartiburu en la noche más palurda del año en la Puerta del Sol!
Una mujer es siempre un pretexto, y yo envidié el pretexto que en Anne encontraría para su crítica de TV mi dilecto Hughes.
Me sorprendió el encogimiento (y no de hombros) de Arias, con su cara de querernos decir lo pequeños que somos y lo encogidos que vamos bajo los hombros de Igartiburu, en cuya ceja busqué yo ese peligro de la fascinación de las mujeres a quienes, al decir de Ruano, se les queda la ceja alta cuando se les besa en el hombro desnudo.
La ceja, ay, de Lya de Putti, que en el cine se repartió la fatalidad femenina con Greta y con Marlene y que murió ahogada con un hueso de pollo, como Igartiburu compartía fatalidad campanera (la fatalidad del número 13) con Arias y podía morir ahogada con una pepita de uva.
Pero el labio férvido de Arias no alcanzó al hombro griego de Igartiburu.
–La TV está muerta –le digo, por animarlo, a Miguel, barman de “Colosimo’s” (se supone que réplica del bar de Big Jim Colosimo en Chicago), a quien los guardias del vicealcalde Villanueva han retirado el televisor por exceso de pulgadas, que a estas cosas se dedica el Ayuntamiento.
De la TV ya sólo quedan las ruinas de Deadwood (y de todas las series HBO) y ese Partenón arquitectónico de los hombros de Igartiburu, por cuyos mármoles pantélicos resbalaba la lluvia (el mosto de las doce uvas) que ha de fertilizar nuestro 13.
Que esa mujer (¡fuera Saucas y Sanchises!) nos lleve (a hombros) hasta la Décima.
Una mujer es siempre un pretexto, y yo envidié el pretexto que en Anne encontraría para su crítica de TV mi dilecto Hughes.
Me sorprendió el encogimiento (y no de hombros) de Arias, con su cara de querernos decir lo pequeños que somos y lo encogidos que vamos bajo los hombros de Igartiburu, en cuya ceja busqué yo ese peligro de la fascinación de las mujeres a quienes, al decir de Ruano, se les queda la ceja alta cuando se les besa en el hombro desnudo.
La ceja, ay, de Lya de Putti, que en el cine se repartió la fatalidad femenina con Greta y con Marlene y que murió ahogada con un hueso de pollo, como Igartiburu compartía fatalidad campanera (la fatalidad del número 13) con Arias y podía morir ahogada con una pepita de uva.
Pero el labio férvido de Arias no alcanzó al hombro griego de Igartiburu.
–La TV está muerta –le digo, por animarlo, a Miguel, barman de “Colosimo’s” (se supone que réplica del bar de Big Jim Colosimo en Chicago), a quien los guardias del vicealcalde Villanueva han retirado el televisor por exceso de pulgadas, que a estas cosas se dedica el Ayuntamiento.
De la TV ya sólo quedan las ruinas de Deadwood (y de todas las series HBO) y ese Partenón arquitectónico de los hombros de Igartiburu, por cuyos mármoles pantélicos resbalaba la lluvia (el mosto de las doce uvas) que ha de fertilizar nuestro 13.
Que esa mujer (¡fuera Saucas y Sanchises!) nos lleve (a hombros) hasta la Décima.