Lassalle
A poco de ser nombrado Secretario de Estado, un amigo mío se encontró con Lassalle en el bar del Congreso. Portaba bajo el brazo un libro de iniciación a la tauromaquia, ‘Bullfighting for dummies’
José Ramón Márquez
Ahora, tarde, mal y nunca, salen con que no se les había olvidado lo de la medalla de oro al mérito en las bellas artes taurinas. Que no se les había olvidado, joé, que lo que pasa es que había unas causas circunstanciales en la tramitación del expediente y, lo que son estas cosas, que precisamente el expediente que tenía todas esas causas circunstanciales era el de las bellas artes taurinas, es decir culturales y taurinas.
Dirán que se les había olvidado una póliza y lo mismo igual tienen razón, pero esto a lo que huele es a que habían pasado a mil por hora de la cosa cultural taurina y que cuando se produjo un clamor señalando el olvido han echado mano de lo primero que tenían a mano para justificarse, y ahí como es bien sabido sólo caben dos alternativas: o ha sido un fallo informático o bien falló el ingreso en papel de pagos al Estado, causa circunstancial.
Algunos dirán que detrás de este zascandileo anda Wert, y es fácil echarle la culpa por ser un nombre facilísimo de escribir, al estar las cuatro letras que lo forman colocadas sucesivamente una tras otra en el teclado, pero yo creo que eso no es cosa de él, que bastante tiene el hombre con andar defendiendo esa monstruosidad de pretender que si alguien quiere estudiar en español en Cataluña pueda hacerlo. Wert, el hombre, aparte de otras cuitas que la razón no comprende, bastante tiene con su quijotesca lucha contra el dragón de Jorge de Capadocia -vernáculo Sant Jordi-, de la intromisión de lo público en los derechos privados, como para estar pensando en verónicas de alhelí, máxime cuando tiene en la Plaza del Rey, en el solar del antiguo Circo Price, a todo un señor Secretario de Estado con toda su barba para que allí no pasen cosas raras.
Y el señor secretario de Estado, que se apellida Lassalle, no como el La Salle que fundó el Instituto de los FSC (Fratres scholarum christianorum) y murió en loor de santidad, sino como el Lassalle que fundó el Partido Obrero Socialista de Alemania y murió en un duelo, es el que zascandileando, le mete los problemas en casa a su patrón en la cosa cultureta, que lo mismo se monta una pifiada con lo de darle el dichoso premio a un tío humilde que tiene dicho que él no acepta otro premio que el Nobel, que pasa a mil por hora de poner en la lista a los de la tauromaquia, ahora precisamente que ya están pastoreados en Cultura.
Llama la atención que desde la Casa de las Siete Chimeneas, lugar favorito de Daja Tarto y del general Aranda para sus tenidas espiritistas, en esta fiebre de premiar que es tan cara a la democracia española, hayan salido premios a porrillo tan bien orientados, que esto es un clamor: a Juanillo Cruz el Nacional de Periodismo, premio que nunca le habrían dado a Julio Camba; a Caballero Bonald, el Cervantes, premio que jamás le habrían dado a Cervantes; a Blanca Portillo, el Nacional de Teatro, acaso por su perfecta interpretación del ‘No a la guerra’. Y, como se dijo antes, el Nacional de Narrativa a Marías el humilde, vamos, que eso más que los premios del Ministerio de Educación y Cultura parece la pedrea del Grupo Prisa, que nada más que falta el premio Nacional al ERE para Juan Luis Cebrián (de la RAE) para demostrar la rendición total del rollete cultureta a lo que queda de Miguel Yuste, 40.
Ahora se buscarán deprisa (deprisa ha de ser) y corriendo a un torero o a un ganadero, que lo tienen a huevo incluso si tienen que echar mano del espiritismo para encontrar un par de nombres, y rápidamente pondrán un parche de cualquier manera para tratar de deshacer el entuerto; pero la impresión que permanece es la de que a la primera de cambio desearían sacar a los toros de ese circo, salvo que Alfaguara se dedicase a apoderar toreros, en cuyo caso la cosa cambiaría de manera sustancial.
A poco de ser nombrado Secretario de Estado un amigo mío se encontró con Lassalle en el bar del Congreso. Portaba bajo el brazo un libro de iniciación a la tauromaquia, ‘Bullfighting for dummies’ o algo así, y eso me hizo pensar en aquella cuadrilla de trileros que ejercían en la Gran Vía hace años y que tenían su guarida en un banco de piedra frente al bar El Circo en la Plaza del Rey. Ataviados con diversos ropajes, un obrero, una señora con cesta de la compra, uno de los ‘ganchos’ de barbita bien recortada portaba bajo el brazo, como atrezzo y emblema para ganar la confianza de sus víctimas, un ejemplar del diario El País.