Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El pisito es la patria de la clase media.
Del “¡A mí que no toquen el cocido!” de la República al “¡A mí que no me toquen el pisito!” del franquismo, que es la cuna de nuestra socialdemocracia (orgánica).
La epopeya española del pisito está en el cine: “El verdugo” de Berlanga, “El pisito” y “El cochecito” de Ferreri…, y Rafael Azcona es su Homero.
La obsesión del español por el pisito es la obsesión del español por la pequeña propiedad, esa rama del realismo, pues como sabemos por el Quijote en las edades doradas y mitológicas se ignoraba el “tuyo” y el “mío”.
La culpa fue del franquismo, que puso en marcha el plan falangista de vivienda con que dar al español un motivo para gritar, en vez de “¡Viva Rusia!”, “¡Viva España!” Para los falangistas, era la verdadera forma de volver a la Naturaleza, no en el sentido de la égloga, que es el de Rousseau, sino en el de la geórgica, que es la manera rotunda de entender la tierra, que en Madrid es el piso.
–¿Para qué quiero yo un sillón? –contestó Camba a los académicos que se lo ofrecían –. Yo lo que necesito es un piso.
Camba venía de Galicia, donde todos, menos él, eran propietarios, y por tanto, un poco abogados. ¿Era la marrullería gallega consecuencia de la subdivisión de la propiedad o la marrullería gallega había conseguido que la propiedad se subdividiese?
–No lo sé, pero las dos cosas se relacionan, dando origen a una tercera: la política.
La desatada demagogia del desahucio nos lleva al socialismo a la gallega, donde la tierra es de todos, que vale como decir que no es de nadie, pero tan pronto como un gallego traspone su propio ferrado cada paso que da le cuesta un pleito.
Desgraciadamente, hace falta ser muy rico para sostener una vida modestamente pobre.