Los hermanos Duke (R. Bellamy y D. Ameche en Entre pillos anda el juego)
Y aunque sabemos que todo lo mira un viejo, que la razón antropológica
del viejo español es mirar, necesitamos encontrarle otra cara al
inversor real. Porque la fiebre de la voluptuosidad del dinero, como de
cualquier cosa, ha de ser cuestión de un cuerpo joven
Hughes
Se informa estos días con gran pesimismo de la economía y en los telediarios hablan políticos, técnicos, se muestran gráficas y, como siempre, salen imágenes de la bolsa de Madrid en la que dos señores ancianos observan la fluctuación del Íbex como quien ve jugar al nieto.
La función del viejo es mirarnos con ojos de brillo mate y oracular, mirar, la miranda anciana del nieto, de la plaza o del currito, pero, a lo que se ve, el viejo también mira mucho el dinero. Nuestro capitalismo se quiso representar tranquilo, personificando la chochez del dinero español y la ley marxista del decaimiento de todos los beneficios y si en otros sitios lampaban brokers y American Psychos, en España estos señores se tiraban décadas vigilando sus cincuenta mil pesetas invertidas en Acerinox.
Ahora se estrena Cosmópolis y su director, Cronenberg, habla del gobierno de unos jóvenes desalmados en la placenta tecnológica de sus limusinas, pero aquí, ya digo, lo que nos enseñan es la dulce geriatría del parqué perpetuando una engañifa de percepción. Salir de la crisis, remontarla, que es la frase actual que sustituye a aquello ya lejano de converger con Europa, pasa por renovar las imágenes de archivo del telediario y con ello el entero imaginario del personal, porque se queja luego la derecha de que la juventud sale contestataria, pero ¿cómo va a ser creíble que el mercado financiero sean esos dos señores que parece que están jugando al tute o leyendo el ABC en el parque?
Cuando nos informan del PIB sale siempre un obrero, el mismo obrero atornillando el mismo SEAT desde los ochenta y cuando nos informan del IPC aparece siempre un señor distraído paseando por las Ramblas como pensando en comprarse unos pantalones.
Los financieros matusalémicos son la cara que se dio en España a la abstracción del mercado financiero. Astrólogos vetustos de la corte del dinero español o viejos cansados de Kavafis, que se dormían en un velador pensando en las ocasiones perdidas. Así, ellos estarían recordando la inversión no realizada, midiendo el dineral que dejaron de ganar en el jardín financiero de lo que pudo ser; e igual que hay una jurisprudencia debiera haber una ecoprudencia que podrían representar estos dos señores que tanto tiempo han sido la cara venerable del capital español, tan lejos de la prepotencia iluminada y metálica de la K marxista o de la inteligencia londinense, aritmética, judía del capital de David Ricardo, que trajo la belleza clásica de la mejor economía, la de formalizar las intuiciones.
O quizás sea todo peor, y con esas imágenes se nos esté diciendo lo que somos sin el inversor extranjero: sólo dos señores mayores buscando el calorcito agrio, dulce y gagá del parqué del íbex.
La función del viejo es mirarnos con ojos de brillo mate y oracular, mirar, la miranda anciana del nieto, de la plaza o del currito, pero, a lo que se ve, el viejo también mira mucho el dinero. Nuestro capitalismo se quiso representar tranquilo, personificando la chochez del dinero español y la ley marxista del decaimiento de todos los beneficios y si en otros sitios lampaban brokers y American Psychos, en España estos señores se tiraban décadas vigilando sus cincuenta mil pesetas invertidas en Acerinox.
Ahora se estrena Cosmópolis y su director, Cronenberg, habla del gobierno de unos jóvenes desalmados en la placenta tecnológica de sus limusinas, pero aquí, ya digo, lo que nos enseñan es la dulce geriatría del parqué perpetuando una engañifa de percepción. Salir de la crisis, remontarla, que es la frase actual que sustituye a aquello ya lejano de converger con Europa, pasa por renovar las imágenes de archivo del telediario y con ello el entero imaginario del personal, porque se queja luego la derecha de que la juventud sale contestataria, pero ¿cómo va a ser creíble que el mercado financiero sean esos dos señores que parece que están jugando al tute o leyendo el ABC en el parque?
Cuando nos informan del PIB sale siempre un obrero, el mismo obrero atornillando el mismo SEAT desde los ochenta y cuando nos informan del IPC aparece siempre un señor distraído paseando por las Ramblas como pensando en comprarse unos pantalones.
Los financieros matusalémicos son la cara que se dio en España a la abstracción del mercado financiero. Astrólogos vetustos de la corte del dinero español o viejos cansados de Kavafis, que se dormían en un velador pensando en las ocasiones perdidas. Así, ellos estarían recordando la inversión no realizada, midiendo el dineral que dejaron de ganar en el jardín financiero de lo que pudo ser; e igual que hay una jurisprudencia debiera haber una ecoprudencia que podrían representar estos dos señores que tanto tiempo han sido la cara venerable del capital español, tan lejos de la prepotencia iluminada y metálica de la K marxista o de la inteligencia londinense, aritmética, judía del capital de David Ricardo, que trajo la belleza clásica de la mejor economía, la de formalizar las intuiciones.
O quizás sea todo peor, y con esas imágenes se nos esté diciendo lo que somos sin el inversor extranjero: sólo dos señores mayores buscando el calorcito agrio, dulce y gagá del parqué del íbex.
Y aunque sabemos que todo lo mira un viejo, que la razón antropológica del viejo español es mirar, necesitamos encontrarle otra cara al inversor real. Porque la fiebre de la voluptuosidad del dinero, como de cualquier cosa, ha de ser cuestión de un cuerpo joven.