RAMÓN
Jorge Bustos
Las damas de hierro también lloran, pero nunca lo harán por
frivolidades como una balacera terrorista en Bombay o un accidente de
helicóptero. Esperanza Aguirre sólo llora cuando dimite
y por eso sólo la veremos llorar una vez en la vida. A una dama de
hierro se le quiebra de veras la voz cuando se despide de sus
periodistas más incisivos, como ella misma reconoció. Y en esa nostalgia
anticipada de la emboscada mediática revela Aguirre su temple anacrónico de auctoritas sin
complejo, de político previo a los sonrosados tiempos del gabinete
profiláctico. ¡Dimitir en una rueda de prensa con preguntas, dejarse
preguntar entre lágrimas hasta que enmudecen los preguntadores atónitos!
Fue el postrer desafío torero de Aguirre a Rajoy,
alérgico a la modalidad interrogativa del lenguaje y al propio concepto
de curiosidad civil, de modo que el alivio cierto que bajo los
chorretones de la emoción constatábamos en la lideresa ha coincidido por
primera y última vez con el alivio superviviente de Mariano, ingeniero mayor del puente de plata.
¿Por qué se va Esperanza?
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