martes, 18 de septiembre de 2012

Diva liberal

Ella ha tenido siempre la gracia civilizada y española de la zarzuela, pero ha querido un Madrid bilingüe (¡saliéndole a Madrid un Sherlock Holmes!)

Hughes

-Comparezco ante ustedes para anunciarles mi dimisión.

-Sí, ya, eso está muy bien, pero… ¡no se vaya sin dimitir!

La dimisión de Esperanza Aguirre la anunciaba en twitter El País de la siguiente manera: “Aguirre, dimite”. Es decir, que en el mismo instante de dimitir le estaban instando a hacerlo. La coma ingobernable de El País , insumisa como un tic, tenía la perseverancia del homenaje cariñoso y toda la maravilla del lapsus, que es un arte que doña Esperanza ha bordado siempre. Con sus meteduras de pata permitía un mejor conocimiento de sí misma porque, al final, de un político se acaban recordando sus errores. Entre tanta retórica, el lapsus comunica y, fracamente, ¿quién no ha deseado alguna vez ver sufrir a un arquitecto?

Por rara y forzosa, la dimisión en España está desprestigiada. Tendría que existir otra palabra para cuando alguien se va sin que le echen. Alguien, malévolo y gracioso, dijo en la red que doña Esperanza se privatizaba.

Para sus enemigos políticos, Aguirre tenía la inmortalidad mítica del malo de película. Salía indemne de atentados, de accidentes aéreos, de campañas... Salía indemne hasta de Gallardón. Y ahora que se va, no digo yo que no les haya quedado a sus enemigos, esos que a su media sonrisa guasona le estuvieron siempre pintando el bigote sieso de Aznar, la frustración de no haberla derrotado. Se va aureolada, doña Esperanza. Convertida en costumbrismo de un Madrid exponencial que empieza a desconocer el resto de España. Su profundización en la mayoría madrileña ha sido tal que a veces parecía que su nombre lo tomaba de la Esperanza estadística.

Todos los taxistas, que son los Sénecas del populismo, los dueños de la política proverbial, concisa, perezosa y escarmentada, amaban a Esperanza, pero también la amaba el liberalismo improbable y refinado. La citaban en la barra del bar y en el máster más pijo, porque el liberalismo en España es un taxista reumático que no ha leído a Hayek y una élite disparatada. Esperanza ha tenido la gracia de ser las dos cosas, anglófila y castiza, y ha inmortalizado el fracaso socialdemócrata con la palabra mamandurria, que es lo más.

Ella ha tenido siempre la gracia civilizada y española de la zarzuela, pero ha querido un Madrid bilingüe (¡saliéndole a Madrid un Sherlock Holmes!)

Hace unos años, Fabio Mcnamara se le declaró votante. La movida espectral declaraba apta a Esperanza poniéndole una chupa de cuero; la imaginábamos musa de los Costus, en el gran retrato integrador del pop neodesarrollista y arcoiris. Esperanza era moderna, absolutamente moderna, y la única diva de las Cortes, la gran diva de la política española, tanto que nadie reparó en que fuera mujer.

Aguirre ha sido la gran rupturista de la corrección política, hasta el punto de casi haber establecido otra. Esa alternancia un poco cansina es la libertad, I suppose. Y la alternancia empieza a ser el movimiento péndular de lo que no se puede decir.

Y ahora ¿qué va a ser de Tomás Gómez, que se queda como el Coyote sin el correcaminos