El público asintió en que José Gómez Ortega fue el torero por
antonomasia: torero ab ovo, por tradición y por devoción; por influjo de
su estirpe y por impulso de su deseo; torero y sevillano por dentro y
por fuera; en el campo y en el ruedo, en la vida y en el oficio;
torero que unía la pujanza física y el conocimiento intelectivo, por
recuerdo inconsciente y por sueño alucinado; que era la inteligencia que
prepara y dispone y la destreza que ejecuta y que cumple y que en
épocas de casualidades y de destellos pasajeros fue el acierto
constante, el dominio y la gracia, seguridad y el ritmo y era más que el
milagro, porque era la sabiduría
Felipe Sassone
Abc, 24 de mayo de 1927
He sido por unas horas huésped accidental y agradecido de Sevilla, bajo sus aromas de mayo, claveles y jazmineros, y en un lejano regusto a la sal marina y un tibio frescor paradójico en las morenas aguas del río. Sin el místico dolor musical de la semana de Pasión, sin el abigarramiento extranjerizante de la feria, la ciudad se ha mostrado a mis ojos con toda su gracia quieta y melancólica eternamente joven, como si no sintiera el peso de sus capas históricas; pero muy moderna y muy antigua, sin olvidar el pasado que fue ayer su nobleza y es hoy su prestigio en el verdadero sentido mágico de la palabra. El arquitecto Aníbal González, su novio de ahora, otra vez su novio, la va engalanando, la va erizando de torres esbeltas y airosas, y es que Aníbal González fue quien, acaso en una pretérita encarnación, trazó los planos de la moruna Giralda, madre de torres, como un dedo levantado, como el índice de la ciudad, que se irguiera, diciendo: “¡La primera soy yo!”
Llegué a Sevilla a honrar la memoria de Joselito el torero, en un velada necrológica, más bien fiesta dionisíaca, como los fúnebres banquetes latinos, metidos en un haz de amigos apretados en torno de Ignacio Sánchez Mejía, en cuyo pecho ardía la memoria fraterna como una lámpara votiva. Un discurso claro, sencillo, sentido y veraz, como recuerdo, como admonición y como crítica, del presidente del Club Joselito, que organizaba la fiesta, una sabia y originalísima disertación de José María Cossío, que recopilaba el sabroso comentario de todo un florilegio de prosas y de versos; un soneto escultórico de Cortines Murube; unas redondillas preciosas, modernas por la sensibilidad y clásicas por la medida llena de gracia infantil y doliente, de Rafael Alberti; una composición españolísima de José del Río, que leyó el ilustre autor Francisco Fuente; un primoroso romance -“desde entonces tienen sangre los jarros de Talavera”- de Adriano del Valle, y una oración, elocuente y conmovida, del letrado Blasco Garzón dijeron al público sevillano, que se apiñaba en el Teatro Cervantes, la gloria de su torero, que había muerto joven como el amado de los dioses. El público asintió en que José Gómez Ortega fue el torero por antonomasia: torero ab ovo, por tradición y por devoción; por influjo de su estirpe y por impulso de su deseo; torero y sevillano por dentro y por fuera; en el campo y en el ruedo, en la vida y en el oficio; torero en la carne de su espíritu y en el indumento que se vestía en su carne; torero que unía la pujanza física y el conocimiento intelectivo, por recuerdo inconsciente y por sueño alucinado; que era la inteligencia que prepara y dispone y la destreza que ejecuta y que cumple y que en épocas de casualidades y de destellos pasajeros fue el acierto constante, el dominio y la gracia, seguridad y el ritmo y era más que el milagro, porque era la sabiduría.
La fiesta tuvo un epílogo brillante en el Club donde acudieron, invitados de honor,
D.Torcuato Luca de Tena y
D. José Cruz Conde, gobernador de Sevilla. Don
Alberto Pazos saludó como “al primer sevillano”, así dijo, al director de ABC, brindando en su honor la idea de recoger en un álbum las firmas que le testimonian la admiración y la gratitud de su coterráneos, y en honor del gobernador de Sevilla, cordobés por sangre y cuna,
Rafael Alberti recitó dos sonetos de
Góngora y la
Tercera Soledad, que no escribió el precursor de nuestra lírica, debida a su pluma nueva, fiel a la gramática gongorina y primorosa de factura y de intención. Así , en un Círculo de aficionados a toros, celebrábase, como un anticipo del tercer centenario de Góngora, bajo el retrato de Joselito, el sevillano que en su arte era
Séneca y
Guerrita.
Caía la noche y corría el oro de la manzanilla, que da sabor a vino al mar de la playa sanluqueña; salían raudales de llanto de la guitarra arabigoespañola del Niño de Huelva y Tomás Pavón decía, mitad responso y querella, el madrigal grave y triste de la seguidilla gitana. Como en un suplicio, como en un castigo porfiaba el cantaor, exacerbado el sentimiento, por no respirar, porque la voz no se quehara en la congoja, y el tocaor pegaba amoroso el oído a los pulmones de la guitarra, para oírla latir, y lloraba a su vez con ella; las lágrimas, al caer, eran sonidos sobre las cuerdas. Con las notas saltarinas de un fandanguillo partió al aire una copla que Rafael Sánchez Mazas compuso en la ocasión:
Cuatro blandones había
y cuatro banderilleros
llorando en la enfermería
por la flor de los toreros.
Y Malena, la gitana, bailaba ritualmente, religiosamente, una danza que era a la par evocación y conjuro.
A la mañana siguiente fui a visitar la tumba del héroe popular. Allí estaba el monumento de Mariano Benlliure: el féretro a hombros de unos hombres del pueblo, rodeado de mozas plañideras, y la Virgen de la Esperanza presidiendo el cortejo; pero el dolor se había inmovilizado en el bronce y la fúnebre comitiva no avanzaba. A Joselito no hay quien lo entierre. Allí está dormido, suelta la noble y serena palidez del rostro infantil al azul incomparable del cielo sevillano, infinito como la ciudad.
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006
Don Torcuato Luca de Tena en la rotativa de Abc