Jean Buridán
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con el dinero que ahorramos apagando las farolas de las entradas a las ciudades arreglamos los radares de multar a los automovilistas, que así, en vez de matarnos por correr, nos matamos por no ver.
Esto es España, cuya mitad más fascistilla, con eso que lo psicólogos de lo social llaman síndrome de la traición del voto, pide un referéndum para desacreditar al sistema y morir, como el asno de Buridán, entre dos haces de heno que están... en Berlín.
Tenemos los radares más avanzados, pero hemos tenido que ver el trompicón del Rey y el desplome de la bandera de Colón para darnos cuenta de que nuestra socialdemocracia es un peronismo ceceante, calcado del peronismo voseante de los Kirchner.
El señoritismo hispano-argentino, de señoritos de pan pringao, que describiera Ortega en “El Sol”.
¿A cuánto nos sale en España el ego de cada tribu, el palo de cada tótem y la víctima de cada tabú?
Sólo nos falta la camiseta, a juego con los bermudas y la chancla, del “Soy español. ¿a qué quieres que te gane?”, y todo se andará.
No sé a qué espera Llongueras para recuperar para nuestras damas de mayor instinto patriótico, y etoy pensando en Rosa Díez y Elena Valenciano, aquel peinado “Arriba España” (para entendernos: el de Maggie Simpson, la esposa de Homer) que marcó un ideal de techo (como el que exige para su chiringuito autonómico el andaluz Valderas) en nuestra posguerra.
Les decía el otro día que este año, durante agosto, muchos pobres están dejando su casa al cuidado de otros más pobres que ellos. Ahora sé de uno que es tan pobre que, por ahorrarse al pobre, ha hecho lo que en muchas obras del extrarradio urbano: colgar en el balcón un cartel de “Vigilante gitano”.