¿Golondro en el mercado de Villaviciosa o Michael Phelps en la piscina de Londres?
Jorge Bustos
Inalcanzable anfibio. No tienes cara de haberte quemado las pestañas leyendo a Valle-Inclán,
aunque pareces a ratos un picasiano reflejo –tu fisicidad circense,
frankensteiniana– en el espejo deformante del Callejón de Álvarez Gato,
por el que uno pasa a diario. Apenas sales del agua, y cuando sales no
es para lanzarte presumiblemente sobre manuales de teoría dramática, así
que yo te la resumiré en lo que te atañe. Explicaba Valle que
la historia del teatro había contemplado al hombre desde tres posturas:
el griego lo hizo de rodillas, admirativamente, y de su genuflexa
perspectiva nació el héroe trágico, dinamo sobrehumana de piedad y
terror; Shakespeare decidió incorporarse y mirar al
hombre de frente, como a un igual, midiendo serenamente la distancia que
separa sus divinas aspiraciones de su límite animal; por último, en los
albores del siglo XX el autor se eleva por encima de sus personajes
hasta contemplarlos como grotescos monigotes, peleles deshumanizados que
evolucionan patéticamente sobre el tabladillo irracional del mundo. Es
el esperpento, la hora crepuscular del absurdo.
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