Iglesia de Gamonal
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Cuando regreso a Córdoba cada verano, después de unos días de vacaciones por los Burgos que me vieron crecer, traigo noticias de quintos que fueron mozos y que se iniciaron con uno en los porroncillos de clarete, el frío de El Plantío y en unas litúrgicas tardes de mus, incompresibles para los chicos solitarios de la play.
Me entero estos días que Octavio Granados, uno del 59 que fue en su día (1982) el diputado más joven de la democracia y que estuvo con nosotros en el Instituto cuando murió Franco, se retira de la política a un cuartel de invierno sito en Gamonal, nuestro barrio de siempre. Me dicen que va a explicar la Literatura en el Instituto Félix Rodríguez de la Fuente, a cien metros de la casa de mis padres, y tal circunstancia me ha llevado a cavilar sobre aquel curso del Diego Porcelos y la, supongo ejemplar tendencia, a educar el espíritu en las letras que escribieron Herodoto y Cicerón.
-Hizo Filosofía y Letras, y al poco ya fue Diputado. Se ha tirado 30 años en el Congreso.
Éramos pocos los que hicimos aquel Bachiller de Letras y su COU correspondiente, en el que nos aburría “la Pastora”, sorda, solterona y repintada, con sus ablativos absolutos y su Caesar dixit, ó Don Francisco “el güenos”, educado, despistado y elegante, al que la seriedad de su traje con chaleco y leontina no le permitía comer su plátano de cada recreo en nuestra presencia... ni en la del resto de los profesores. Le llamábamos también “Platanito” y aunque no recuerdo nada del griego que intentó enseñar, no olvidaré nunca sus ejemplos de comportamiento. La FEN nos la daba el Marquina, un señor con cara de almirante y peinado como Clark Gable que solía preguntarnos por el pueblo.
-Estébanez, ¿vive todavía el cantinero de Valdorros?
Al intentar recordar los alumnos de Letras, veo que el congresista era de la clase de Ciencias a la que todas las mañanas dábamos un repaso en el campo de fútbol de “la Normal” de Magisterio. La cercanía del río Vena envolvía nuestro Hampden Park con espesas nieblas la media hora de partido, pero allí estaba Javier del Hoyo, hoy catedrático de Latín en la Autónoma y Complutense, con sonrisa inquietante y decisión de juez para vigilar nuestros goles y dar el parte del día. Un hombre que ha llegado a escribir sobre “la mujer en la epigrafía hispanorromana” no podía dudar en la contabilidad liguera y facilitaba al apuntador contable, que no era otro que Jorgito Barriuso Gutiérrez, los goleadores de la jornada. Jorge Barriuso es hermano de Tino Barriuso y tiene más hermanos y hermanas con preocupaciones líricas. Creo que también es profesor, anda en la radio y que escribe guiones. Jorge Barriuso era gordito, gracioso, muy buena gente y el mayor hincha -por entonces los aficionados eran hinchas- del equipo.
Marco Antonio Gutiérrez Galindo ha llegado a ser posiblemente el mayor intelectual del curso. Natural de Pampliega, y escapado del seminario, fue nuestro velocista extravagante con una chaqueta blanca como de terciopelo y como de cantante. Me lo encontré el verano pasado en los soportales de Antón, en Burgos, y me dijo que daba Latín en Vitoria. Lo que no me dijo es que era Catedrático, que escribía sesudos tratados sobre el dativo latino y que daba conferencias por Europa.
Nuestro editor don Ignacio, también ha alcanzado notoriedad en el periodismo y de Torresandino tuvimos un Cesáreo Escolar, sensato y muy leído, que no sé si es padre o tío del muchacho de barbas que anda disparatando por las teles.
Joaquín Padilla es de los que mandan con mucho conocimiento químico en el laboratorio de una importante empresa de alimentación. El otro Joaquín, buen amigo, Vicario Peña, “Pik”, un genio por explotar, se desmoralizó intentando enseñar a brutos hijos de necios y se pasó a dar Gimnasia y a estudiar el románico y las cerraduras judías. Con Pik recitábamos a voces a Eurípides y creo que tiene guardadas grabaciones de nuestros delirios. A veces me pide cosas extravagantes.
-Fotografíame todas las puertas de la Mezquita.
Otros pocos, después de dar tumbos en trabajos mal pagados de hasta once horas diarias -trabajé en la San Miguel de 6 de la tarde a 5 de la mañana- decidimos opositar con la esperanza de no preocuparnos más por la mantenencia. Somos los más torpes. Los menesterosos de aquel curso, pues a los que creímos menos listos como Máximo, Juamba, el Bolita, Cubillo... encontraron la felicidad en sus pueblos montando ganaderías y sembrando en provecho propio las tierras de los emigrantes.
Octavio Granados me ha llevado a pensar que aquel curso de letras tenía gente de mucho provecho, pero del que me gustaría saber es de un tal Camilo. Era el más alto, el más fuerte y el de mejores notas. Para todos nosotros... un futuro fenómeno.
Me entero estos días que Octavio Granados, uno del 59 que fue en su día (1982) el diputado más joven de la democracia y que estuvo con nosotros en el Instituto cuando murió Franco, se retira de la política a un cuartel de invierno sito en Gamonal, nuestro barrio de siempre. Me dicen que va a explicar la Literatura en el Instituto Félix Rodríguez de la Fuente, a cien metros de la casa de mis padres, y tal circunstancia me ha llevado a cavilar sobre aquel curso del Diego Porcelos y la, supongo ejemplar tendencia, a educar el espíritu en las letras que escribieron Herodoto y Cicerón.
-Hizo Filosofía y Letras, y al poco ya fue Diputado. Se ha tirado 30 años en el Congreso.
Éramos pocos los que hicimos aquel Bachiller de Letras y su COU correspondiente, en el que nos aburría “la Pastora”, sorda, solterona y repintada, con sus ablativos absolutos y su Caesar dixit, ó Don Francisco “el güenos”, educado, despistado y elegante, al que la seriedad de su traje con chaleco y leontina no le permitía comer su plátano de cada recreo en nuestra presencia... ni en la del resto de los profesores. Le llamábamos también “Platanito” y aunque no recuerdo nada del griego que intentó enseñar, no olvidaré nunca sus ejemplos de comportamiento. La FEN nos la daba el Marquina, un señor con cara de almirante y peinado como Clark Gable que solía preguntarnos por el pueblo.
-Estébanez, ¿vive todavía el cantinero de Valdorros?
Al intentar recordar los alumnos de Letras, veo que el congresista era de la clase de Ciencias a la que todas las mañanas dábamos un repaso en el campo de fútbol de “la Normal” de Magisterio. La cercanía del río Vena envolvía nuestro Hampden Park con espesas nieblas la media hora de partido, pero allí estaba Javier del Hoyo, hoy catedrático de Latín en la Autónoma y Complutense, con sonrisa inquietante y decisión de juez para vigilar nuestros goles y dar el parte del día. Un hombre que ha llegado a escribir sobre “la mujer en la epigrafía hispanorromana” no podía dudar en la contabilidad liguera y facilitaba al apuntador contable, que no era otro que Jorgito Barriuso Gutiérrez, los goleadores de la jornada. Jorge Barriuso es hermano de Tino Barriuso y tiene más hermanos y hermanas con preocupaciones líricas. Creo que también es profesor, anda en la radio y que escribe guiones. Jorge Barriuso era gordito, gracioso, muy buena gente y el mayor hincha -por entonces los aficionados eran hinchas- del equipo.
Marco Antonio Gutiérrez Galindo ha llegado a ser posiblemente el mayor intelectual del curso. Natural de Pampliega, y escapado del seminario, fue nuestro velocista extravagante con una chaqueta blanca como de terciopelo y como de cantante. Me lo encontré el verano pasado en los soportales de Antón, en Burgos, y me dijo que daba Latín en Vitoria. Lo que no me dijo es que era Catedrático, que escribía sesudos tratados sobre el dativo latino y que daba conferencias por Europa.
Nuestro editor don Ignacio, también ha alcanzado notoriedad en el periodismo y de Torresandino tuvimos un Cesáreo Escolar, sensato y muy leído, que no sé si es padre o tío del muchacho de barbas que anda disparatando por las teles.
Joaquín Padilla es de los que mandan con mucho conocimiento químico en el laboratorio de una importante empresa de alimentación. El otro Joaquín, buen amigo, Vicario Peña, “Pik”, un genio por explotar, se desmoralizó intentando enseñar a brutos hijos de necios y se pasó a dar Gimnasia y a estudiar el románico y las cerraduras judías. Con Pik recitábamos a voces a Eurípides y creo que tiene guardadas grabaciones de nuestros delirios. A veces me pide cosas extravagantes.
-Fotografíame todas las puertas de la Mezquita.
Otros pocos, después de dar tumbos en trabajos mal pagados de hasta once horas diarias -trabajé en la San Miguel de 6 de la tarde a 5 de la mañana- decidimos opositar con la esperanza de no preocuparnos más por la mantenencia. Somos los más torpes. Los menesterosos de aquel curso, pues a los que creímos menos listos como Máximo, Juamba, el Bolita, Cubillo... encontraron la felicidad en sus pueblos montando ganaderías y sembrando en provecho propio las tierras de los emigrantes.
Octavio Granados me ha llevado a pensar que aquel curso de letras tenía gente de mucho provecho, pero del que me gustaría saber es de un tal Camilo. Era el más alto, el más fuerte y el de mejores notas. Para todos nosotros... un futuro fenómeno.