Regalo tuitero de Sergio Ramos a sus seguidores
Jorge Bustos
Pero claro que nos rompimos los hombros abrazándonos a cada gol de la
Selección, señores, cómo no íbamos a hacerlo. Es España, después de
todo, mis amigos y yo nacimos allí. Ahora bien. La hora de la victoria
es muy traicionera, es resbaladiza y psicotrópica y calienta los hocicos
y desata las lenguas con una eufórica facilidad de la que a menudo nos
terminamos avergonzando. Por si esa vergüenza redentora no llegara,
vamos a identificar modestamente los argumentos que deberían generarla
sólo minutos después de concluido el atroz protagonismo de Reina.
—“Son un equipo de chicos normales. Buenísima gente. Sencillos y
humildes”. Esto es una perversión lógica muy propia de un pueblo de
moralistas. La excelencia profesional no sirve, debe revestirse de
honorabilidad. No vale con jugar muy bien al fútbol, se tiene además que
dar ejemplo a los niños. Yo no creo que los chicos de La Roja sean
sencillos, sino simples, que es lo que son los futbolistas en general.
Pinchan el bendito perreo de Pitbull en el bus, no las dodecafonías de Schönberg, y leen el Marca, no la Ética de Spinoza. Son humildes si entendemos por humildad la de Clooney cuando
al acercarse a la valla en Cannes le roza la mano a una groupie sin
calzarse antes unos guantes de látex. Son gente simple pero
excepcionalmente habilidosa, y eso debería bastarnos. Que no nos baste
prueba el arraigo de lo religioso en el sapiens sapiens y los siniestros
taquillazos que cosecha la Marvel.
—“Pan y circo. Con la que está cayendo. Nos distraen con una pelota
pero mañana el paro seguirá igual”. Esto no es demagogia, es
oligofrenia. Hemisferios cerebrales dotados con cicatería de tendero de
posguerra. Lo carnavalesco, lo que Bajtín definió como
subversión folclórica del orden establecido es el fundamento mismo de la
civilización. Un pueblo que celebra la eficiencia acaba poniendo Europa
perdida de checas y campos de concentración. Un hombre que se arroja al
botellón cuando baja la prima de riesgo está a punto de romper en Breivik. Los concejales de festejos en este país lo saben bien: se puede vivir sin Estado de Bienestar, pero no sin Sanfermines.
— “Cuando la final de la Eurocopa terminó, los incendios de Valencia
todavía estaban allí”. Es una variante de lo anterior que debemos a Ignacio Escolar, el Gramsci de Torresandino. Intolerable ver a Rajoy en Kiev en vez de en Andilla o Cortes de Pallás. Soplando.
—“Los políticos deberían aprender de La Roja. En especial de la sensatez de Del Bosque”.
No nos volvamos locos. Los políticos deberían aprender de los buenos
políticos, no de sanos muchachos que le dan gloriosamente a la pelota y
que, salvo Xabi Alonso, responden con un conmovedor “no
entiendo de esas cosas” cuando les preguntan por el rescate. Del Bosque
es un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, el que recibe no
uno ni cinco talentos sino dos –y al menos saca otros dos–, pero no
multiplica panes ni peces, que es lo que se le exige al refundador del
euro.
—“Los jugadores, que ya son indecentemente ricos, deberían devolver
la prima, con la que está cayendo”. Y los propietarios no deberían
escriturar sus casas por encima de su valor, ni los tertulianos
prodigarse en cenas de gañote. Y así.
— “La Selección simboliza el triunfo de la unidad en la diversidad”.
La Selección simboliza el triunfo, a secas. El picapleitos de Los Simpsons, Lionel Hutz,
imagina un mundo sin abogados –un corro multirracial entrelazándose
bajo el arco iris– y de inmediato le sacude el espinazo un escalofrío
como nos lo sacude a nosotros. En ese vestuario no son todos amigos ni
falta que hace. Algunos ni se tienen por españoles, aunque se silencie
para que el venero periodístico del Whatsapp no se seque. Unidad, la
justa para pasar y recibir pases. Y bien está.
— “Celebremos la victoria”. No sería estrictamente preceptivo
celebrar las victorias de ese modo obvio, organizado y mostrenco que
postula autobús, fuente y un micro en manos de Reina.
La alegría si no es espontánea suele ser desviación de fondos
reservados. Por otro lado, celebrar victorias incurre en el pleonasmo.
En lo vulgar. Lo distinguido sería celebrar las derrotas y encerrarse
voluptuosamente en casa cuando lo ganamos todo aparatosamente.
Ninguno de estos ratoneros mantras en circulación resulta
inesperado. España es la nación más vieja de Europa, se dice, y será
verdad. Por eso mismo es tan predecible y por eso mismo es una nación
tan cansada, piel de toro amenazada de cuarteamiento donde marca Abel y critica Caín, y esto es lo que más nos gusta de ella, porque disfrutamos dos veces.
En La Gaceta