Cifuentes en la selva
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Descendemos de Mariano.
Lo explicó en su “Sol y sombra” Sánchez Vidal allá por 1990, cuando el bendito nombre de Mariano era simpático y no shakesperiano.
El hombre, nos decía Sánchez Vidal, es animal que soporta muy menguada cuota de realidad: es ese “mono loco” que, a diferencia del mono cuerdo, que se quedó en el árbol comiendo plátanos, bajó a tierra y se internó por la sabana, perplejo de encontrarse en territorio tan poco propicio, dejando atrás a su tribu (su señora mona gritando desde el árbol: “¡Mariano, tú no te metas!”) y adentrándose entre las hierbas y la sinrazón.
–Y nosotros, obviamente, somos descendientes de Mariano, no del mono cuerdo.
Ese “nosotros” incluye a Cifuentes, la campechana delegada del Gobierno en Madrid, que se internó en Malasaña (¡Manuela Malasaña somos todos!) sin escolta, siendo sorprendida por una manada de mandriles (la Generación Mejor Preparada de la Historia) en actitud que incluso “Indiana” Arsuaga no dudaría en calificar de agresiva.
Ni sus tatuajes ni su agnosticismo ni su republicanismo, que son señales socialdemócratas destinadas a neutralizar lo que Desmond Morris describió como “hopping mad” de los monos desnudos, salvaron a Cifuentes del mal trago, y allá ella, si no fuera la delegada del Gobierno.
Como Cifuentes, Cifuentes es libre de tatuarse (Cristiano no lo hace para poder donar sangre) en Miami Ink o de poner una franquicia de Kat Von D en Atapuerca, donde, por cierto, tan bien recibidas son las damas.
Mas como delegada del Gobierno, y por respeto al Gobierno, Cifuentes no puede andar sola por Malasaña (ni renunciar a la denuncia), cosa más sencilla de entender que su tatuajismo o agnosticismo.
¿De qué guindo baja esta gente?