Miguel de Cervantes
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cándido Méndez, el Largo de Badajoz, es más de merluza (en Casa Hortensia) o rabo (en Casa Sierra) que de caña, pero por aquello del qué dirán el día de la Revolución se sentó en la plaza de Ópera a tomar una caña y el populacho se lo afeó.
Cándido Méndez, el Largo de Badajoz, es más de merluza (en Casa Hortensia) o rabo (en Casa Sierra) que de caña, pero por aquello del qué dirán el día de la Revolución se sentó en la plaza de Ópera a tomar una caña y el populacho se lo afeó.
Que a eso se refería Cervantes al decir que las cañas se vuelven lanzas.
Las turbas ahuecaron a Méndez de un velador en Ópera y una leyenda urbana habla de esas mismas turbas ahuecando a Elena Salgado, aquella ministra carpa, de la piscina del Club de Campo.
Y todo porque no hay dinero.
–No hay dinero –dijo Montoro en la tribuna del Congreso.
Y dicen que ese hombre no se explica.
Salvo el Conde-Duque, que se quejaba al rey de la falta de cabezas, todos los ministros de España se han quejado de falta de dinero.
Por no haber, este año no hay en los papeles ni diarreas estivales ni serpientes de verano.
Técnicamente, la falta de dinero se llama neurastenia.
La neurastenia, pues, llevó a Marx a escribir “El Capital” (el buen Darwin no consintió en que se lo dedicara), y a Freud, “El malestar de la cultura”, pero Montoro es un contable de Jaén con visera y manguitos que nunca hará frases bonitas, sino números redondos.
En números redondos: no hay dinero.
El español, de natural rumboso, sin dinero es un hombre pobre condenado a ser un pobre hombre.
Sin cultura, el español puede ser presidente del Gobierno, que ahí está Zapatero, o estrella de Hollywood, que ahí está Bardem. Pero, sin dinero, el español se viene abajo, luego de pronunciar su frase más enérgica:
–Hay que buscar dinero, aunque sea en el centro de la tierra.
Que en España es el Estado.