miércoles, 13 de junio de 2012

Pobreza griega y racismos europeos

El inquieto e inquietante brazo de Voronin

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Creo haber leído hace unos cuantos años que Blokhin -todos los veranos lo fichaba el Madrid-  renegaba de los jugadores negros que se iban colocando en la Liga de su país y ésa debe ser la razón por la que en su selección no admite descendientes de ucranianos habidos con camerunesas o nigerianas. Ni siquiera acepta los mezclados con sangre brasileña. Prefiere a la vieja guardia de los Schevchenko, Voronin y Timoschenko, en la que deposita toda esperanza. Shevchenko anunció su retirada y le hacíamos gordito y prejubilado, pero cuando se ponen ganas y se tiene talento, se puede esperar cualquier cosa buena. El segundo gol ante Suecia, es jugada elemental que troca en obra de arte si pasa por la cabeza de genios como Sheva y Blokhin, dos mitos que nacieron rusos. No veo mucho futuro a los anfitriones, pero intimidan más los tatuajes de Voronin en la banda que los del sueco Ibrahimovic en el césped. Suecia, país de gente rubia, no tiene complejos futbolísticos y siempre pone un negro en el once. Jubilado Larsson, el lateral Olsson se incorpora a una selección en la que parecen jugar siempre los mismos: Kallstrom -siempre marca contra España-, Wilhelmsson -muy serio hace años en el Deportivo de la Coruña-, Mellberg -se dejó barba al irse del Rácing- e Ibrahimovic... tan genial como soberbio.

      Entre  los caballeros ucranianos que no quieren mestizos y sus damas que no quieren sotas, se perdieron once suecos en un laberinto escasamente complejo del que les va a costar encontrar las salidas que tapan ingleses y franceses.

     Volvían hoy los griegos a la palestra con los rostros sin afeitar, como agamenones tristes dando impresión de menesterosos. Lo más bonito de Grecia son los nombres de sus jugadores, pero en nación sospechosa de “meter gato” se les ha colado un lateral izquierdo que nació alemán, de madre uruguaya y bautizado José. Estuvo jugando en el Münich  mientras cultivaba los bailes y las trenzas heredadas por la vía materna, pero cuando le ofrecieron pasta gansa en la patria del padre se cortó el pelo a lo alemán y presumió de hombre serio. José Holebas ha tenido un comienzo de partido tácticamente catastrófico y junto al calamitoso Chalkias  ha puesto a Chequia donde no soñaba Bilek, un señor que tiene que educar mucho mejor a su defensa.

     Llevar la Eurocopa a casa de nacionalistas corre un riesgo del que se está dando cuenta en la radio mientras pongo estas letras. Los rusos, ancestrales invasores de Polonia, llegaban con ganas y hombres de  suficiente calidad como para volver a quedar por encima de los voluntariosos polacos.  Hostigado Zyryanov, Rusia se ha abandonado a la habilidad de Arshavin, que ha abusado de la confianza enredándose en regates imposibles, pero que ha tenido tiempo de poner un gol en la cabeza de Dzagoev, una de las estrellas de este junio futbolero.    

        El progresismo que nos entontece cree que un racista es aquél que desprecia a los negros -un chiste de negros ya es racismo-,  sin percatarse de que los tutsis ugandeses son tan negros como sus vecinos hutus con los  estuvieron un tiempo saludándose a machetazos. Rusos y polacos llevan siglos cultivando un odio africano que se está repartiendo en estos momentos por las calles de Varsovia. La disculpa es un partido de fútbol que sólo podía acabar en empate. Faltaba media hora y a todos los espectadores nos venía a la boca el palabro armisticio. Para mí que eso es lo que ha terminado por cabrear a sus hinchas. 

    Esperemos no escuchar desgracias.

Holebas, en el Münich 1860, cuando aún era
 alemán de trenzas tribales