Qué bonita es la venganza, cuando Dios nos la cencede...
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La casualidad ha hecho que los futbolistas de mayor rendimiento en la Eurocopa sean del Real Madrid, que ha metido a diez jugadores en la fase final, transformándose la competición en una pretemporada televisada del campeón español, pero sin Mourinho, que tanto molesta a los lectores de Cortázar que nunca han leído a Cortázar.
Y la casualidad, que es la décima musa, ha querido que entre la final y el Combinado Autonómico de Del Bosque se interpongan los portugueses de Cristiano, que lleva tres años oyendo lo de “ese portugués, qué hijo… es”, la forma batueca más lírica de dar salida a la acendrada xenofobia hispánica (clasismo de la clase media, el peor), que viene desde el Conde-Duque, contra los hijos de Eça de Queiroz.
–Qué bonita es la venganza, cuando Dios nos la concede –cantaba Chayito Valdez, la Alondra de México.
Cristiano, el Tancredi de este Gatopardo que podría estar escribiendo el periodismo deportivo y no lo hace, tiene en su mano la venganza de Chayito, aunque está demasiado solo, pues la Portugal de esta Eurocopa son los tres portugueses del Madrid, con lo bien que le vendría a Cristiano la compañía de aquel fantástico Chalana de la Eurocopa de Francia’84, un lañador (de lañar) del área que tuvo al “coq” de Platini cogido por el pescuezo hasta el final.
La soledad de Cristiano es la soledad del galáctico: no hay otro en la Eurocopa, y todo lo que nos vendan de quien no sea Cristiano es charlatanería de intermediario. Por eso Hodgson, el raposo del banquillo inglés, ha hecho la frase más tremenda de la competición:
–Con un poco de suerte, se puede ser campeón.
Y nos figuramos a Cristiano en la ducha a gritos de Chayito: “Ya lo ves cómo el destino / todo cobra y nada olvida…”
Sin estos pequeños elementos dramáticos, el espectáculo eurocopero parecería diseñado por una comisión de Bruselas, sin más sobresaltos que el apunte tuitero y marujón de Elena Valenciano sobre lo feo que es Ribèry (que lo es, porque tiene cara de Millán Astray, pero con camiseta de escote lateral) o los deliciosos haikus de la novia de nuestro portero, Sara Carbonero: “Tocar, no toca”, dice de Maloudá. Entonces le preguntan: “¿Y Del Bosque? ¿Qué dice Del Bosque?” Y ella responde: “Tocando, tocando”.
–Ver a los centrocampistas de España –dice Hughes– es como entrar en un bar gay: todo el mundo es igual y todo el mundo hace lo mismo.
Los useños no tragan con el fútbol porque, pueblo en acción, al fin y al cabo, no conciben que un ejercicio de veintidós tíos moviéndose con la mayor exigencia pueda acabar con un empate a cero. El sábado, al cabo de noventa minutos, franceses y españoles amontonaron… tres ocasiones de gol: una de los franceses, que paró Casillas, y dos de los españoles, que fueron gol (uno de penalti).
Somos una nación de teólogos, exportadora de dogmas, y el dogma a la moda es el de la posesión, la calle es mía, el balón es mío y la vida es sueño. Fraga, Xavi y Calderón en la modorra española del tiquitaca inventado por Aragonés, el teólogo de Hortaleza.
EL SÍNDROME DE SCHUSTER
Blanc, el seleccionador de Francia (esa Argelia que ya no conoce a Camus), encaró el partido de España como encaraba Schuster en Madrid los partidos del Barcelona: “No podemos ganar”. Con el muñeco de “No podemos ganar” clavado a la espalda, Ribèry movía a la risa al poner cara de malo, que era cara de mosquito apaleado contra el cristal por el fútbol-limpiaparabrisas de los españoles a un ritmo de ocasión de gol cada tres cuartos de hora, que es una siesta sevillana.
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