lunes, 4 de junio de 2012

La traición de Fandiño

Iván Fandiño en su última tarde en San Isidro

José Ramón Márquez

Pero, contra lo que veo por ahí, el problema principal de la Feria que acaba de terminar no son las malditas orejas, como todo el mundo anda diciendo. El preocupante asunto es la desaparición del toreo tal y como lo hemos entendido hasta ahora. July no ha venido a la feria, pero es el auténtico triunfador, porque su modelo infame de toreo es el que se impone a pasos agigantados. En esta feria hemos visto cómo se aplaude a rabiar a toreros que, con toros pastueños de embestida bondadosa, se colocan por fuera y dejan permanentemente atrás la pierna de salida, renunciando al toreo en aras del alargamiento del pase; el cite con la muleta en V, con el pico; el redondeo de los pases, que se dan uno a uno porque el torero se queda  permanentemente descolocado, el pase por alto -falso pase de pecho- como signo de puntuación para que la masa prorrumpa en canónicos aplausos; en fin, la tauromaquia moderna en la que lo que impera es que el animal se mantenga en movimiento, circense ejercicio del temple que hace bramar a la masa de puro gusto, pero que no tiene nada que ver con el toreo tal y como lo hemos visto hacer a los grandes.

Las orejas, despreciables apéndices, que Curro Romero cuando le daban una la miraba con asco y la tiraba al suelo, no son la seña que indica el éxito de la Feria. El otro día, por ejemplo, se dieron un puñado de ellas en Aranjuez y los que estuvieron en la Plaza con un poco de criterio no recuerdan ni un mal pase de aquella tarde, pero resulta más fácil criticar a la Feria por las orejas inexistentes que por lo esencial, y lo esencial es que estamos asistiendo al lento advenimiento de un estilo de torear que, más pronto o más tarde nos echará de las Plazas, obligándonos a irnos a casa a rumiar los buenos recuerdos.

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Justamente de ahí nace la enorme decepción con Fandiño, en cuya verdad del año pasado se habían depositado tantísimas esperanzas. Ese alineamiento con lo que no debe ser es la mayúscula traición al aficionado  y al toreo que ayer trajo Fandiño, aumentada la sensación de tocomocho al  ver cómo en los medios oficiales se halaga al torero tan arteramente. Está claro que este Fandiño amansado de ayer es mucho menos dañino para el sistema que el asilvestrado del año anterior. Pero Fandiño debe reflexionar y darse cuenta de que con los argumentos que exhibió ayer en Madrid y con su alineamiento estético con la corriente dominante, el tardojulismo, sólo le espera la ruina a la vuelta del camino, porque ese espacio es propiedad de otros que le expulsarán de ahí nada más que lo tengan neutralizado.
 Que El Cid se haya tirado a eso en el final de su carrera, después de haber dado un puñado de inolvidables grandes faenas -muchas sin orejas, por cierto- se puede llegar a comprender, que a fin de cuentas es sólo un hombre; que Fandiño tire de un año para otro todo su crédito sin haber llegado a firmar una sola gran faena -aunque sea sin orejas- para echarse en brazos de lo contrario de lo que le encumbró desde la nada, es la revelación de que o no es muy listo o no está bien aconsejado o de que le han cantado las cuarenta para que no saque los pies del tiesto. O acaso de las tres cosas.