El tiquitaca del Combinado Autonómico de Krusty... cortito y con sifón
El previo de la Eurocopa se ocupó del nueve y Del Bosque, con su
coquetería de canciller del colesterol, lo tuvo claro: huir del debate y
salir sin nueve. Algo de genialidad tiene, porque al final del partido
la cuestión estaba resuelta y parecía que España había ganado una
certeza
Hughes
Llegaba el debut de España tras el trauma del rescate, mientras Nadal pegaba raquetazos como un ser mítico. Españoles en Polonia, público del que viaja con la selección, con la impresión de ser todos del pueblo de Manolo Lama. Rajoy en el palco, recién llegado, viviendo todo con mucha intensidad, enrabietado quizás de tanta quina internacional.
El previo de la Eurocopa se ocupó del nueve y Del Bosque, con su coquetería de canciller del colesterol, lo tuvo claro: huir del debate y salir sin nueve. Algo de genialidad tiene, porque al final del partido la cuestión estaba resuelta y parecía que España había ganado una certeza.
Salió España con los dos mediocentros más Xavi, Silva, Iniesta y Cesc de falso nueve, aunque podría decirse también que Alba era falso tres, Arbeloa falso dos, Piqué falso cinco... Era todo una flotación homofílica, porque no es que no hubiera nueve, es que tampoco había extremos. Fue otra vez rozar el absurdo de la posesión, llevando este deporte a una rara indagación de sentido.
¿Y si todos fueran defensas? Eso ya lo intentó Clemente. El pensamiento español a lo mejor está haciendo con el fútbol lo que hicieron los alemanes con la filosofía.
El ataque español era ir subiendo un pequeño encima del otro, como castellers, un asedio infantil de la alacena imposible y alta de la mermelada.
En ese comienzo, los jugadores barcelonistas evidenciaban cansancio. Su centrocampismo acabó el año anémico, blando, y Cesc, especialmente, parece sufrir el mal del versátil, que es serlo todo y nada.
Era como si el cansancio de Pep se les hubiera contagiado.
Una España sin nueve era, desde luego, una España humilde, porque el nueve es un cierto carácter. En Italia, por ejemplo, juega Balotelli, que parece que nació negro de tan chuleta. Él, loco iracundo, forma junto a Cassano, loco feliz, una delantera desvinculada e impredecible. Balotelli es una lucha personal, Cassano el puro juego.
Las cassanatas evolucionan hacia una madurez feliz, de loco simpático a lo Mastroianni.
La primera parte acababa cero a cero, con algo de peligro por parte de Iniesta y un futuro tan incierto como el color de pelo de Sergio Ramos, que hoy parecía escocés (el fútbol ha llegado a un punto en el que si se le pide a un futbolista que no “pierda tono” en verano no se sabe qué se le está pidiendo).
La segunda parte empezó algo mejor, aunque sin cambios.
-Esto mejora, ya tenemos ensanchados a los italianos.
El tiquitaca, al parecer, es una larga dilatación del rival.
Prandelli sacó a Di Natale por Balotelli, que se quedó viendo el partido en el banquillo como si le acabaran de hacer una felación.
Y di Natale, que junto con Giovinco forma la auténtica delantera italiana y tiene más peligro que un político en una caja de ahorros, nos marcó el primero desmarcándose maravillosamente tras pase de Pirlo. Ante Íker, ajustó mucho la pelota al palo poniendo una cara de sicario calabrés. Luego lanzó pistoletazos al aire, loco de contento. Eso es un nueve.
Del Bosque siempre acierta en los cambios, decía el locutor ¿y cómo no va a acertar, si los hace siempre tardísimo, cuando la realidad se ha impuesto sobre las cosas como un telón sobre un escenario? Además, apareció su flor, la gardenia que don Vicente tiene en el trasero, porque cuando estaba ya tramitada la sustitución de Silva, el del City dejó un gol hecho a Cesc, que llegando batió a Buffon, porque lo mejor que hace Cesc es llegar.
Con Navas y Torres España ya tenía argumentos y Xavi e Iniesta empezaron a poder dialogar. Torres hizo algunos desmarques desgarradores sobre la ya dilatada Italia. Está “el niño” en un momento raro en el que le sobra potencia, potencia desbocada, y le falta confianza y esta mezcla le da a su fútbol un algo paradójico y desequilibrado, casi cómico. Irrumpe como un Drogba sobre las jugadas, pero como si se hubiera olvidado de ser Torres y las jugadas no las llevara ni remotamente pensadas. Se ha desnivelado Torres hacia una fisicidad ciclamen, pero ciclamen es flor, no lo olvidemos. Un poderío blanco, afásico, morón.
La Eurocopa va a ser Xavi con Iniesta descubriéndole a Torres la idea.
España pudo ganar, pero no, para qué. Del Bosque, que no llega a cansarse de sí mismo como Pep, ha encontrado el once y quizás ha permitido alumbrar dos axiomas para el tiquitaca científico español:
Uno. Se puede jugar un fútbol éticamente irreprochable (primera parte), pero si el público no vibra (segunda) no será “buen fútbol”. El fútbol (oh, Pep) es una música y el logro es el baile del rival.
Dos. La posesión es posesión-para. Siempre tiene que haber un elemento distinto con el que el poseedor dialogue. La posesión sin más entristece. La posesión requiere de lo distinto: ¡la negritud de Keita! ¡la ruptura química de Messi! ¡la felicidad roedora de Pedrito! La posesión, el tiquitaca, es una inducción, pues, una instigación.
El previo de la Eurocopa se ocupó del nueve y Del Bosque, con su coquetería de canciller del colesterol, lo tuvo claro: huir del debate y salir sin nueve. Algo de genialidad tiene, porque al final del partido la cuestión estaba resuelta y parecía que España había ganado una certeza.
Salió España con los dos mediocentros más Xavi, Silva, Iniesta y Cesc de falso nueve, aunque podría decirse también que Alba era falso tres, Arbeloa falso dos, Piqué falso cinco... Era todo una flotación homofílica, porque no es que no hubiera nueve, es que tampoco había extremos. Fue otra vez rozar el absurdo de la posesión, llevando este deporte a una rara indagación de sentido.
¿Y si todos fueran defensas? Eso ya lo intentó Clemente. El pensamiento español a lo mejor está haciendo con el fútbol lo que hicieron los alemanes con la filosofía.
El ataque español era ir subiendo un pequeño encima del otro, como castellers, un asedio infantil de la alacena imposible y alta de la mermelada.
En ese comienzo, los jugadores barcelonistas evidenciaban cansancio. Su centrocampismo acabó el año anémico, blando, y Cesc, especialmente, parece sufrir el mal del versátil, que es serlo todo y nada.
Era como si el cansancio de Pep se les hubiera contagiado.
Una España sin nueve era, desde luego, una España humilde, porque el nueve es un cierto carácter. En Italia, por ejemplo, juega Balotelli, que parece que nació negro de tan chuleta. Él, loco iracundo, forma junto a Cassano, loco feliz, una delantera desvinculada e impredecible. Balotelli es una lucha personal, Cassano el puro juego.
Las cassanatas evolucionan hacia una madurez feliz, de loco simpático a lo Mastroianni.
La primera parte acababa cero a cero, con algo de peligro por parte de Iniesta y un futuro tan incierto como el color de pelo de Sergio Ramos, que hoy parecía escocés (el fútbol ha llegado a un punto en el que si se le pide a un futbolista que no “pierda tono” en verano no se sabe qué se le está pidiendo).
La segunda parte empezó algo mejor, aunque sin cambios.
-Esto mejora, ya tenemos ensanchados a los italianos.
El tiquitaca, al parecer, es una larga dilatación del rival.
Prandelli sacó a Di Natale por Balotelli, que se quedó viendo el partido en el banquillo como si le acabaran de hacer una felación.
Y di Natale, que junto con Giovinco forma la auténtica delantera italiana y tiene más peligro que un político en una caja de ahorros, nos marcó el primero desmarcándose maravillosamente tras pase de Pirlo. Ante Íker, ajustó mucho la pelota al palo poniendo una cara de sicario calabrés. Luego lanzó pistoletazos al aire, loco de contento. Eso es un nueve.
Del Bosque siempre acierta en los cambios, decía el locutor ¿y cómo no va a acertar, si los hace siempre tardísimo, cuando la realidad se ha impuesto sobre las cosas como un telón sobre un escenario? Además, apareció su flor, la gardenia que don Vicente tiene en el trasero, porque cuando estaba ya tramitada la sustitución de Silva, el del City dejó un gol hecho a Cesc, que llegando batió a Buffon, porque lo mejor que hace Cesc es llegar.
Con Navas y Torres España ya tenía argumentos y Xavi e Iniesta empezaron a poder dialogar. Torres hizo algunos desmarques desgarradores sobre la ya dilatada Italia. Está “el niño” en un momento raro en el que le sobra potencia, potencia desbocada, y le falta confianza y esta mezcla le da a su fútbol un algo paradójico y desequilibrado, casi cómico. Irrumpe como un Drogba sobre las jugadas, pero como si se hubiera olvidado de ser Torres y las jugadas no las llevara ni remotamente pensadas. Se ha desnivelado Torres hacia una fisicidad ciclamen, pero ciclamen es flor, no lo olvidemos. Un poderío blanco, afásico, morón.
La Eurocopa va a ser Xavi con Iniesta descubriéndole a Torres la idea.
España pudo ganar, pero no, para qué. Del Bosque, que no llega a cansarse de sí mismo como Pep, ha encontrado el once y quizás ha permitido alumbrar dos axiomas para el tiquitaca científico español:
Uno. Se puede jugar un fútbol éticamente irreprochable (primera parte), pero si el público no vibra (segunda) no será “buen fútbol”. El fútbol (oh, Pep) es una música y el logro es el baile del rival.
Dos. La posesión es posesión-para. Siempre tiene que haber un elemento distinto con el que el poseedor dialogue. La posesión sin más entristece. La posesión requiere de lo distinto: ¡la negritud de Keita! ¡la ruptura química de Messi! ¡la felicidad roedora de Pedrito! La posesión, el tiquitaca, es una inducción, pues, una instigación.