Cartel de Bilbao, 2010
Urdiales, Cid y Padilla
Jorge Bustos
La última polémica nacida en los verdes valles de Euskadi, fértiles en
pendencias, ha versado sobre el toros sí o el toros no, estando los
guipuzcoanos de Cestona por lo primero y por lo segundo su alcaldesa de
Bildu, quien no ha tenido más remedio que transigir con la expresión de
la voz popular y seguir programando novilladas en fiestas. Es lo malo de
apostar por las-vías-exclusivamente-políticas-y-democráticas: después
de darnos a todos el turre de la representatividad mayoritaria de vascos
y vascas, cuando ya estamos prácticamente convencidos van, convocan de
una vez un referéndum vinculante y el resultado contradice con toda
insolencia el programa previsto de construcción nacional. Nada, que
quieren toros, en quebrantamiento flagrante del catecismo racial del
padre Sabino, el tío que ha salpicado los parques vascongados de mayor número de estatuas:
—Interrogad al vizcaíno qué es lo que quiere y os dirá “trabajo el
día laborable e iglesia y tamboril el día festivo”; haced lo mismo con
los españoles y os contestarán pan y toros un día y otro también,
cubierto por el manto azul de su puro cielo y calentado al ardiente sol
de Marruecos y España.
Pero los vizcaínos, me temo, ya no van a la iglesia y las
tamborradas no son privativas de sus dominios, como fácilmente
comprobamos paseando una tarde cualquiera por la Puerta del Sol, por no
recordar los pitidos recientemente registrados en un estadio de fútbol
de la capital. Si la fórmula peculiar del volkgeist vasco acaba
resumiéndose en toros, pitos y anticlericalismo, nosotros habremos de
profundizar en la sospecha –abrigada desde los primeros viajes a Álava,
Vizcaya y Guipúzcoa– de que no va quedando en la Península sitio más
español que el País Vasco.
La mejor corrida de toros que llevo vista en mi vida fue una de victorinos homicidas en la negra arena de Vista Alegre, a 90 machacantes
la entrada, y en la plaza no cabía un alfiler, en el supuesto de que
los alfileres de Bilbao tengan el mismo tamaño que los demás. Si Bildu
desea seguir vendiéndose como la purísima propiedad conmutativa que suma
a los vascos y a las vascas sin alterar el producto final de una Euskal
Herria grande y libre, debe apresurarse a propalar que la Fiesta
Nacional se originó realmente en una finca prerromana ubicada entre
Azpeitia y Mondragón, e identificar la bravura con la cantidad de RH
apreciable en las venas del toro de lidia. No les costará trabajo
teniendo en cuenta que la mixtificación histórica es especialidad de la
casa, como el bacalao o las cocochas.
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