En una el torero está quieto, y se casa menos, porque sólo maneja los
brazos, y se repone con sólo girar sobre los talones; en la otra agota
sus fuerzas por el bailoteo, y el giro es más extenso. En la una el
engaño sirve para quitárselo de encima; en la otra sólo sirve para
contenerle o distraerle la cabeza mientras se desvía para evitar el
hachazo. En una gira el toro alrededor del torero; en otra es el torero
el que gira alrededor del toro. En suma, de un modo se torea al toro,
mientras que del otro el que resulta toreado es el torero, ¡y esto
último no entra, que yo sepa, en el arte de torear, sino en el de ser
toreado!
Gregorio Corrochano
28 de mayo de 1925
El perfil del día es en Madrid un torero. La curiosidad lleva hoy camino de la plaza de toros, donde se presenta el Niño de la Palma, ese muchacho que es de Ronda y se llama Cayetano. La curiosidad siempre va encauzada, por lo menos, por el instinto, al que movió una remota esperanza. La presentación de un torero tiene siempre interés. ¿Quién es? ¿Qué sabe hacer? ¿A dónde llegará? Si hay antecedentes o referencias que estimulen la curiosidad, ésta aumenta de volumen y se transforma en expectación.
El perfil del día es en Madrid un torero. La curiosidad lleva hoy camino de la plaza de toros, donde se presenta el Niño de la Palma, ese muchacho que es de Ronda y se llama Cayetano. La curiosidad siempre va encauzada, por lo menos, por el instinto, al que movió una remota esperanza. La presentación de un torero tiene siempre interés. ¿Quién es? ¿Qué sabe hacer? ¿A dónde llegará? Si hay antecedentes o referencias que estimulen la curiosidad, ésta aumenta de volumen y se transforma en expectación.
El Niño de la Palma es un niño que trae ruido de hombre. Se sabe que una tarde en Sevilla..., otra tarde en..., otra tarde... y así se van engarzando relatos favorables o adversos, que hacen el fallo más vario e interesante, por lo preciso, por lo que tiene de pronóstico. La curiosidad está muy justificada y favorecida por la necesidad. Hace falta el torero joven, ese torero joven que en las épocas de paralización vino a poner en marcha el toreo. ¿Va a ser éste el Niño de la Palma? Condiciones tiene; pero... Me acuerdo de Lagartijo y de D. Amós Salvador. Cuenta D. Amós Salvador que Lagartijo tenía un sobresaliente de espada que le pedía siempre que le dejase el último toro. Llegó un día en que el sobresaliente tuvo que matar un toro. Entonces el banderillero explicó al maestro todo lo que iba a hacer para igualar, perfilarse y dar la estocada, y preguntó, después de haberse explicado bien:
-¿Me falta algo, maestro?
Y el maestro le contestó:
-Hacerlo.
Alguno pensará: ¿dónde cuenta esto don Amós Salvador, si este D. Amós es el conocidísimo hombre público, si no escribió, que se sepa, ningún Tratado de tauromaquia?
Pues lo cuenta -D. Amós, el conocidísimo hombre público- en un Tratado de tauromaquia que se llama Teoría del toreo, inédito, y dedicado al duque de Veragua (padre del actual), quien le comentó. Lo escribió en una época de poca salud, en la que no le dejaban trabajar intensamente, y, a modo de entretenimiento fue dictando sus opiniones acerca del toreo, y cuando acabó se lo envió al duque para que lo comentase, sin que nadie se enterase, y cuidando de que quedase entre los dos el secreto de esta calaverada: “Porque -decía D. Amós- si con la teoría del juego de pelota, que escribí a unos amigos desde El Sardinero, en cuatro cartas, y que ellos publicaron sin consentimiento mío, por broma y con el seudónimo de X, me sucedió que lo averiguaron los periodistas, y apenas juré el cargo de ministro el año 1894 me dedicaron un artículo titulado De pelotari a ministro, y me obsequiaron con cientos de caricaturas manejando la cesta, ¡no quiero pensar en lo que harían ahora conmigo! ¡Cuántas caricaturas harían de dos viejos ex ministros metidos a toreros! ¡Y qué guapos estaríamos los dos con nuestras caras arrugadas, vestidos con trajes de luces! ¿Qué dejarían en pie de nuestras teorías los chicos de la Prensa?"
Don Amós Salvador, miembro de varias Academias y de la Escuela de tauromaquia, de haber existido, temía que su cuartillas cayeran en manos de un chico de la Prensa. Uno de estos chicos -la Prensa no tiene edad-, ávido de lecturas extrañas y curioso de papeles, se ha topado con el libro cuando ya no ha lugar a caricaturas, porque la última caricatura la hace siempre la muerte. Y se topó con el libro manuscrito a la par que se topó con un torero que, por sus condiciones, es una gran esperanza de la fiesta, y quiero acoplar las dos circunstancias por si logro hacerlas coincidir.
Sienta D. Amós como principio fundamental del torero dos maneras de engañar a los toros, que constituyen dos toreos distintos. El uno movido, el otro quieto; uno de agilidad, otro de inteligencia; uno de pies, otro de brazos; uno malo, por lo inquieto e indisciplinado; otro bueno, y único recomendable, por la clásico y elegante. A éstos llama él los verdaderos toreros.
“Para realizar toda suerte -dice la Teoría del toreo, de D. Amós- debe colocarse el torero en la dirección del toro, y desde este momento el toro queda interpuesto en el terreno del torero, y éste en el de aquél, de modo que si el toro va por el suyo, y en su dirección debe coger, a menos que para impedirlo se interponga una suerte destinada a desviarlo. Pero esto puede hacerse de dos maneras; consiste la primera en señalarle un terreno y darle una salida por medio del engaño, sacando y extendiendo los brazos, con lo cual se le lleva fuera de su línea, quedándose quieto el torero; consiste el otro en dejarlo empapado en el engaño y en su propia dirección y salirse de ella moviendo los pies. ¡La diferencia es colosal! La una descompone el toro, haciéndole describir una curva y contracurva extensas, y hace que el toro necesite más tiempo para reponerse y volver a embestir; la otra cambia los papeles, y hace que tarde más en reponerse el torero que está en movimiento. En una el torero está quieto, y se casa menos, porque sólo maneja los brazos, y se repone con sólo girar sobre los talones; en la otra agota sus fuerzas por el bailoteo, y el giro es más extenso. En la una el engaño sirve para quitárselo de encima; en la otra sólo sirve para contenerle o distraerle la cabeza mientras se desvía para evitar el hachazo. En una gira el toro alrededor del torero; en otra es el torero el que gira alrededor del toro. En suma, de un modo se torea al toro, mientras que del otro el que resulta toreado es el torero, ¡y esto último no entra, que yo sepa, en el arte de torear, sino en el de ser toreado!”
Luego discurre acerca de los tres tiempos indispensables al clasicismo y buen arte de torear: citar, cargar la suerte y rematarla. Y saca esta consecuencia: “Cuando los tres tiempos que acabo de indicar no se señalan ni observan, la suerte está mal hecha y no resulta ni eficaz, ni elegante, ni clásica.” Estima que la principal condición de un torero consiste en ver venir a los toros y dejarlos llegar.
El duque de Veragua, en los comentarios, dice: “Me parece magistralmente tratado todo cuanto se refiera a la posición de los pies (que no es precisamente juntos, sino más avanzado el de salida, para cargar la suerte), cosa en la que se fijan poco los que pasan por inteligentes. Esos detalles, que parecen nimios, contribuyen de un modo decisivo a la seguridad del torero, a la corrección y elegancia de las suertes. Hay otros de que ya no queda ni siquiera memoria, y aun cuando no alcanzan la importancia de los que usted enumera, merecen atención. Me refiero a la manera de coger el capote. Dejo aparte la manera grosera de cogerlo a puñados: aludo a la distancia a que deben colocarse las manos con relación al cuellos de la capa.”
Y esta delicada observación, que luego explica y razona el duque, da idea de cómo en la Teoría del toreo y en sus comentarios se atiende a los detalles de fondo y de forma, que constituyen el principio fundamental del arte de torear.
Una circunstancia ocasional me ha hecho leer este manuscrito de D. Amós Salvador y del duque de Veragua el día que se anuncia que va a torear en Madrid ese muchacho que es de Ronda y se llama Cayetano. El nombre es de torero; el pueblo, también. Condiciones tiene; yo las he visto. Y porque temo que los muchos vicios taurinos, que hay que escardar, como la mala semilla, influyan en su toreo, le dedico, por si de algo le sirviesen, estas puras ideas del arte de torear que acabo de leer. La teoría es clara y sencilla. ¿Falta algo? Contesto con la palabra de Lagartijo: hacerlo.
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2003