Jorge Bustos
Cuando a ustedes les hablen de un deporte eminentemente mental, donde
“lo importante es sobre todo la cabeza”, ya pueden dar por descontadas
unas agujetas del carajo al día siguiente de decidirse a practicarlo. Se
dice por ejemplo que Rafa Nadal gana sus homéricos
torneos en virtud de una inigualable capacidad de concentración que
desquicia a los adversarios, todos ellos tocados al parecer por la
varita torcida de la oligofrenia. El hecho de que con los bíceps del
tenista mallorquín podrían reponerse los remaches oxidados del puente de
Brooklyn resulta secundario para tanto exégeta bombástico como puebla
el periodismo deportivo, siempre dispuesto a compensar su falta endémica
de hondura a base de derrochar cursilería.
Veamos, la mente es importante en cualquier deporte desde que se
descubrió que el aparato locomotriz viene gobernado por impulsos
electromagnéticos con sede en el cerebro. Pero vamos, que por deporte
mentalmente exigente uno, en puridad, entendía el ajedrez, y no: lo que
de verdad requiere cabeza parece que son juegos tan sudoríparos como el
tenis o el ciclismo. El ciclismo ha perdido crédito en el ámbito
profesional a medida que lo ha ido ganando desaforadamente en el civil.
De hecho, en las modernas metrópolis del primer mundo el ciclismo ha
adquirido una cualidad no ya ética sino redentora, una categoría
teológica además de teleológica, lo que quiere decir –para aquellos de
ustedes que no se hayan quemado las pestañas estudiando en verano las
síntesis tomistas– que la bici, además de llevarte a los sitios, te
santifica civilmente por el camino. Tan es así que se medita incluir,
junto a la aspiración garantizada a la felicidad, el Derecho a Montar en
Bici en la Carta Magna yanqui, con cláusula de adhesión para las
constituciones europeas. Entre nosotros un decidido partidario de la
bicicleta es Gallardón, quien viendo cómo se las
gastaban en Ámsterdam y en París acondicionó aquí un carril-bici que
contornea el mapa de la capital. El domingo no supe negarme a la
propuesta de mi primo:
—¿Te vienes a recorrer el Anillo Ciclista? Hasta la Casa de Campo y volver, es facilito.
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