jueves, 10 de mayo de 2012

A la Feria

¡Que viene la Feria!

José Ramón Márquez

Hoy comienza, al fin, la feria de nuestros pecados. Ahora tenemos un mes por delante, que se hará muy corto, para disfrutar de la impagable ilusión de bajar cada tarde por la calle de Alcalá caminito de la Plaza. Un mes en el que nos importará el tiempo, si llueve o si hace viento; un mes en el que todas las tardes tendremos la dulce obligación de acudir al sitio en el que más nos gusta estar, para ver el espectáculo que más nos gusta ver. Si luego, además, se diese la conjunción planetaria de que saliesen los toros y los toreros con fuerza, con casta y con poder, entonces ya podríamos decir que estaríamos tocando el cielo; pero incluso con las más nauseabundas ganaderías -y hay unas cuantas anunciadas- y con los toreros más previsibles -qué decir-, la ilusión de bajar durante un mes cada tarde, con la entrada en el bolsillo, a las siete menos cuarto por la calle de Alcalá, es lo más parecido al paraíso que uno concibe.
    
Y luego, ya una vez dentro, el ambientazo de Feria, tan distinto de los días de corrida en temporada, con el trajín de los pasillos antes de entrar, los de la sombra y los del sol, los jubilados armados de periódicos gratuitos, los de pueblo y los de ciudad, lo que queda del siete, con Faustino como la estatua de la canción de Maná, los pitillos de Manolo, custodio del orden público, los bocatas a dos carrillos de Moncholi, los amigos que ya no están y los viejos cascarrabias que nos enseñaron, lo que queda de la andanada del ocho, el Niño de Santa Rita, los compañeros del abono, los burladeros del callejón atestados de señoras, los que van a comer pipas, Toribio en barrera y Florencio en la grada, el caballo de la Barbie, el fenicio y sus secuaces en el nido del águila, los ponedores y los pícaros del patio del desolladero, los julystas huérfanos, las ovaciones al penco cuando lo levantan los monos, los pitones, que muchos sólo verán aquí en toda la temporada, el plas-plas-plas de censura y el bieeeen por el ole, en suma, todas esas cosas cotidianas que no saca la tele y que son el día a día de la bendita Feria de San Isidro, esa especie de tribunal de oposición taurino que hace a esta feria de ciudad sin fiesta tan distinta a cualquier otra feria de cualquier otro lugar.

¡Ah!, y la imprescindible, divina, presencia de Jorge Laverón, que lleva lustros avisándonos:

- A la Fiesta le falta un mechón...