miércoles, 16 de mayo de 2012

En memoria de José Gómez Ortega, Gallito. La casa de los Gallos


Gregorio Corrochano
Abc

    Sentía una vieja curiosidad por conocer al torero más allá de la plaza de toros, en su casa, en su ambiente, entre sus amigos, algo más íntimo, menos teatral que las tardes de corrida, en las que todo es falso, desde el traje de relumbrón hasta la alegre sonrisa, desde la gallardía de una figura estudiada y compuesta hasta el valor no menos estudiado y afectado que la figura. Quise además conocer al torero en las faenas de campo, en el acoso y derribo de las reses, complemento de la vida del lidiador. Y vine a Sevilla, aprovechando una ocasión en la que todo esto se me ofrecía.
    
He visitado la casa de los Gallos, una de las más características. Joselito nos servía de cicerone.

    -Éste es el despacho de Rafael y éste es el mío.
    
Son las dos primeras estancias con que se tropieza el visitante, después de trasponer la escalinata y antes de llegar al patio.

    Nuestro deseo estaba satisfecho; vimos el resto de la casa, por cortesía, no por curiosidad, que estos despachos nos ofrecían elementos suficientes para componer el carácter, los gustos, las aficiones, el ambiente en que viven sus dueños.

    Joselito tiene en su despacho una enorme caja de caudales; Rafael, no. Rafael tiene una caja de reloj sin reloj. Además de los retratos familiares, comunes en ambas estancias, hay en la de Rafael un busto del Rey D. Alfonso, una bendición apostólica con indulgencia plenaria -concedida al torero por el Papa Pío X- y un cuadro de Roberto Domingo en el que se copia una tarde de desastre taurino. Es una plaza de toros. El público, en actitud airada, trata de arrojarse del tendido al ruedo, y en éste, el Gallo pincha desesperadamente en el cuello de un toro que sangra por todas partes; al fondo se ven los cabestros, que salen para llevarse al toro al corral. Es un cuadro graciosísimo, que revela el humor del torero que lo exhibe en su despacho.

    Visitaba Rafael una Exposición de asuntos taurinos. Vio un torero con la pechera desgarrada en actitud de desafío ante un toro que rodaba de una estocada. “Éste es el Machaquito”, dijo el Gallo. “Y éste soy yo”, añadió vivamente al ver el cuadro titulado Al corral.
    
Y compró el cuadro, con una condición: puesto que aquello estaba inspirado en él, pidió al pintor que rectificara la cabeza del torero y pusiera la suya.

    Y así se hizo, y así está, desentonando con su nota bufa la severidad de aquel despacho, repleto de muebles antiguos.

    Entre los objetos taurinos que decoran la estancia hay una hermosa cabeza de toro con las dos orejas cortadas. Fue del primero que mató en Valencia después de la grave cogida de Algeciras; un buen ejemplar de Pablo Romero.
    
El despacho de Joselito es moderno, es el despacho de un torero, predomina la nota taurina, tiene toda la afición que su dueño. Encima del sillón hay un documento del año 81 en el que se reconoce privilegio de alternativa a las plazas de Maestranza de Ronda y Sevilla. Firman el acuerdo Antonio Carmona, Manuel Domínguez, Lagartijo y El Tato. En un lienzo de pared hay tres cabezas de toros: la del centro tiene una oreja cortada; esta oreja que falta es la primera que se concedió en Sevilla. Las dos cabezas extremas son de dos toros de Miura que mató Gallito el 29 de Septiembre de 1915, la tarde anterior de cortar la oreja del santacoloma.

    -Esos son los toros que he matado más a mi gusto -dice Joselito-; como usted ve, eran dos buenos mozos, y además tenían mucho que matar, particularmente el colorado. Fueron los que me prepararon el triunfo de la oreja; por eso tienen esa colocación.
    
Y siguió Gallito refiriéndonos la historia que tenían todas aquellas cabezas disecadas.

    Llegamos a un caso curioso.

    -En este toro estuve fatal.

    -¡Cómo!
    
-Como usted lo oye, fatal; corté la cabeza por curiosidad. Era del duque de Tovar. Viendo un día la ganadería con el duque le llamé la atención sobre un toro que sobresalía de todos por su enorme tamaño. “Duque, al que le toque ese mozo, ya va servido. ¿Para dónde lo destina usted?” “Para ninguna parte -dijo Tovar-, porque desiguala mucho.” Y voy a una feria y lo primero que me veo es el toro. ¡Usted calcule el efecto que me hizo! Se le deja para sobrero, y se hace el sorteo. A poco, nos manda un recado el gobernador, diciendo que había que repetir el sorteo, metiendo el sobrero, porque uno de los otros toros se había inutilizado. Se hace el nuevo sorteo, y me toca a mí. Desde que le vi en los corrales, no sé por qué me figuré que tenía yo que matarlo, y así pasó. Era un toro enorme, con un poder como yo no he visto otro y con siete gatos en la barriga. Como le he dicho, estuve fatal, y me la gané. Le conservo por la serie de circunstancias que concurrieron desde que le vi en la finca hasta que le arrastraron.
    
La capilla donde oyen misa los días festivos y reza la madre las tardes de corrida. Se venera la Virgen de la Esperanza, la Macarena, como la llaman los sevillanos. El manto de la Virgen es de gran riqueza. Se lo regaló Joselito por aquella cogida de San Sebastián en la que una medalla de la Virgen, que llevaba en el pecho, le libró de una cornada.
    
Cuando salimos al patio paraba en la puerta un coche de corte andaluz, tirado por cuatro mulas cascabeleras.

    -Ahí está Rafael –dice José al oír el coche.

    Aún tarda un rato Rafael en entrar a la casa. Le han detenido una gitana que le pide dinero, una mujer que le da una carta al pasar como quien entrega un memorial, y un chicuelo que le habla al oído.
    Los pedigüeños o los necesitados que vigilan la entrada del torero pródigo desparecen; a poco se ven otros de la misma catadura que vigilan la salida.

18 de noviembre de 1916
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2003