jueves, 17 de mayo de 2012

El padrino del torero

El Gallo saluda a Fortuna en su alternativa
Madrid, junio de 1916

Wenceslao Fernández Flórez
Abc


Ante una de las ruletas del Gran Casino, Fortuna, con las manos a la espalda, disimulada la coleta entre el pelo abundante, mira con una vaga curiosidad cómo el dinero ajeno se distribuye sobre los números para ser prontamente recogido por las raquetas.

Fortuna va a torear a Bayona. La francesa ciudad fronteriza, después de la victoria, vuelve a su afición con ese entusiasmo hacia los toros que Daudet precisó en uno de los cuentos en que quiso pintar el carácter de los hombres del Mi-di.

Fortuna va a torear en Bayona. Pero nosotros no pensamos precisamente en Fortuna.

Nosotros cavilamos:

-¡Cuál no será la preocupación de nuestro amigo Víctor Santisteban!

Santisteban es el hombre que lanzó a Fortuna. Diego Mazquiarán era un rapazuelo cuando Santisteban comenzó a ampararle. Le ayudó, le aconsejó, veló por él, atizó su entusiasmo, corrigió sus errores... Padeció esos disgustos que tan bien conoce el señor conde de Romanones, protector de Saleri II. Existe en España un tipo que no está todavía estudiado: el lanzador de toreros. El hombre que tiene su torero es una mezcla del hombre que tiene un hijo, del coleccionista que posee un objeto único y preciso y del creyente que tiene un dios. También participa de la psicología del señor que padece un grano. Pero en ninguno de estos tipos podrá encontrarse una tan íntima, tan estrecha solidaridad como entre el hombre que lanza al torero y el torero. El padre no se solidariza con su hijo, ni el coleccionista con su objeto ni el señor con su grano, como el descubridor con el diestro.
Él ha recabado para sí toda la gloria y también toda la responsabilidad. Cuando está en el ruedo su lidiador él es el que está en el ruedo; él quien da la estocada, quien se luce en una verónica, quien es “encunado”, quien recibe los aplausos, quien oye las pitas...

Nuestro amigo Santisteban, aunque verdaderamente está en Vizcaya o en Asturias, está toreando en Bayona de Francia. ¿Cómo va a quedar? Él lo ignora. El domingo de cinco a siete, cuando se pasee por los malecones de Ribadesella o por la plaza Elíptica de Bilbao, Santisteban no sabrá si ha dado una media caída o un pinchazo en los “rubios”. Santisteban no sabrá siquiera si ha sido enganchado por la taleguilla.

Pero él se estará jugando su reputación ante un público extranjero.

Y he aquí cómo este hecho de apadrinar a una aficionado viene a complicar gravemente la existencia de un hombre. Santisteban se encuentra ahora arrastrado más allá de las fronteras, sometido a la crítica de La Gazette de Biarritz y de Le Courrier de Bayone, cuando él no contaba más que con la fría vivisección que pudiese hacer Corrochano. Santisteban pensó en afrontar la responsabilidad de las faenas de Fortuna. Pero hace unos días, Fortuna es declarado sucesor de Cocherito. Esta herencia arroja sobre el joven torero el pesado deber de mantener bien altos los prestigios taurinos de Vizcaya. Así, sobre Santisteban recae una misión trascendental e inesperada. No es ya Fortuna solamente: es la sombra de Cocherito: más aún: la reputación de Vizcaya en los circos... ¡Grave cuidado! Si alguna vez –contra lo que es de esperar según Corrochano– Fortuna compromete todo este cúmulo de prestigios, no será de extrañar que Santisteban salte a la arena entristecido, amargado, y en los mismos “medios”, como mandan los clásicos, se corte a sí propio los pelos de la coronilla.

19 de septiembre de 1919

LAS TAURINAS DE ABC

EDICIONES LUCA DE TENA, 2003

El toro estoqueado por Fortuna en la Gran Vía de Madrid