Crucifixión
Santiago de Compostela
Santiago de Compostela
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El sueño que me quitó el sueño es el “Sueño” de Jean-Paul Ritcher. El sueño de la muerte de Dios: “Discurso de Cristo muerto en lo alto del edificio del mundo: no hay Dios.”
El lugar del anuncio es la iglesia de un cementerio: los sepulcros se abren y los muertos avanzan hacia la resurrección. Aparece en el cielo un Cristo muerto: la multitud de las sombras corre a su encuentro con una angustia terrible: “¿No hay Dios?” Cristo desciende y dice: “He recorrido los mundos, subí hasta los soles y no encontré a Dios alguno; bajé hasta los últimos límites del universo, miré los abismos y grité: ‘Padre, ¿dónde estás?’ Pero no escuché sino la lluvia que caía en el precipicio. Y cuando busqué en el mundo inmenso el ojo de Dios, se fijó en mí una órbita vacía y sin fondo.”
Entonces los niños muertos se acercan y le preguntan: “Jesús, ¿ya no tenemos Padre?” Y Él responde:
–Todos somos huérfanos. Vosotros y yo. ¡Todos estamos sin Padre!
En la atrofia de la memoria sitúa el viejo Steiner el rasgo dominante de la cultura de nuestra época: “Las alusiones más elementales al Antiguo y al Nuevo Testamento, a los clásicos, a la historia antigua y europea, son ahora herméticas.”
La Pasión documenta el pensar religioso que informa la mejor civilización humana, aunque hoy, por ser Viernes Santo, un “agnóstico” de sofá, por haber visto el último youtube de Dawkins (“¡Dawkins es un cretino!”, refunfuña Gustavo Bueno), te conceda que Cristo fue... el primer revolucionario.
(A lo que, hace siglo y medio, contestó Donoso Cortés: “Es cierto. Pero Jesucristo no derramó más sangre que la suya”.)
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Abc
El sueño que me quitó el sueño es el “Sueño” de Jean-Paul Ritcher. El sueño de la muerte de Dios: “Discurso de Cristo muerto en lo alto del edificio del mundo: no hay Dios.”
El lugar del anuncio es la iglesia de un cementerio: los sepulcros se abren y los muertos avanzan hacia la resurrección. Aparece en el cielo un Cristo muerto: la multitud de las sombras corre a su encuentro con una angustia terrible: “¿No hay Dios?” Cristo desciende y dice: “He recorrido los mundos, subí hasta los soles y no encontré a Dios alguno; bajé hasta los últimos límites del universo, miré los abismos y grité: ‘Padre, ¿dónde estás?’ Pero no escuché sino la lluvia que caía en el precipicio. Y cuando busqué en el mundo inmenso el ojo de Dios, se fijó en mí una órbita vacía y sin fondo.”
Entonces los niños muertos se acercan y le preguntan: “Jesús, ¿ya no tenemos Padre?” Y Él responde:
–Todos somos huérfanos. Vosotros y yo. ¡Todos estamos sin Padre!
En la atrofia de la memoria sitúa el viejo Steiner el rasgo dominante de la cultura de nuestra época: “Las alusiones más elementales al Antiguo y al Nuevo Testamento, a los clásicos, a la historia antigua y europea, son ahora herméticas.”
La Pasión documenta el pensar religioso que informa la mejor civilización humana, aunque hoy, por ser Viernes Santo, un “agnóstico” de sofá, por haber visto el último youtube de Dawkins (“¡Dawkins es un cretino!”, refunfuña Gustavo Bueno), te conceda que Cristo fue... el primer revolucionario.
(A lo que, hace siglo y medio, contestó Donoso Cortés: “Es cierto. Pero Jesucristo no derramó más sangre que la suya”.)
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