Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Doscientos años de la Pepa, a la que el Palace banquetea en Madrid con un “homenaje gastronómico”, que dicho tiene Larra que el encargado en España de las grandes celebraciones es el estómago.
Inglaterra, al no tener Pepa que celebrar, nos envía a sus gordos a devorar pepitos en nuestras fondas, donde, gracias a ellos, todos los días es Santa Pepa.
Cuando supe de una Constitución que era la Pepa me llevé una desilusión política sólo comparable a la desilusión lírica que me produjo enterarme de que la Marisol de Luis Lucia (“lucia vaca que rumia”) era Pepa Flores, luego desdoblada en “corzas mellizas” del Interviú.
Para los tertulianos, la Pepa es la cuarta religión del Libro, el Big Bang de lo liberal, y eso que en Cádiz, redactando, tenían a Gutiérrez, un señor de Burgos.
Lassalle, el amo de llaves de la Cultura, dice que lo mejor de la Constitución del 78 es heredero de la Pepa, pero nadie sabe qué idea de “lo mejor” gasta Lassalle.
La del 78 es una Constitución “punk”, con la que pueden apañarse un Calvo-Sotelo, que era como el señor de negro de Mingote, y un Zapatero, que es como el Sid Vicious de los oficinistas de León.
–La España ilustrada que rompe sus cadenas… –se arranca, setentayochista, Lassalle, caballero algo más antiguo que Emilio Romero, que definió esa Constitución como “fabuloso guante Varadé, antes de que se suicidara la Fornarina”.
78 de Guerra y Abril: setentayochistas (un director de teatro sin teatro y un ingeniero agrónomo del Icona) que no son sino unos doceañistas que, delante de la cuartilla en blanco, sienten la goma de la careta y la nostalgia del azadón.
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