miércoles, 28 de marzo de 2012

Hablar

Esta siesta no es pereza, sino gatopardismo

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

Primero Rajoy, y ahora, Mourinho. Que no hablan. ¿Morriña, saudade del poder?

Dicho está que España habla y habla, y como todo pueblo que se va por la boca siente el horror de la acción: Rajoy y Mourinho, ambos más de hacer que de hablar, serán dispersados por la elocuencia de los charlatanes.

No sé lo de Rajoy, pero Mourinho es un caso de genio a los pies de los caballos: su talento escandaliza en el tertulianismo como la salud en el hospital. Más, todavía, que Cristiano, de quien se dijo que era un Pocholo del trasnoche y resulta que sale menos que El Cachorro.

Pueblo tan llano, el nuestro, que nunca aprendió la que Manuel Bueno dijo “adorable función de admirar que nace del entusiasmo inteligente”. El españolejo se da a sí mismo una importancia tal que cree que admirar es desprenderse de algo que conviene abortar.

Nuestro lema es, de antiguo, “nihil admirari”.

“Que las palabras sean pocas, / pero muy bien empleadas”, dice el romance portugués. Mas (ay, Jesús) el silencio es consigna masónica, y, tratándose de Mourinho, habrá que ponerse en lo peor.

Sólo sé de dos silencios más inquietantes que los de Rajoy y Mourinho: el de las sirenas homéricas (el silencio, no el canto, es la amenaza, avisa Kafka) y el de la siesta andaluza, pues sólo en pleno día andaluz, a las tres de la tarde, es, dice Pemán, cuando las cosas están verdaderamente calladas.

Esta siesta no es pereza, sino gatopardismo:

En Sicilia no importa hacer mal o bien: el pecado que nosotros los sicilianos no perdonamos nunca es simplemente el de “hacer”. Somos viejos, Chevalley, muy viejos.