miércoles, 29 de febrero de 2012

Mantener el tipo


Hughes

El ayudante de tanto tiempo de Ruiz-Mateos, Víctor de la Cruz, ha aparecido recientemente en algunos medios para escenificar una venganza fría contra su antiguo jefe. Este señor, que remeda la figura clásica del gracioso, era su ahijado, su ayudante pícaro, el Ciutti del donjuanismo mercantil del jerezano. Con gracia del Sur y desenvoltura lumpen ha explicado sus industrias en los años entre Rumasa y Nueva Rumasa: ir de supermán, amaestrar a un loro para llamar ladrón a Botín, colocar el teléfono de Miguel Boyer en una página de contactos, ocupar la casa contigua para amargar la existencia de Isabel Preysler pidiéndole sal cada día… Al ser preguntado, Ruiz-Mateos ha encogido los hombros:

-Se hacía lo que se podía para mantener el tipo.

Para aguantar, para salvar su figura, se entiende, pero hay otra acepción carnavalera y gaditana de la palabra tipo: la de disfraz. El señor Ruiz-Mateos organizó una especie de TIA de activismo alegal y humorístico con este señor con trazas de Mortadelo, montando un acoso de grandes bromas pesadas, disfrazándose de superhéroe, de torero, de chulapo, empelucado, “para mantener el tipo”, el disfraz, ¡para mantener su disfraz último de emprendedor jerezano!
Mantener el tipo es aguantar el disfraz de cada uno, su compostura. Lo más complicado no es ser uno mismo, es llevar bien el disfraz. Larra decía que carnaval era siempre y, bien mirado, lo propiamente carnavalesco no es disfrazarse, sino el desvelamiento de los disfraces del mundo. Carnaval es señalar las caretas que se llevan todo el año. Cuando caminamos las ciudades en carnestolendas siempre hay un momento hilarante en que ante determinadas personas dudamos de si verdaderamente van o no disfrazadas.


-Este señor, con estas gafas, este bigote y la gabardina, ¿será un disfraz?

Hay una continuidad humana en el disfraz, en el embozo obsesionado, y carnaval es desvelar los tipos, destaparlos, y este año ha faltado el disfraz de austeridad, señora recta y exangüe, el de tijera de los recortes o el del empresario despedidor.

Lo que nos fataliza no es el carácter, sino la figura, el tipo. Así, las imágenes de Urdangarín, demacrado, enflaquecido, son las de alguien que ha perdido su disfraz, alguien que camina en la desnudez de sí mismo sin la integridad de su coraza, hombre sin tipo que casi no proyecta sombra.

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