Lily Langtry
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
¿Qué? ¿Sobrecogidos, como mandan los comisarios políticos de TV, con el entierro de la sardina en Valencia?
La izquierda fallera es así: en la primera República bombardeó Alcira y Alicante, y en la segunda, el pobre Alcalá-Zamora anota en sus diarios de febrero del 36 “el espectáculo repugnante del asalto (sindicalistas de juerga electoral) al Sanatorio de Leprosos de Alicante, con la dispersión de aquellos desventurados, y el espanto de los lugares próximos”. Así que, si hay que sobrecogerse, a uno casi lo sobrecogen más los números del documental de Garzón.
Por las cuentas de Cultura, “Escuchando al juez Garzón”, de Isabel Coixet, no es “El juicio de Nuremberg” de Stanley Kramer, como en la gala de los Goya hicieron creer: 1.259 espectadores y 7.064,19 euros son sus números.
Con el gracejo de Tony Blair cuando lo de Aznar, 1.259 son algunos menos que los convencidos de que Elvis sigue vivo. Parecen tan pocos, que hasta un hombre austero como Garzón podía haber comprado todo el taquillaje para asistir, solo, al estreno del documental, a imitación de Roy Bean (Walter Brennan) en la escena cumbre de “El forastero” de William Wyller, con el juez vestido de gala (incluido el sable), solo en el teatro, para asistir a la actuación de Lily Langtry, el Lirio de Jersey, que en el caso que nos ocupa sería la propia Coixet, que saltó a la fama de progreso cuando un fotógrafo la demandó por plagio.
¡1.259! Es para hacerse un pin, como los amigos de Otegui con su número de presidiario. Y todo por un certificado de defunción de Franco que cualquier gestoría te despacha por cincuenta euros.
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Abc
¿Qué? ¿Sobrecogidos, como mandan los comisarios políticos de TV, con el entierro de la sardina en Valencia?
La izquierda fallera es así: en la primera República bombardeó Alcira y Alicante, y en la segunda, el pobre Alcalá-Zamora anota en sus diarios de febrero del 36 “el espectáculo repugnante del asalto (sindicalistas de juerga electoral) al Sanatorio de Leprosos de Alicante, con la dispersión de aquellos desventurados, y el espanto de los lugares próximos”. Así que, si hay que sobrecogerse, a uno casi lo sobrecogen más los números del documental de Garzón.
Por las cuentas de Cultura, “Escuchando al juez Garzón”, de Isabel Coixet, no es “El juicio de Nuremberg” de Stanley Kramer, como en la gala de los Goya hicieron creer: 1.259 espectadores y 7.064,19 euros son sus números.
Con el gracejo de Tony Blair cuando lo de Aznar, 1.259 son algunos menos que los convencidos de que Elvis sigue vivo. Parecen tan pocos, que hasta un hombre austero como Garzón podía haber comprado todo el taquillaje para asistir, solo, al estreno del documental, a imitación de Roy Bean (Walter Brennan) en la escena cumbre de “El forastero” de William Wyller, con el juez vestido de gala (incluido el sable), solo en el teatro, para asistir a la actuación de Lily Langtry, el Lirio de Jersey, que en el caso que nos ocupa sería la propia Coixet, que saltó a la fama de progreso cuando un fotógrafo la demandó por plagio.
¡1.259! Es para hacerse un pin, como los amigos de Otegui con su número de presidiario. Y todo por un certificado de defunción de Franco que cualquier gestoría te despacha por cincuenta euros.
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