Pepe Cerdá
-Lo único que se ha de hacer con los animales es quererlos. Yo pasé toda mi niñez rodeado de los corderos que le regalaban a mi padre los pastores de los rebaños en trashumancia. Mi padre era guardia de riegos y también vigilaba la cabañera. Por eso los pastores y ganaderos le regalaban algunos lechales. Yo les criaba con biberón y eran mis únicos amigos. Aún no he perdonao a mi padre (ahora se le humedecen los ojos), no, no lo llevo bien, aún ahora recuerdo cómo los degollaba mientras se reía de mí…
Esto me lo cuenta un amigo en el bar de Villamayor. Mi amigo tiene casi setenta años y aún se emociona.
Algo de esto pasa con la pintura. Lo único que se ha de hacer con la pintura es: quererla. Y sólo queriéndola con toda tu alma puede que algún día ella te quiera a ti. Es así de simple. Por esto, por lo simple que es, lo complican todo lo que pueden los teólogos aficionados que ahora llamamos críticos de arte.
Y es que a la pintura le pasa como al ingenio. El ingenio es evidente y no se puede fingir. Lo que se puede fingir es la sabiduría por medio de la arrogancia y la pedantería pero el ingenio no. El ingenio explota en el cerebro del oyente o del lector y no hay censura ni autocensura que valga. Por eso los gobernantes totalitarios lo temen y lo prohíben.
Por esto se puede fingir ser un artista, pero no se puede fingir ser un pintor. La pintura, la buena, explota en el cerebro del espectador. Sin filtros , sin prejuicios. Por esto es peligrosa y la desdeñan los que están en la sabiduría del arte, porque se quedarían sin trabajo y sin función si dejasen al mundo del arte sin instrucciones de uso.
Lo único que se ha de hacer con la pintura es quererla como quería mi amigo en su niñez a los corderos: de un modo absoluto y de igual a igual. Era su padre al ridiculizar su llanto mientras degollaba al cordero el que lo situaba en el escalafón moderno. El que le hacía sentirse mal por ser tan poco desarrollado.
Los del secreto del arte intentan hacer lo mismo con los que aman la pintura. Pero llevan un siglo largo y no lo han conseguido.
-Lo único que se ha de hacer con los animales es quererlos. Yo pasé toda mi niñez rodeado de los corderos que le regalaban a mi padre los pastores de los rebaños en trashumancia. Mi padre era guardia de riegos y también vigilaba la cabañera. Por eso los pastores y ganaderos le regalaban algunos lechales. Yo les criaba con biberón y eran mis únicos amigos. Aún no he perdonao a mi padre (ahora se le humedecen los ojos), no, no lo llevo bien, aún ahora recuerdo cómo los degollaba mientras se reía de mí…
Esto me lo cuenta un amigo en el bar de Villamayor. Mi amigo tiene casi setenta años y aún se emociona.
Algo de esto pasa con la pintura. Lo único que se ha de hacer con la pintura es: quererla. Y sólo queriéndola con toda tu alma puede que algún día ella te quiera a ti. Es así de simple. Por esto, por lo simple que es, lo complican todo lo que pueden los teólogos aficionados que ahora llamamos críticos de arte.
Y es que a la pintura le pasa como al ingenio. El ingenio es evidente y no se puede fingir. Lo que se puede fingir es la sabiduría por medio de la arrogancia y la pedantería pero el ingenio no. El ingenio explota en el cerebro del oyente o del lector y no hay censura ni autocensura que valga. Por eso los gobernantes totalitarios lo temen y lo prohíben.
Por esto se puede fingir ser un artista, pero no se puede fingir ser un pintor. La pintura, la buena, explota en el cerebro del espectador. Sin filtros , sin prejuicios. Por esto es peligrosa y la desdeñan los que están en la sabiduría del arte, porque se quedarían sin trabajo y sin función si dejasen al mundo del arte sin instrucciones de uso.
Lo único que se ha de hacer con la pintura es quererla como quería mi amigo en su niñez a los corderos: de un modo absoluto y de igual a igual. Era su padre al ridiculizar su llanto mientras degollaba al cordero el que lo situaba en el escalafón moderno. El que le hacía sentirse mal por ser tan poco desarrollado.
Los del secreto del arte intentan hacer lo mismo con los que aman la pintura. Pero llevan un siglo largo y no lo han conseguido.