Es de esperar que el Supremo lo tenga tan claro con Bildu como lo tiene la UEFA con Mourinho –de quien se dice que busca al último lince ibérico para apiolarlo con nocturnidad y colgar la cabeza disecada en el salón, sobre la vitrina donde reposan sus dos Champions–, y consume el veto a esa coalición que Otegui ha descrito como “los nuestros”. Mientras tanto, en el recinto botellonero o universidad del rector Berzosa –ahora sucedido por el vástago del atamán de Paracuellos– los estudiantes más ardorosamente pacifistas aparcan unos minutos la lectura del opúsculo Sobre la paz perpetua de Kant para extender una apología del “militante vasco” Troitiño, cuyas obras completas no se cuentan por tomos sino por cuerpos tronchados, 22, en concreto.
¿El Supremo, hemos dicho? Quia. Por un momento nos había subyugado el vertiginoso juego de manos de Rubalcaba: “La ilegalización de Bildu no depende de la voluntad del Gobierno, sino de la Justicia”. Claro, y las elecciones son una fiesta de la democracia. En los tribunales patrios no se sientan jueces autónomos sino roles automatizados de lealtad progresista o conservadora que distribuyen en sus togas las manchas de polvo del camino dependiendo del partido que les riegue la maceta. El sentido del chorrito del riego aconseja ahora la legalización de Bildu, porque el Gobierno fungible, crepuscular, estertóreo, de Zapatero necesitará los votos del PNV para aprobar los Presupuestos de 2012 y así apurar hasta las heces la convocatoria de elecciones generales, y Urkullu ha condicionado dichos votos al aterrizaje forzoso de Bildu en las elásticas pistas de la democracia española, seguramente con una reedición de Estella en mente.
Así que todo apunta a que veremos a los suyos, los de Otegui, celebrando la fiesta de la democracia entre aurreskus e irrinchis de cabrero turulato y a Mou deportado en Santa Elena, con Pepe de amanuense memorialístico. He aquí, señores, el lindo fruto que cosechan las ansias infinitas de paz que sin embargo, ay, no han servido para amparar al pobre Gadafi.