lunes, 4 de abril de 2011

El conejo de Alicia y la abuela de Infiesto

Culés

EL SENY Y LA RAUXA

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

El mismo día en que los dos cursis más gordos de España anuncian que se van, viene el aldeano de Preciado —en vaqueros en el Bernabéu—, tira la piedra… y la encuentra. Era la gran ocasión que esperaban los del «The Diogenes Club», o casinillo hispánico de enemigos de Mourinho, derrotado en casa después de nueve años por un Supermario descamisado cuyo honor, válganos Dios, habría sido cuestionado por el portugués de las pistolas de oro. En el As han recurrido incluso a una abuela de Infiesto, Asturias, para explicar las raíces divinas de la venganza de Preciado, al que presentan como al Arrigo Sacchi de los pobres.

La Liga, para el Equipo del Pueblo.

El Madrid no perdió la Liga, que ya estaba perdida. (El gol de Carvalho no vale; el de Piqué, sí. Ésas son las reglas). Lo que perdió fue un partido pestoso —los que median entre Fifa y Champions— porque jugó mal (¿no decían que con Granero y sin Cristiano jugaba mejor?) y porque carece del colchón superestructural del Barça para salvar estos contratiempos.

No te empeñes en una pieza cuya caza te cueste más energía que la que al comerla te proporcione —es el consejo de Bear Grylls, tan sabio, al menos, como la abuela de Infiesto.

Y todo esto, decíamos, el día de la «espantá» de los dos cursis más gordos de España: Zapatero, el eterno adolescente, lo dijo como el conejo de Alicia (Lewis Carroll, de Cheshire, nada que ver con Infiesto): «Me voy, me voy, me voy…» Y Guardiola, lector de «Bella del Señor», escogió ese lenguaje de la escatología milenarista que tanto impresionara a Ibrahimovic.

Mi tiempo se acaba.

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