José Ramón Márquez
Ayer toreaban en Sevilla los tres tenores de las encerronas en Madrid. Reúnen treinta y seis (¿o son dieciocho?) toros entre los tres en tres actuaciones en la plaza de la calle de Alcalá y ni una vuelta al ruedo. Fueron en 2004, en 2009 y en 2010, que no hay que irse a la época de Mazzantini para traer a la memoria los tres petardos.
En realidad, creo que a estos les da lo mismo seis toros que cincuenta y seis, porque como siempre andan con las mismas porquerías, pues para ellos cada corrida es un eterno retorno, como que siempre es el mismo toro, vamos. Una cosa en plan reencarnación de esas del Dalai Lama y tan antitaurina como el propio chino ése. Por recordar un poco las encerronas éstas de las que hablábamos ahí arriba, las ganaderías fueron: uno de Astolfi, uno de Domingo Hernández, uno de Alcurrucén, uno de Martín Arranz, tres de Juan Pedro y diez del Cuvillo. El Museo de los Horrores, lo que les gusta y lo que les pone.
Seguro que ahora que ya están muertos y no pueden defenderse, les echarán la culpa de todo a los toros, y llevan toda la razón, porque quizás los bichejos deberían haber sido mucho más blandos o mucho más tontos, o mucho más algo, que algo les habrá fallado, con seguridad. Y seguro también que nadie caerá en la cuenta de que esas basuras con patas, procedencia de El Torero, puro juampedritis, las habrán demandado a voces, como si fuesen oro puro, los propios toreros y también los doscientos que comen de ellos.
En cualquier caso imagino que ayer era previsible una jornada de resaca, pues con seguridad La Maestranza seguiría aún hoy bajo el estado de shock que produce el toreo puro, el arte del bueno, la filigrana exquisita y las lecciones con el estoque que ayer grabó indeleblemente a fuego sobre el albero de la Plaza del Arenal el hijo de Don Julián, ese aplaudido maestrillo contemporáneo tan acorde con los tiempos que vivimos.
De todo hay que sacar lo positivo. Yo, al menos, tengo algo que agradecerle al de Velilla: la risa que me he pasado leyendo en la prensa las crónicas de su gran gesta.
Ayer toreaban en Sevilla los tres tenores de las encerronas en Madrid. Reúnen treinta y seis (¿o son dieciocho?) toros entre los tres en tres actuaciones en la plaza de la calle de Alcalá y ni una vuelta al ruedo. Fueron en 2004, en 2009 y en 2010, que no hay que irse a la época de Mazzantini para traer a la memoria los tres petardos.
En realidad, creo que a estos les da lo mismo seis toros que cincuenta y seis, porque como siempre andan con las mismas porquerías, pues para ellos cada corrida es un eterno retorno, como que siempre es el mismo toro, vamos. Una cosa en plan reencarnación de esas del Dalai Lama y tan antitaurina como el propio chino ése. Por recordar un poco las encerronas éstas de las que hablábamos ahí arriba, las ganaderías fueron: uno de Astolfi, uno de Domingo Hernández, uno de Alcurrucén, uno de Martín Arranz, tres de Juan Pedro y diez del Cuvillo. El Museo de los Horrores, lo que les gusta y lo que les pone.
Seguro que ahora que ya están muertos y no pueden defenderse, les echarán la culpa de todo a los toros, y llevan toda la razón, porque quizás los bichejos deberían haber sido mucho más blandos o mucho más tontos, o mucho más algo, que algo les habrá fallado, con seguridad. Y seguro también que nadie caerá en la cuenta de que esas basuras con patas, procedencia de El Torero, puro juampedritis, las habrán demandado a voces, como si fuesen oro puro, los propios toreros y también los doscientos que comen de ellos.
En cualquier caso imagino que ayer era previsible una jornada de resaca, pues con seguridad La Maestranza seguiría aún hoy bajo el estado de shock que produce el toreo puro, el arte del bueno, la filigrana exquisita y las lecciones con el estoque que ayer grabó indeleblemente a fuego sobre el albero de la Plaza del Arenal el hijo de Don Julián, ese aplaudido maestrillo contemporáneo tan acorde con los tiempos que vivimos.
De todo hay que sacar lo positivo. Yo, al menos, tengo algo que agradecerle al de Velilla: la risa que me he pasado leyendo en la prensa las crónicas de su gran gesta.