jueves, 4 de marzo de 2010

NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA



NOTAS A UN TEXTO EXPLÍCITO


Ricardo Bada

revistadelibros.com

A Nicolás Gómez Dávila (NGD) lo conocí allá por 1987, a través de un empleado en la oficina postal de la emisora alemana donde me desempeñaba como redactor. Herr Klemenzki, un hombre joven, era muy dado a la lectura y me pedía con frecuencia que le recomendase libros, así es que entablamos una excelente relación. Un día quiso saber mi opinión sobre Gómez Dávila, un pensador colombiano, y le dije la pura verdad: que no lo conocía en absoluto. Se extrañó bastante, pero fue para él una bienvenida ocasión de desquitarse por su descubrimiento de La muerte de Virgilio, de Broch, gracias a que yo se la sugerí con un entusiasmo que resultó contagioso. Y al día siguiente me trajo un pequeño volumen de aforismos de NGD editado en Austria, aforismos que despertaron mi curiosidad por leerlos en el original. No puedo decir que me convirtiera en un devoto de esta obra, pero sí que aprecié su valor como una especie de menhir en el páramo del pensamiento latinoamericano. Ojo: menhir, no obelisco.

La vida y la obra de Gómez Dávila son harto atípicas cuando pensamos en lo que son las de aquellos escritores de su continente que navegan –algunos con todo el velamen desplegado– por el mainstream, y por lo general a favor de la corriente. Nuestro hombre nace el año 1913 en el seno de una familia de muchos posibles, y de los seis a los veintitrés vive en París, donde hizo sus estudios en un colegio benedictino. Regresa a Colombia, se casa, y en 1959 vuelve al viejo continente, cuyos países occidentales recorre en automóvil, con su esposa, durante seis meses. Después de lo cual vuelve a Bogotá y, a partir de ahí, hasta su muerte en 1994, divide su tiempo entre la dedicación al negocio familiar, de una parte, y de la otra al puro estudio, la lectura y una escritura escoliástica ininterrumpida, encerrado en su casa estilo inglés, entre las cuatro paredes de su inmensa biblioteca privada, unos treinta mil volúmenes.

Dije escoliástica, y es que la obra de NGD publicada en vida se compone fundamentalmente de los libros Escolios a un texto implícito (1977), Nuevos escolios a un texto implícito (1986) y Sucesivos escolios a un texto implícito (1992). Escolios ya sabemos que son comentarios explicativos breves al margen de un texto, pero, ¿de qué «texto implícito» se trata? El profesor Iván Darío Garzón Vallejo, compatriota del autor, arguye que para esa pregunta hay varias respuestas posibles:

1) Sólo existe la glosa y no el texto, pues éste –NGD mismo lo dice– es implícito;
2) El escolio crea el texto al glosarlo, el texto es posterior a la glosa;
3) El escolio y el texto son lo mismo: es una forma diferente de escribir y de llamar la atención del lector;
4) El texto implícito es el mundo, la realidad misma;
5) El texto implícito es el pensamiento del autor expresado por medio de los escolios.

Luego, Garzón Vallejo añade que al leer una buena parte de ellos, piensa que el texto implícito tiene algo de todas las opciones anteriores, pero se inclina a pensar que, sobre todo, de la cuarta.

El autor mismo, sin embargo, como resalta Franco Volpi en el prólogo de esta cuidada edición de su obra, dejó dicho que «el diario, el apunte que traicionan a todo gran espíritu que de ellos usa, pues al exigirle poco no le dejan manifestar ni sus dotes ni sus raras virtudes, ayudan al contrario, como asuntos cómplices, al mediocre que los emplea. Le ayudan, porque sugieren una prolongación ideal, una obra ficticia que no los acompaña». De aquí deduce Volpi que, «entonces, el “texto implícito”» al que aluden los Escolios es la obra ideal, perfecta, tan sólo imaginada, en la que se prolongan y se cumplen las proposiciones de don Nicolás».

No deja de ser una hipótesis, e incluso fundada, aunque si fuese cierta comportaría un juicio autocrítico de NGD que no condice con la imagen para nada mediocre que el escoliasta nos sugiere.
Porque lo cierto es que, si bien el registro de sus pensamientos se diría que surge de un órgano reaccionario, la música que crean es, en numerosas ocasiones, de una calidad que recuerda a las Variaciones Goldberg de Bach. Me complace seleccionar una docena de botones de muestra:

«Como los dientes de leche, existen las ideas de leche. ¿A qué edad comenzamos a cambiarlas?» «El mundo moderno no será castigado. Es el castigo.» «La literatura contemporánea parece una algarabía de eunucos en celo.» «El proletariado no detesta en la burguesía sino la dificultad económica de imitarla.» «Según el lector, y el libro, se trata de lectura o de aventura.» «Lo que desacredita la religión no son los cultos primitivos, sino las sectas norteamericanas.» «La paciencia del pobre en la sociedad moderna no es virtud sino cobardía.» «El pasado parece no haber dejado herederos.» «Minerva no convence, mientras no descubren que anda armada.» «La mejor crítica de la colonización española son las repúblicas suramericanas.» «Pensando abrirle los brazos al mundo moderno, la Iglesia le abrió las piernas.» «Los reaccionarios somos infortunados: las izquierdas nos roban ideas y las derechas vocabulario.»

Creo que bastan para abrir el apetito y demorarse varios días (o meses, no es cuestión de tiempo) en leer las mil cuatrocientas páginas de este libro. Se entiende que Ernst Jünger admirase la obra de Gómez Dávila. Y se ríe uno cuando lee lo que cuentan que de NGD dijo García Márquez: que si él (GGM) «no fuera de izquierdas, pensaría en todo y para todo como él». Con lo cual, sin querer, demostró quién era en verdad de izquierdas, y quién el reaccionario. Así se venga el bumerán del realismo mágico.