José Ramón Márquez
¡Pobre torero! ¡Pobres e ignotos niños o ancianos objeto de su generosidad, que una vez más se quedan sin nada! Ahora sabemos, porque lo cuenta Boix, que las diferencias económicas eran mínimas entre lo que ellos pedían y lo que esa rata de cloaca de Canorea estaba dispuesto a pagarles. ¡Hombre insensible que osa discutir la silenciosa generosidad de quien no está en esto por el dinero! ¿Qué monstruo podría negarse a poner encima de la mesa esas treinta filantrópicas monedas, cuyo fin era el ir de la mano izquierda a la derecha? Treinta malditas monedas que, con certeza, ya estaban destinadas a llegar a los corazones de los niños hambrientos y desnudos, o de los ancianos desvalidos abandonados traidoramente en una gasolinera de la Nacional 3 por sus deudos, o de las personas necesitadas de vestido o de tabaco.
Y mientras, Canorea, erre que erre con que no sube un céntimo. Canorea sólo pensando en ser el más rico del cementerio, hurtando a los desposeídos de la ocasión de que, al menos por un día, pudieran tener una escudilla de sopa caliente, como la que ofrece el bondadoso ciego de El jovencito Frankenstein al monstruo huido y acosado, o de recibir la generosidad de un roscón de Reyes que llevase como haba un humilde trocito de piedra berroqueña. Y de todo eso, nada, porque la insensibilidad del Ebenezer Scrooge sevillano viene a echar por tierra la humilde y frágil felicidad de aquellos que nada tienen, de los pobres, de los abandonados de la fortuna.
La dicha de los desposeídos y de los enfermos la echa Canorea al desagüe por treinta viles monedas, la desparrama por el Arenal el Judas que vende al dios por treinta monedas. Canorea, que como Frank Zappa si que está en esto por el dinero, jamás podrá entender lo que es la entrega desinteresada que ofrecen un hombre, que quizás se juegue la vida, y seis Cuvillos, que con toda certeza la van a perder, en aras de la filantropía, de la pura humanidad, del amor al prójimo que emana de un ángel para quien nada humano le es ajeno y a quien el dinero no le importa. Acaso el duro de corazón, para el que solamente vale la frialdad de su triste cuenta de resultados, ignora que los otros han leído a Marcos, a Mateo y a Lucas y saben que les ha sido prometido el ciento por uno. Y lo quieren ya. ¿Quien es él para negárselo?