José Ramón Márquez
Los novillos, es un decir lo de novillos, pedían el carnet de identidad. A los novillos les faltaba un mes para tener cuatro años. Eran serios y metían miedo. En Bilbao –feria ‘torista’- ya me hubiese gustado ver a estos mozos en vez de la porquería esa del Tajo y de la Reina. Vistos desde el tendido, los ‘novillos’ tenían un cuajo, una seriedad que imponía respeto. Y en el ruedo, por la parte de los toreros, más de lo mismo: ilusiones rotas y carreras a la nada. Toreros que no poseen la base, que es el oficio, y que se ven frente a un río que no pueden contener. Toreros engañados sistemáticamente por quienes les rodean, que se han dedicado a explicarles una filfa de que el toreo es esto y es lo otro y entre col y col han hecho que se perdiera lo que de personal podía haber en cada uno de ellos. Un ejemplo: ¿quién vio a Lechuga con erales y con utreros, toreando hacia adelante y con verdad no hace tanto? ¿Quién vio esta tarde a Lechuga naufragado en una especie de toreo mierdero estilo Juli, el viaje para afuera, las patorras abiertas y descargando la suerte? ¿Dónde creen que llegarán estos pobres si lo que tenían, poco o mucho, han dejado que se lo arrebaten a cambio de nada unos desaprensivos fracasados que se dedican a engañarles como oráculos del mal fario? Pues así está esto, y en cuanto sale el toro con casta –el odiado toro con casta- ya no son nadie. Luego, los que viven de esto empezarán que si tal y que si cual, a ocultar la verdad y a seguir en este enorme engaño en el que unos se alimentan de otros. Pero la verdad descarnada, la verdad del que se sienta en el tendido con dos dedos de sentido común, es que cuanto antes se vayan a sus casas estos tres y traten de organizar su vida en otros ámbitos, pues mejor para ellos.
Los novillos, es un decir lo de novillos, pedían el carnet de identidad. A los novillos les faltaba un mes para tener cuatro años. Eran serios y metían miedo. En Bilbao –feria ‘torista’- ya me hubiese gustado ver a estos mozos en vez de la porquería esa del Tajo y de la Reina. Vistos desde el tendido, los ‘novillos’ tenían un cuajo, una seriedad que imponía respeto. Y en el ruedo, por la parte de los toreros, más de lo mismo: ilusiones rotas y carreras a la nada. Toreros que no poseen la base, que es el oficio, y que se ven frente a un río que no pueden contener. Toreros engañados sistemáticamente por quienes les rodean, que se han dedicado a explicarles una filfa de que el toreo es esto y es lo otro y entre col y col han hecho que se perdiera lo que de personal podía haber en cada uno de ellos. Un ejemplo: ¿quién vio a Lechuga con erales y con utreros, toreando hacia adelante y con verdad no hace tanto? ¿Quién vio esta tarde a Lechuga naufragado en una especie de toreo mierdero estilo Juli, el viaje para afuera, las patorras abiertas y descargando la suerte? ¿Dónde creen que llegarán estos pobres si lo que tenían, poco o mucho, han dejado que se lo arrebaten a cambio de nada unos desaprensivos fracasados que se dedican a engañarles como oráculos del mal fario? Pues así está esto, y en cuanto sale el toro con casta –el odiado toro con casta- ya no son nadie. Luego, los que viven de esto empezarán que si tal y que si cual, a ocultar la verdad y a seguir en este enorme engaño en el que unos se alimentan de otros. Pero la verdad descarnada, la verdad del que se sienta en el tendido con dos dedos de sentido común, es que cuanto antes se vayan a sus casas estos tres y traten de organizar su vida en otros ámbitos, pues mejor para ellos.