domingo, 6 de septiembre de 2009

EL TOREO RONDEÑO DE VERDAD

José Ramón Márquez

El Cid, matando. El Cid rematando otra soberbia lección de torería, por fin, con la espada. El Cid revelando de nuevo la verdad incontestable de su toreo macho, de su prodigiosa muleta, de su cabeza despierta... y matando. El Cid, proclamando a los cuatro vientos la verdad única del toreo: la de mandar, parar y templar, la de torear de arriba hacia abajo y de afuera hacia adentro, rematado al volapié a un toro de vuelta al ruedo que fue creado, moldeado y hecho por el torero.
En el inicio de la faena el toro, violento, se arranca desde quince metros a la llamada de su matador y encuentra la muleta que le conduce impecablemente en redondo, marcándole la precisa salida y recogiéndole para el siguiente muletazo, igual de limpio y de imperativo, sin una prisa, sin un movimiento forzado, ganándole un poco de terreno, y así una, dos, tres veces hasta el pase de pecho. En ese planteamiento clásico de un gran torero, en esa demostración patente para el animal y para el público de un concepto del mando basado en la suavidad y en el temple se contiene ya la faena entera, pues toda ella es consecuencia del poderío de su brillante inicio. Y luego, por fin, la estocada.

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A cientos de kilómetros de allí, en la plaza que dio el nombre a un estilo de toreo, un petimetre que quiso ser torero, disfrazado por un artista de la moda, hizo sus cosas para su público. Pero el toreo rondeño de verdad, ayer, se vio en El Álamo. ¡Gloria a El Cid!