José Ramón Márquez
No es conveniente reiterar los argumentos. Por ello, señalaré simplemente las incongruencias en las que caen los seguidores de la "secta" morantista. Comentando la corrida de Almería, Morante de la Puebla declaró con naturalidad al portal burladero.com: “De mi primero ni me acuerdo, y el segundo era un toro que venía despacio, pero que con la muleta no ha durado nada. Además, el público se ha impacientado con él, le he dado ventaja, pero en cuantito ha perdido las manos dos veces no lo ha aguantado”. En la explicación de la tarde que nos ofrecía en el ABC Rosario Pérez se glosaba con amor al de La Puebla: ‘Si los antiguos hubiesen visto a Morante de la Puebla, lo habrían incluido entre las maravillas del mundo clásico, junto a la Gran Pirámide o a los Jardines Colgantes.’ Y luego le prestaba, rendidamente, sus palabras para enaltecerle.
La cronista huía de la imparcialidad de una forma ostensible, y ese gesto de valentía la honraba, pues el vuelo de su pluma nos regalaba la imaginación con lo que, para ella o para los seguidores del diestro, el torero debió haber hecho. Si no lo hizo, como parece indicar el propio matador al retratar su actuación de forma tan radicalmente distinta de la cronista, eso no es importante, ya que ella, en su candor, ha perpetrado un acto de cariño al ídolo y, con toda seguridad, en su interior sintió los momentos de las faenas que relata tal y como ella los cuenta. Para quien lo lee a seiscientos kilómetros de la Plaza de Las Flores, es más hermoso imaginarse la tarde espléndida con su paseíllo de andar sereno, con sus melodías de cante grande, con sus ayudados de tronío, con la calidad suprema de los molinetes y el pase de la firma, con derechazos de lujo que la tediosa vulgaridad de los medios pases, el toro claudicante y el público harto, ansioso por salir del horno a tomarse una cerveza fresquita. Lo primero está más cerca de la poesía o del amor; lo segundo es el aburrido día a día.
No es conveniente reiterar los argumentos. Por ello, señalaré simplemente las incongruencias en las que caen los seguidores de la "secta" morantista. Comentando la corrida de Almería, Morante de la Puebla declaró con naturalidad al portal burladero.com: “De mi primero ni me acuerdo, y el segundo era un toro que venía despacio, pero que con la muleta no ha durado nada. Además, el público se ha impacientado con él, le he dado ventaja, pero en cuantito ha perdido las manos dos veces no lo ha aguantado”. En la explicación de la tarde que nos ofrecía en el ABC Rosario Pérez se glosaba con amor al de La Puebla: ‘Si los antiguos hubiesen visto a Morante de la Puebla, lo habrían incluido entre las maravillas del mundo clásico, junto a la Gran Pirámide o a los Jardines Colgantes.’ Y luego le prestaba, rendidamente, sus palabras para enaltecerle.
La cronista huía de la imparcialidad de una forma ostensible, y ese gesto de valentía la honraba, pues el vuelo de su pluma nos regalaba la imaginación con lo que, para ella o para los seguidores del diestro, el torero debió haber hecho. Si no lo hizo, como parece indicar el propio matador al retratar su actuación de forma tan radicalmente distinta de la cronista, eso no es importante, ya que ella, en su candor, ha perpetrado un acto de cariño al ídolo y, con toda seguridad, en su interior sintió los momentos de las faenas que relata tal y como ella los cuenta. Para quien lo lee a seiscientos kilómetros de la Plaza de Las Flores, es más hermoso imaginarse la tarde espléndida con su paseíllo de andar sereno, con sus melodías de cante grande, con sus ayudados de tronío, con la calidad suprema de los molinetes y el pase de la firma, con derechazos de lujo que la tediosa vulgaridad de los medios pases, el toro claudicante y el público harto, ansioso por salir del horno a tomarse una cerveza fresquita. Lo primero está más cerca de la poesía o del amor; lo segundo es el aburrido día a día.