lunes, 3 de junio de 2024

Corrida remendada de Yeltes para Leal, Espada y Fonseca, que se llevó el cornalón. El taurinismo no apuesta por la renovación. Campos & Moore



Fonseca esperando a Pensativo

 

PEPE CAMPOS


Plaza de toros de Las Ventas.

Domingo, 2 de junio de 2024. Vigésimo primer festejo de la feria de San Isidro. Dos tercios de entrada. Tarde primaveral muy soleada.


Cuatro toros de Pedraza de Yeltes, procedencia El PilarDomecq, línea Aldeanueva—, bien presentados, colorados, tres (1º, 4º y 5º) con alzada, flojos, mansos —aunque cumplieron en varas—, boyantes (1º, 3º y 4º).  Un toro (2º bis, sobrero) de Chamaco, procedencia Domecq —vía Jandilla—, corniveleto, apretado, flojo y noble. [El segundo, titular de Pedraza, bajo de agujas, fue devuelto por inválido, aunque puede que se lastimara durante la lidia]. Y un toro (6º) de Torrestrella —influencia Núñez—, cornalón, agresivo, escurrido, serio, con genio. La corrida fue cinqueña.

Terna: Juan Leal, de París (Francia), de rosa claro y oro, con cabos blancos; silencio, silencio tras aviso, silencio y silencio; once años de alternativa. Francisco José Espada, de Fuenlabrada (Madrid), de blanco y oro, con cabos blancos; silencio, tras aviso, en el toro que mató; ocho años de alternativa. Isaac Fonseca, de Morelia (México), de verde botella y oro; una oreja en el único toro que mató; un año de alternativa.


La afición salió de la plaza de Las Ventas muy consternada tras asistir en el último toro de la corrida a la cornada sufrida por el bravo espada mexicano Isaac Fonseca, inferida por el toro de Torrestrella, Pensativo, negro bragado meano axiblanco, un ejemplar desabrido que desarrolló peligro por el pitón derecho, con el que corneó a Fonseca a la salida de un pase de pecho, tras intentar el valeroso diestro someter al astado, toreando al natural. El cuerno del toro entró por el costado del torero, exactamente la cornada se produjo en la «cara posterior de su hemotórax izquierdo, con una trayectoria ascendente de veinte centímetros», de pronóstico grave. También el público y los aficionados al final del festejo, al salir de la plaza, digamos, estaban turbados porque el matador de Fuenlabrada, Francisco José Espada, había sido arrollado por el quinto toro de la tarde, de Pedraza de Yeltes, que tras derribarle le levantó de la arena de mala manera, para caer acto seguido con violencia en el ruedo y sufrir traumatismo craneoencefálico, que le impidió seguir toreando. La consternación en la afición sobrevino —entendamos bien el asunto— porque tras varias corridas de toros infumables vividas en este San Isidro —desde el encierro de Puerto de San Lorenzo—, con la presencia de toreros que se autodenominan figuras del toreo, que hacen el paseíllo en la plaza de Madrid, tras exigir toros flojos y descastados, poco o nada de mérito había sucedido. Estos espadas famosos se han anunciado en realidad con astados mecánicos, por sus embestidas previsibles, con los que han querido desarrollar una tauromaquia facilona, perfilera, engolada y fatua. Hoy, en cambio, habíamos visto a un matador, Isaac Fonseca, decidido, que venía a ser como una bocanada de aire fresco lanzado hacia el cuarto cerrado, maloliente, del mundo taurino de «las figuras del toreo». Esta misma experiencia la habíamos vivido hace unos días con la actuación de Borja Jiménez. Hoy, una visión observada, en su primer toro, con Fonseca. Hay que precisar que la tauromaquia de estos dos toreros no está en la misma línea que la de esas «celebridades del toreo». No queremos decir que la manera de torear de estos dos matadores citados sea la de Antonio Ordóñez, Antoñete o Paco Camino, pero sí que se les percibe un deseo de renovación y de triunfo, frente al adocenado mundo de formas de los nimbados «figurones del toreo actual».


La manera de torear de los dos espadas mencionados pasa por ser bizarra y clásica. Al menos, novedosa por su frescor. No entramos en describirla hoy, tal vez, frecuentada por faltas que hay que corregir. Mejor miremos la tauromaquia que todas las tardes nos despliegan los «coronados ases del toreo». Viene a ser ésta un simulacro de cómo se debe torear, pues con el toro facilón, único al que se enfrentan, sólo tienen que acompañarlo, en línea, dejándolo pasar, por delante de sus cuerpos serranos. A un tipo de astado con embestida feble, que se encarga de perseguir el pico de las muletas por las afueras, en lejanía al físico de los matadores, para facilitarles un toreo decadente. No hace falta poner nombres a esas conocidas «notabilidades del toreo» que dominan desde hace tiempo con mano de hierro —hacia sus compañeros y contra el aficionado— el mundo de los toros. Piensan, y lo cumplen, que ser figura del toreo es mandar y exigir ganaderías y ternas. Todo ello es aparentemente bonitísimo —según ellos y sus valedores—, pero a todas luces con resultados hueros. Con empeños fútiles y anodinos. ¡Qué daño hace esa terminología que llena la boca a muchos!, «ser figura del toreo». Porque se ve que no consiste en poder a los toros de todas las ganaderías, las duras y las comerciales, en la misma proporción y en la misma medida.

 

Y no vale con anunciarse en una sola ocasión, o dos, ¡como aquel chiste!, con una ganadería denominada dura. Una ocasión donde luego, cuando se anuncia una de esas autoproclamadas figuras, no salen esos toros tan duros, si no blandengues, mórbidos y dóciles; o una corrida remendada, etc. Todos sabemos de qué hablamos. Multitud de ejemplos se han dado. Entramos así un otro aspecto interesante. Sólo hay que ver qué toreros se anuncian con «unas» ganaderías y quiénes con «otras». Y si, a veces, los «unos» se mezclan con los «otros», «aquellas» ganaderías se convierten en estas «otras». Más el tejemaneje, de cuando hay anunciada una ganadería del gusto del aficionado —sin figuras, o con una figura sospechosa de elegir—, de pronto la corrida no se anuncia completa para que se pierda el interés en su lidia y en el juego que puedan desarrollar. Para no ser analizado como un conjunto unitario. ¿Qué ha ocurrido con las corridas de Santiago Domecq y Pedraza de Yeltes, no lidiadas completas? Cuando ambas, en sus comparecencias anteriores, habían despertado la atención del aficionado. ¿Qué hacía ese toro de Torrestrella completando la corrida de Pedraza de Yeltes? Para su mala fortuna, le toca a Isaac Fonseca que al apostar por el ejemplar (bisoñez, pero deseos de triunfo) termina en la enfermería. Se sabe que esto puede suceder. Pensemos en los toreros caídos que se arriman. Y en los «selectos» que no les hace falta hacerlo.


Ayer, a pesar de lo explicado, no todo fue deseo de renovación. Veamos. Juan Leal, no es que lleve mucho tiempo de matador, ni haya toreado demasiado en Madrid. Lo suficiente. Mucho valor aparente y poco toreo fundamental. Tuvo que matar a cuatro toros por el percance sufrido por sus compañeros. En los toros de su turno no estuvo especialmente brillante. Ante el primer toro de la tarde, de comportamiento boyante, lo recibió a porta gayola; después vinieron verónicas, delantales y dos medias, de escaso fuste. La faena la inició de rodillas en los medios. Toreó con el pico de la muleta. A un astado que nos pareció ideal para explicar el toreo en cualquier gama estilística, lo toreó siempre por las afueras, intercambiando muletazos en tandas con la derecha —principalísimamente— y al natural, en las que no faltó el circular por la espalda. Mató, tras un salto, de una estocada casi entera, en la suerte natural, caída y atravesada. En el cuarto toro de la tarde, otro ejemplar boyante, algo blando, no supo alienarse con el buen son del astado. Hubo toreo en los medios, de rodillas, de perfil, sin mando, con mucho uso de la derecha y poco ajuste. El toro se desentendió, al mismo tiempo que lo hacía el aficionado. Mató de una estocada atravesada en la suerte contraria, más un descabello.


Francisco José Espada, en el único toro que pudo matar, también exhibió una tauromaquia al estilo de Juan Leal. A un toro noble, sin celo, le planteó de inicio estatuarios ligeros. Después tandas por ambas manos, por las afueras. Terminó con un arrimón. Mató de pinchazo, en la suerte natural. Más una estocada delantera desprendida en la suerte contraria. En el quinto toro, que sacó algo de casta. Sin haberlo dominado, el morlaco le derribó y empitonó, para levantarle y dejarle conmocionado. Lo mató Juan Leal; que estuvo dudando sobre qué hacer, pues parecía que Francisco José Espada iba a volver al ruedo, hecho que no sucedió. Parte del público impidió que Juan Leal planteara faena. Lo mató de media baja, tendida, en la suerte contraria. Y una estocada casi entera, caída, atravesada.


Isaac Fonseca, recibió al tercero de la tarde con verónicas firmes, clásicas y una media. El toro, algo flojo, fue bien lidiado por el capote de Raúl Ruiz, y bien pareado, con torería, por Juan Carlos Rey y Jesús Robledo ‘Tito’. Fonseca, en una faena de menos a más, en los medios, toreó con verdad en las tandas finales al natural, de frente, de uno en uno, pero ligándolo en su conjunto. Mató de una estocada en la suerte natural. Paseó una oreja. En el último de la tarde, el astado de Torrestrella, ya reseñado por su comportamiento avisado, después de ser bien picado por Jesús Vicente, Fonseca le ideó una faena de riesgo, dándole distancia en los medios, sin ahormarlo previamente, sin dudarlo. Por la derecha los muletazos salieron bajo la tensión de la violencia de la acometida del toro, que le avisó de sus intenciones. Al natural, la pelea iba bien, hasta que en el primer pase de pecho, que cerraba la preceptiva tanda, el toro le empitonó, con las consecuencias ya señaladas. Juan Leal, lo mató en la suerte contraria, de dos pinchazos y de estocada baja.





ANDREW MOORE





















FIN