Ignacio Ruiz Quintano
Nuestros juristas ven en Zapata la chispa de Santugini, y en Cassandra, el gracejo de Laly Soldevilla.
Marzo, 2018
Blog de la vida privada ("Humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito." Peter Sloterdijk)
Nuestros juristas ven en Zapata la chispa de Santugini, y en Cassandra, el gracejo de Laly Soldevilla.
Marzo, 2018
Carlos Moliner
«La carrera presidencial es ahora cosa de dos». Así lo anunció Nikki Haley, la única candidata republicana que queda en pie frente a Donald Trump en las primarias republicanas, tras quedar tercera hace dos semanas en los caucus de Iowa por detrás del propio Trump y de Ron DeSantis.
En ese momento parecía un atrevimiento, y algunos comentaristas dijeron incluso que era probable que se tratase de un eslogan escrito con anterioridad a los resultados, cuando todavía las encuestas le aseguraban el segundo puesto. Sin embargo, la renuncia de Ron DeSantis al día siguiente hizo que su afirmación se cumpliera con escrupulosa exactitud.
La exembajadora ante Naciones Unidas nombrada por Trump sabía que su derrota estaba descontada y no perjudicaba en gran medida a sus expectativas, que salían incluso reforzadas por la exigua ventaja, apenas dos puntos, que DeSantis había logrado sacarle. Comparativamente, el margen de 30 puntos del expresidente sobre DeSantis suponían el golpe definitivo para sus aspiraciones presidenciales, como así ha acabado siendo.
Tanto Vivek Ramaswamy como Ron DeSantis encarnaban o deseaban encarnar un Trump mejorado que mantuviera sus virtudes y cambiara algunos de sus defectos por juventud, dinamismo y el tipo de desparpajo habitual en las startups tecnológicas en un caso, o por la seriedad en la gestión y la rendición de cuentas en el otro. Esa apuesta pasaba por que el votante republicano los prefiriese al auténtico expresidente, y decidiera quedarse por tanto con las nueces de su gestión y ahorrarse los zarandeos del árbol mediático. Ambos candidatos han comprendido, al primer contacto con su electorado real, en lugar de con datos demoscópicos, que la tarea se antojaba imposible: hay una mayoría de republicanos que lo que espera es precisamente zarandeos del árbol mediático.
Vivek renunció a la carrera presidencial después de hacerse con un 8% del apoyo de los votantes en Iowa, un resultado meritorio para un candidato desconocido por el público hace sólo unos meses, pero insuficiente para seguir apostando por una campaña financiada casi exclusivamente con fondos propios.
Su campaña ha sido la más refrescante, con momentos de gran intensidad en los debates como la apertura del tercero en la NBC, en que se dirigió a los moderadores para que confirmasen si la colusión rusa de Trump que habían estado vendiendo al público era un bulo o no. Orador brillante sobre el que ya se llamó la atención en estas páginas, especialmente afiladas han sido sus críticas a Nikki Haley, mientras que ha evitado críticas directas a Trump. El mismo día de su renuncia llamó a la unidad en torno a la campaña de Trump, y un día después apareció junto al expresidente en un mitin en New Hampshire, que celebró sus primarias el pasado martes. Aunque un pequeño sector del trumpismo, especialmente el más joven, apuesta por el empresario de origen indio como vicepresidente, no es probable que Trump escoja a un perfil con demasiada personalidad propia para completar el ticket electoral. Lo que no impide que sigamos teniendo noticias de Vivek durante los próximos meses y años.
La campaña de Ron DeSantis, al candidato que a priori parecía mejor posicionado para disputarle el liderazgo del partido a Trump, llevaba en caída libre desde comienzos del año pasado. El gobernador de Florida, con el respaldo de una hoja de servicios brillante en su estado, no había logrado anotarse ningún tanto que hiciera despegar su campaña. A pesar de haber sido el auténtico adalid de la defensa de las libertades durante la pandemia, y con victorias frente a grupos de presión multimillonarios en su haber, hasta el último momento las encuestas le otorgaban la tercera posición en Iowa...
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Hughes
Nos ha contado don Dalmacio cómo, a partir del 68, el homo economicus ya no está solo. A su lado está el homo sexualis. Lo dijo Larkin: el sexo se inventó en 1963, un poco tarde para mí. Si la revolución leninista era también sexual, en el sexo, como en el Estado, se encuentran izquierda y derecha un siglo después. Por eso, cualquier planteamiento superador (liberador) presenta una naturaleza subversiva.
Hay mucho espiritual y algo también, sin querer, político en Castidad (Encuentro), el reciente libro de Erik Varden. Parte el autor, un monje que se convirtió escuchando a Mahler —casi como Alfonso Guerra—, de una preocupación etimológica y semántica. Castidad no es celibato, nos quiere decir. Es mucho más. Limpia, aclara, potencia y ofrece el concepto. La castidad es integridad, elegancia, pureza, consciencia. Castidad es, lo dijo el Papa del castísimo José, un amor que no quiere poseer; un amor al que le bastara la mirada, mirada no depredadora, ubi amor, ibi oculus, sólo la contemplación. «Un modo de vivir atento y reverente».
El autor, jubiloso, nos ofrece, sin rebajarla, un sentido amplio de la castidad: puede ser la danza, el cuerpo unido a la gracia por la pura belleza; el intento de fidelidad, el amor matrimonial… Varden, optimista, nos dice que incluso el desenfrenado libidinoso está cerca de ser casto porque del eros carnal al espiritual no hay tanto…
Varden huye así de la caricatura actual del celibato (hoy la más maltratada forma de virilidad es la virginal). No puede ser la mortificación empobrecedora, sino lo contrario. Castidad no es menos humanidad, sino más. Asumir las fuerzas humanas del eros elevándolas. Esto es: reconocer lo humano, no negarlo, pero todo lo humano.
Varden recurre a la literatura, donde hay testimonios de esa sobresensualidad. En Magnus, de George Mackay Brown, el despertar sexual va más allá de la mujer. «La furia del fuego (…) es más feroz que nunca», se extiende, como en un trance poético, a abrazarlo todo, «el agua y la piedra, los animales»… Se hace elemental, otra venus pandémica, acaso no tan lejana.
No es mortificación de los sentidos sino su reintegración, su unidad (Castidad, fascismo amoroso del espíritu).
Todo lo que se vende tiene azúcar o sexo, y resistirlo nos obliga a una forma de ascesis. Varden acude a las enseñanzas de la vida monástica, el I+D+I del espíritu humano, su Silicon Valley, «recorrer el camino de Adán a la inversa» y eso entraña, no solo un conocimiento de las potencias humanas y los muchos entresijos del deseo, sino otro entendimiento del hombre. Ante lo inhumano, posthumano y antihumano, no solo abrazar lo humano natural, sensual, epidérmico, afectuoso, sino lo humano trascendente, elevador, lo humano pleno. Varden busca reconciliarnos con Adán. No el hombre degradado del paraíso, desnudo y avergonzado, sino el que lleva consigo paraíso y anhela volver. Si llevamos con nosotros ese jirón de gloria, y ese deseo, las reglas no son ya mortificantes privaciones opresivas cargadas de buenas intenciones, sino tacto, encuentro, roce y apertura a lo sobrenatural. Es ahí donde el cuerpo y la mirada, y las potencias sensuales se convierten en formas de contacto con la trascendencia. Instrumentos. La integra reorientación de los anhelos y apetitos hacia una forma de humanidad libre y más alta, es decir, plenamente humana. Íntegramente humana. ¡Se dice pronto!
Castidad no es cinturón de hierro; castidad es celibato, pero también unión artística en la gracia, vida matrimonial o, simplemente, propósito de fidelidad. Es una mirada no poseedora. «Liberarnos de la necesidad de poseer». Lo subversivo y contracultural de esto resulta evidente, pero por doquier encontramos consejos para lograr estas formas de libertad interna, de dominio de sí. Hay una necesidad general de sobreponernos: dietas, rutinas, consejos new age, psicologismos… pero en todas ellas, diría Varden, hay el mismo error de lo privativo mortificante: limitarse a negar el deseo sin ofrecer un mejor destino para ese anhelo; su fin último, pleno, extático y luminoso.
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Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El trágico suceso (tres cadáveres en el escenario) de una estafa amorosa lleva al periodismo culto a situar a Madame Bovary en la vega del Tajuña, con lo cual una de dos: o leemos más o Flaubert o viajamos más a la vega del Tajuña. Estamos, pues, ante un “dilema cornudo”, como el de Cela en la primera edición de “La familia de Pascual Duarte”, donde Pascual toma el tren en Trujillo, y en Trujillo no hay tren.
–La solución era poner tren en Trujillo o poner a Pascual en Don Benito, claro –dirá Cela, quien, no siendo una Grandes (Almudena), tampoco podía esperar a que el socialismo le pusiera el tren en Trujillo, y optó por poner en Don Benito a Pascual.
El periodismo culto sostiene con arpegios pajaroideos que “el porte distinguido, la elegancia innata y la sensualidad” dotan a esos hombres que enamoran a las Bovary de “todo lo que les faltaba a sus maridos”. Pero el amante de la estafa amorosa en la vega del Tajuña se escondía en Facebook tras una foto del apuesto general norteamericano Wesley Clark, halconazo de la Otan de Solana que bombardeó Yugoslavia y en su día candidato demócrata a la Casa Blanca con el apoyo del popular Michael Moore, muy utilizado, al parecer (el general, no el payaso) en estos juegos del toque. Para estas cosas del amor, en tiempos de los romanos, que son los que hubiera querido vivir el Beni de Cádiz, el bello Clark sería Marco Antonio.
–¡La democracia es el amor! –era el grito de Barras, el rey del Directorio.
La estafa amorosa forma parte de la “neocracia” sexual que viene estudiando Dalmacio Negro, una democracia basada en el intercambio sexual sin recato y sin límites y que es común a todas las modalidades neocráticas: “democracia que es una de las causas principales de la crisis religiosa, y en consecuencia de la crisis moral, estética, económica, política, social, intelectual, judicial, de Occidente”.
–¡Cuántas ganas tienen los jóvenes de hacer el amor! –se reía el mejicano Juan Soriano–. Pero después no quieren reconocer que eso sólo consiste en darse panzazos en la oscuridad.
La prueba de que el amor está sobrevalorado es que suele ser una estafa, como a su modo bien prevenía Cabeza Bolo: “Si ves a los punkis pasar / Kon su vómito sozial / No te enamores, tonta del aba”.
Claro que, como dice Rubio Esteban, el amor verdaderamente gustoso es el que rompe el orden y las normas del amor en sociedad: en esa quiebra o ruptura de lo “decente” está el placer de su lectura o de su locura, en el caso de que sea “real”.
–Pasifae amaba al toro blanco enviado por Neptuno, Fedra amaba al hijo de su marido, Esmirna amaba a su padre Cíniras, Edipo a su madre Yocasta, la joven Nausícaa se enamora del viejo Ulises, el cíclope Polifemo se enamora de Galatea…
El romanticismo nos acostumbró al “amor imposible”, que es el que hace posible la estafa, que sobreviene cuando el “homo oeconomicus” de Marx tumba en el tatami al “homo sexualis” de Freud.
[Martes, 23 de Enero]
De mi niñez recuerdo...
El rojo. Era mi color preferido. Ahora ya no prefiero ninguno. Ahora nada es tan intenso como al inicio del mundo. El rojo tejido en una enguatada hecha a mano, sobre el uniforme pioneril de Mayté, en los inviernos de los años setenta en aquella escuelita primaria Nguyen Van Troi que todavía existe (¿cómo los niños conseguíamos pronunciar semejante nombre?). Un rojo iluminador, como su sonrisa de cuarto grado. Un rojo manso y misericordioso en medio de la violencia natural entre niños, con sus ciclos de broncas y delaciones y lemas marxistas y amenazas de una “nota en el expediente” si te portabas mal. Un rojo salvador en las aulas devenidas jaulas, al menos para mi carácter introspectivo. Un rojo que nunca olvidaré y que acaso sea mi única posesión cuando muera. El rojo fuego eterno y efímero de mi primer amor.
De mi adolescencia...
El miedo. Cada cambio de clase, cada cambio de escuela, cada cambio de amigos (y en Cuba los amigos todos se van), cada cambio en el cuerpo (y en la adolescencia el cuerpo es siempre misterio y milagro): el miedo lo minaba todo. Un miedo excitante, que daba ganas de vivir. Un miedo de felino que observa, presto, a ratos artero, a la vez que teme ser observado. Un miedo que era puro tiempo presente cristalizado, tensión y atención máximas. Un miedo de luz, de lucidez atroz. Un miedo que cuando se pierde luego deja como un eco hueco en tu vida. Y entiendes entonces que has comenzado poco a poco a incubar tu cadáver.
La isla es...
Nunca. La Isla es una prisión donde la libertad sí tiene cabida. Ser felices en medio de una guerra grosera. Ignorar la línea ilusoria de las alambradas, cruzarlas de primera intención. El disparo por la espalda será entonces nuestra última y definitiva liberación.
Sueño...
Sueño que soy inmortal, como William Saroyan, todavía incrédulo de remate en su lecho terminal. Sueño que mis amigos muertos están a punto de renacer. Sueño que río y río y no puedo parar de reír, con una alegría tan desbordante que me despierto con falta de aire, atorado. A veces sueño que hago el amor, y resulta muy físico, y aún más premonitorio. Sueño que me cortan o que me disparan, pero es un sueño tolerable, y no se asocia con un complejo de persecución ni ningún lugar común por el estilo. Sueño con el diablo, aunque no creo en el diablo, pero siempre sé desde el inicio en los sueños en que se me aparecerá, trasmutado en gente querida, y son escenas de una luz muy opaca, pero preciosa. Sueño con Fidel, aunque no creo en Fidel, como William Figueras (ese otro poseso de las palabras), y en el sueño quiero complacerlo en todo para demostrarle que él hubiera podido confiar en mí. Y no hay ninguna asociación entre estos dos últimos sueños: no sean mal intencionados, por favor.
A la vida le pido...
Dejar de soñar. Soñar, agota. Agobia.
Lo que soy...
Me considero un escritor. Es decir, un lector. Alguien que practica la capacidad de asociación como instinto de conservación contra la desmemoria. Cada foto es un conato de relato mudo, un apunte. Cada performance o video, también. El arte es artimaña.
Ausencia de odio y rencor...
No tiene cabida. No puedo ni quiero darle cabida. Cuando ha irrumpido, ha sido terrible: una obnubilación suicida y mitad criminal. No sé odiar sin morirme y morir al mundo. Y luego el alma no sana nunca. Queda siempre una cicatriz (una psicatriz). Hay que ser un héroe de verdad (y no precisamente un patriota, sino todo lo contrario) para salirse de esas ráfagas de resabio patrio que deshumanizan al hombre. Yo lo he sido.
Me inspira...
Todo. El aire que inhalo y exhalo. Nada. El aire que inspiro y expiro. Mi escritura tiene algo de displacer, de contracorriente, de des-inspiración. Es un gesto forzado. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que lo natural sería el silencio. En ese sentido, soy una anormalidad. El idiota de la familia, el que ignora el sinsentido de la fidelidad. El que traicionará a los suyos, siendo el único que verdaderamente creyó en ellos y los amó.
Si fuese canción...
Seguramente una sin letra. O cuya letra no se entienda o nadie la pronuncie bien. Quién sabe si Because, de The Beatles, descubierta una madrugada de 1989 en Radio Progreso, mientras estudiaba como un endemoniado dostoiévskico para ingresar en Bioquímica en la Universidad de La Habana (y lo logré, a pesar de ser sólo 21 plazas a nivel nacional: la Seguridad del Estado no puede hacer nada ahora al respecto, ya no son dioses como en los tiempos de la Revolución). Quién sabe si Dreamer, de Europa, que ni el grupo Europa recuerda. Quién sabe si nuestro Himno Nacional, que a solas, sin esa fanfarria militar que en Cuba es sinónimo de sociedad, se deja escucharse como una melodía lánguida de derrota y amor (se llama libertad residual de lectura), como un acorde que nos acompaña mientras la vida cambia mansamente de color.
Si tuviese que escoger un poeta seria...
Uno malo. Uno que ya no use palabras, sino pedradas en prosa. Uno que nadie en el planeta libre pueda googlear. Uno cubano. Luis Marimón, por ejemplo, liando cigarrillos con los mecanuscritos de sus mil y un libros inéditos (antes de exiliarse y exprimir hasta la muerte súbita sus órganos con alcohol). Juan Carlos Flores, por ejemplo, resistiendo a la insania en su apartamentico desguazado de un cenotafio obrero llamado Alamar. O, mejor, uno peor: Jorge Alberto Aguiar Díaz (JAAD), por ejemplo, maestro lama cuya poesía apócrifa deberé reescribir entera algún día.
Mi musa...
Gia. Gia, mi amor. Gia, la gatica que fue nuestra hija y nuestra mamá. Gia, la que lo supo todo y fue mejor que todos. Gia, la que vino traída por un golpe de viento en el barrido barrio de Buenavista y que, por un mediocre golpe de muerte mezquina, se nos fue en menos de un año, cuando yo quería que viviese para siempre junto a nosotros, incluso más que nosotros. Gia, la que hablaba a toda hora, en un lenguaje que no hacía falta traducir porque era la belleza absoluta. Gia, la que está enterrada en un patio de otro desvencijado barrio habanémico llamado Lawton. Gia, cuyos ojos eran planetas habitados. Gia, la de los labios góticos y la cola de zorra. Gia, a quien era inevitable hacerle el amor a trío (Silvia y yo fuimos la mamá y el papá de sus tres gaticos). Gia, mi amor. Gia.
Un cielo...
El de tu blog. El del nunca. Imagina un sky with diamonds but with no heaven. Ciertos cielos rabiosamente electrificados de Matanzas, ciudad de puentes que ya no giran ni dejan pasar los barcos (ni los trenes, ni los ríos de manantiales moribundos, ni el tedio del tiempo en plena post-revolución). El cielo copado de estrellas de un diciembre en Guadalajara, Jalisco, México, América del Norte (lo más cerca que estuve de esa obsesión nacional llamada los Estados Unidos, y donde todos me hablaban mal de los gringos y me forzaban, con tequila gratis, a hablarles bien de Fidel: mientras más despotismos yo les narraba, sólo conseguía potenciar su admiración). El cielo que no veré, el de un sueño donde los astros giraban hasta fugarse por el cenit para caer sobre la tierra (muchos años antes del filme Melancolía de Lars von Trier). Un cielo parecido, pero con la luna hueca en un verso de Elizabeth Bishop. La frase “mi cielo”, que tantos cubanos hemos aprendido a olvidar decirla, pero que sobrevive de cara al futuro que nunca será en el personaje de Francis, del Boarding Home donde se mató Guillermo Rosales. Esos cielos, mi cielo.
Un poema...
“Isla”, de Virgilio Piñera, escrito en la Cuba descascarada de 1979, a ras de su propia muerte tras una década decadente de ostracismo y tristeza totalitaria:
Aunque estoy a punto de renacer,
no lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido:
sólo me tocó en suerte,
y lo acepto porque no está en mi mano
negarme, y sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.
Se me ha anunciado que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
me convertiré en una isla,
isla como suelen ser las islas.
Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
y poco a poco, igual que un andante chopiniano,
empezarán a salirme árboles en los brazos,
rosas en los ojos y arena en el pecho.
En la boca las palabras morirán
para que el viento a su deseo pueda ulular.
Después, tendido como suelen hacer las islas,
miraré fijamente al horizonte,
veré salir el sol, la luna,
y lejos ya de la inquietud,
diré muy bajito:
¿así que era verdad?
Desde este humilde blog quiero agradecer la amabilidad, generosidad y querencia al haber puesto entre mis manos parte de su esencia. Aquí la tenéis para que a partir de este momento pueda volar.
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ni “nueve” ni portero. Simeone, que es como la caricatura del Sixto Zabaneta de Mingote, cree que hacerle pasillo a un equipo sin “nueve” ni portero sería una humillación, y a su Atleti no lo humilla nadie.
Que el Madrid afrontaba la temporada sin “nueve” ya lo sabíamos, y casi ni nos importaba. Que también la afronta sin portero lo sabemos ahora, que lo ha desnudado el Atlético… ¡con Morata! Madridista de toda la vida antes de ser atlético de toda la vida, Morata desnudó a Kepa en Arabia y a Lunin en la madrileña avenida de Luis Aragonés en el barrio de Las Rosas/San Blas-Canillejas.
Sin “nueve” y sin portero, para Simeone, que es fan de Enrique Pinti, humorista argentino por la g. de Dios, el Madrid será un drógulus. ¿Qué es un drógulus? En un debate sobre lógica en la BBC entre el cura Copleston y el filósofo Ayer, éste, mareado por los juegos de palabras del cura, explota como debía haber explotado Ancelotti:
–Suponga, padre, que digo “Hay un drógulus allí”, y usted dice “¿Qué?”, y yo replico “Drógulus”, y usted pregunta “¿Qué es un drógulus?”. Bueno, digo yo, no puedo describir lo que es un drógulus porque no es la clase de cosa que usted pueda ver ni tocar, no tiene efectos físicos de ninguna clase, sino que es un ser incorpóreo. Y usted dice “Bien, ¿cómo puedo decir si está allí o no?” y le contesto “No hay forma de decirlo. Todo sigue justo igual esté allí o no. Pero el caso es que está allí. Hay un drógulus justo detrás de usted, espiritualmente detrás de usted.” ¿Tiene eso sentido?
El drógulus blanco tiene todo el sentido del mundo, y así se lo han reconocido a Ancelotti por lo de Arabia. La verdad es que sin “nueve” se puede vivir, aunque “L’Equipe” dice que el Madrid mete prisa a Mbappé, pero sin portero no se puede ir lejos, pues incluso Félix, Félix Mieli Venerando, portero del Brasil del 70, le paró una a Bobby Charlton en el Mundial de Méjico.
–Cuando me muera, por lo menos que dejen de decir que Brasil ganó aquel Mundial pese a Félix –fue el testamento vital de Félix–. A Barbosa le crucificaron por no ganar la Copa del Mundo del 50 y a mí por ganarla en el 70.
Sin “nueve”, sin portero… ¡y sin tacones! Ancelotti, como entrenador, no quiere tacones en su equipo, pero yo, como aficionado, adoro los tacones. ¿Qué sería del fútbol sin el doctor Sócrates, Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, que con su callo prodigioso tiraba los penaltis de tacón? Bueno, pues Ancelotti afea los taconazos de Bellinhgam y de Vinicius, dos genios expuestos a la quema física y psíquica en dos prórrogas de trofeos inanes cuando comienza la parte serie de la temporada, mientras los porteros cantan la lotería de los goles (esto de “la lotería de los goles” lo decían los cronistas antiguos): Kepa con el morrillo de Morata (“¡árbitro, me ha tocado!”), y Lunin, apartando el careto en el tiro de Griezmann a su palo, cuando todos hemos visto a Courtois desviar balones con su “nez” (napia) de general De Gaulle, cosa que antiguamente se entrenaba con un casco con rejilla de portero de hockey sobre hielo.
La prevención de Ancelotti con los tacones viene de una página castiza de Hemingway sobre Madrid que nos trae Ricardo Bada. Escribió el gringo: “Los tacones de goma te los venden mercachifles ambulantes que se te acercan cuando estás sentado en un café y te arrancan los tacones de los zapatos que llevas puestos, con una especie de tenazas; y eso lo hacen con el propósito de obligarte a que les compres los suyos de goma. Los cuales, por lo general, son de mala calidad. Si protestas por el robo que te han hecho, de tus propios tacones, se disculparán con que habían entendido que querías tacones nuevos. Está claro como el agua que se trata de una extorsión….”
Con Modric y sin portero, se aleja la Champions, pero, si somos supersticiosos, y todo el mundo es supersticioso por si acaso, contamos con el destino manifiesto de Joselu, que estaría llamado a darnos la Quince, y quién sabe si también con la parada milagrosa de Kepa o de Lunin, como la de Félix en el 70 contra la campeonísima Inglaterra. Kepa nos pone nerviosos por bajito (aunque tampoco sé bien si lo es), y Lunin, por pasota, una cachaza parecida a la de Tchouaméni, que el jueves en el Civitas de Las Rosas/San Blas-Canillejas sacó de quicio a los piperos, que veían que el único en tomarse el partido en serio fue Bellingham, más que por inglés, por ser el único del equipo que no tiene ese trofeo sumamente impertinente (por las fechas y por los sorteos de mano federativa inocente) que contraviene el consejo de Bear Grylls: “No gastes en cazar una pieza más energía de la que te pueda aportar al comerla”. Al Madrid, pues, le ha venido Dios a ver.
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RTVE pilla del Presupuesto porque prescindió de la publicidad en beneficio de empresas privadas (y tal y tal y tal), pero se quedó con la querencia, y aprovecha el fútbol para machacarte con su IA funcionarial: Rivero colocándote en el descanso el bocata de mortadela Tosar, Luis Tosar, el Robert Mitchum de Cospeito, Lugo, ciudad, al decir de los comentaristas, donde un jugador atlético hizo en la anterior eliminatoria un doblete. Tosar, un “malo” de Estado, figura al parecer en una miniserie de Estado sobre un rescate de inmigrantes en alta mar.
[Lunes, 22 de Enero]
@realmadrid
HUGHES
Pura Golosina Deportiva
Las ligas se ganan en partidos norteños y en insulares, donde todo es amarillo y una vibración marina nos amodorra...
Ancelotti, genio incomprendido, movía el banquillo y sacaba un mediocampo con Camavinga, Kroos, Ceballos y Brahim; un solo duro y tres blandos, y el duro, más que duro, raudo en el tackling...
Hay gentes para un ratito y gentes para el rato entero y Brahim nos pareció lo primero. No estuvo bien de titular, como si su maravilloso fútbol fuera de comprimido efervescente, efímero y burbujeante.
Muy pronto pareció que rabiaría la polémica. Rodrygo recibió una amarilla por una actuación dramática de Vallés, el portero, que se 'murió' en el área como especialista del Oeste.
Las Palmas salía prudente con anticontras de combinación muy suave, y el puñal diestro de Marwin; y el Madrid deshabitaba las bandas, por entero para los laterales.
Era el sistema de Bellingham sin Bellingham y solo tímidamente Brahim intentó serlo a la altura del minuto 20: cogerla, darla, y pedirla otra vez, siendo ese pedirla otra vez lo propio de Bellingham, fútbol de dos ecuaciones, jugadas de segundo grado...
Hubo en el 21 un conato de VAR, al árbitro (desprestigiadísimo el estamento) todos intentaban comerle el tarro con mucho aspaviento de manos, menos Ancelotti, que no sacaba las manos de los bolsillos, gran privilegio (el bolsillo) de los entrenadores.
El Madrid consistía sobre todo en balones parados a Rudiger y el motor de Vinicius aún estaba calentando, enredado en no sé qué.
El Madrid era como debe de ser el cuello seccionado de un decapitado: se veían músculos, nervios, conexiones a una cabeza que faltaba. No había delantera, área, presencia real allí.
La primera parte se acabó con la constancia de que Las Palmas tenía un modelo de fútbol, un modo: la prudencia combinatoria del falso contragolpe (ser sorpresivo en la sorpresa, ¡agazapamiento sumo!); y con Vinicius, oh Vinicius, pidiendo ya pelota, jarana, rumba...
Pero apostaría a que en la primera parte muchos se quedaron dormidos. De la cabezada nos sacó, a la vuelta del descanso, como un susto, el paradón de Lunin. Sacó la mano y la llevó, como un gran lenguado, al suelo, la pegó al suelo como un torero la muleta, como se tira una levita y ese poner la mano ahí fue lo más emocionante visto en la portería este año.
El Madrid, y todos con él, se dormía en la mecedora de Las Palmas, así que el gol, el 1-0, no pudo sorprender mucho. Otra pequeña 'nachada', cesión al rival, un largo carril despejado por la banda donde no estaba Fran García, y llegada de Javi Muñoz bajo la mirada de Kroos, que qué bien mira Kroos, qué cosa notarial tiene siempre esa mirada fría del 5 exquisito que no llega.
La solución del Madrid rima un poco con delicious: Vinicius.
Empezó agarrando el fardo del partido, banda arriba, y en el 56 ya le dio un pase espectacular a Carvajal, que hace de 9 hasta que entra su cuñado.
Como había prisa, Carletto no se esperó al 60 y tres minutos antes quitó a Ceballos y Brahim por Joselu y Valverde.
El Madrid ya había cambiado, pero con ellos cambió aun más.
Vini se quedó solo a pase de Kroos con un control grandioso de pecho y una vaselina preocupante por absurda que recordó fugazmente al Vinicius primero.
El Madrid ya estaba en pleamar. Y otro en reaccionar había sido Camavinga, multiplicado por Valverde. 'Rompió línea' y luego salvó línea cuando dejó a Vinicius solo picando la pelota sobre la defensa. Estoy convencido de que ese pase se olvidará, pero fue la acción técnica que metió al Madrid en el partido. Contestar a la vaselina con otra vaselina hubiera sido, además de un homenaje al Romario-Laudrup, un error. Vinicius fusiló de zurda.
Personalismos: Vinicius, Camavinga... Pero también Kroos, que había estado en la raíz de todas las jugadas dándole al juego un principio de raciocinio y decidiendo, entre una banda y otra, que el viento soplaba por la izquierda (esto lo decide Kroos siempre, y no es poca cosa: por dónde tirar).
Así que el Madrid tuvo un principio y un final, y con ello cara y ojos y un sentido, porque la entrada de Joselu, del 9, le dio orden natural a todo. (¡El 9 es el padre, la figura paterna en el juego amorfo de la chiquillería!).
Sumemos también a Fran García con su voluntarismo zurdito, bonito, como de comunión.
Pero era Vini el gigante. Sonríe como Dominic West, ¡McNulty! Su juego tiene integrado el fallo y el tropezón, así de grande es. Sus partidos se juzgan al peso, y en ellos hay tanto... Vinicius se cae y desde el suelo cuela un túnel al rival y sale corriendo como un velocista pícaro; Vinicius se va de dos, tres, cuatro... y está a punto, siempre está a punto, de hacer la de Ronaldo en Compostela y con eso nos devuelve a los noventa cada tarde, nos pone a la altura de un recuerdo que se rompe, entrevisión, posibilidad, ¡Vinicius, tú sí, de mi vida!
Vinicius hizo de Vinicius y un poco de Bellingham. Está cargando con el Madrid día a día, ya unos cuantos años. Su alegría, su pizquita de soberbia, ¿no era igual que el olimpo amarillo del estadio? ¿No estaba la tarde toda en su sudor brillante? ¿No es el partido lo que él intenta, lo que deja y lo que saca? ¡Con el saldo neto de un día de Vinicius, buscador del Klondike de su banda, muchos harían una carrera! Cada día deja varias pepitas de oro, pero su efecto sentimental en nosotros será todo su fútbol sin desbastar, hecho de trash talk, vaciles, superaciones, intentos, fracasos, trompicones, fútbol que iba a ser playero y es callejero, urban style...
En el 80 entró Arda Guler, y al verle discutir con el árbitro vimos que parece un hijo del juez Napolitano. Falló un control que era gol cantado, pero mostró detalles.
Con él entró Tchouameni, y al poco marcó el 2-0; un córner que sacó Kroos y él remató como un emperador, con potencia, cuello de toro y colocación. Es tan evidente lo impresionante de este jugador que su defensa resulta ridicula. ¿Por qué Tchoaumeni? Míralo, tú míralo...
A lo lejos, Kroos celebró el gol como un golfista.
Ancelotti terminó con Mendy, una rúbrica de artista, y así ofrecía una de las bellezas escondidas del fútbol: la banda con dos laterales...
Sonreía Vinicius, superestrella, y al terminar todos se le arremolinaron, como niños, o como laterales derechos o como periodistas en la estela de su risa.
Obama, el ceo de los ceos Big Tech,
sin mascarilla en su fiesta de cumpleaños
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El consejero madrileño López López habla de una tercera pipeta contra la garrapata covidiana, lo cual suena tan raro como si el consejero se llamara tres veces López.
Con las tres pipetas de López López (rechazadas por Simón el Mago, tan loco que empieza a decir la verdad), estamos en las tres capas de calzoncillos de Ferreras (todo apesta a la misma gran mentira por detrás), pero, como recomendaba Al Capone, sigamos la pista al dinero, y una tercera dosis supone un capital, pues no sería de Astra, que sale a dos euros y que ha permitido a los ingleses (¡bendito Brexit!) volver a Anfield para cantar (sin mascarilla) el “You’ll Never Walk Alone”, sino de Pfizer (Pfeiffer, la actriz, al decir de Solana, el bambardero de Belgrado), a más de veinte euros, que no le vendrán nada mal a Bill para su divorcio de Melinda, que tantearía el pico de las mascarillas que el infausto doctor Fauci “vende” a los pobres, pues Obama, ceo de los ceos “Big Tech, celebró sin bozal su fiesta de cumpleaños.
–¿Por qué los negacionistas entubados en la Uci siempre se arrepienten y se confiesan con un sanitario desconocido? –pregunta un tuitero.
Lo que no consiguió Pilar Urbano con Tierno, “arrepentirlo” en la agonía (el trance lo salvó otra Pilar, que era sor: “El alcalde irá al cielo con zapatos y todo”), lo consigue ahora un sanitario anónimo. ¿Ciencia? Me cuesta llamar ciencia a la medicina, en tanto no vea a un médico vencer a la muerte, como me cuesta llamar ciencias de la información al periodismo en tanto no vea a un periodista decir la verdad.
Sobre la garrapata covidiana, hija putativa, según la ciencia oficial, de un murciélago y un pangolín, Maria Van Kerkhove, jefa técnica de la OMS para Covid-19, estudia poner a las variantes nombres de constelaciones de estrellas cuando se agote el alfabeto griego.
–Íbamos a ir con dioses griegos, y dije, por favor, no me hagas decir eso en público.
Y Aristóteles preguntándose por qué no había premios para los ganadores en ciencias.
Agosto, 2021
Martín-Miguel Rubio Esteban
El quinto día antes de una sesión de la ekklêsía, los prytaneis emitían una convocatoria y publicaban la agenda probablemente en el Ágora frente al monumento de los héroes epónimos. El día anterior a la sesión se retiraban todas las casetas y chiringuitos de la zona comprendida entre el Ágora y la Pnix. A continuación, se colocaban mamparas plateadas («gerra») para cercar el área frente a la Pnix alrededor de las escaleras que conducen al auditorio. También se colocaban «gerra» en las escarpadas al sur del auditorio para evitar que extranjeros y «átimoi», ciudadanos que habían perdido sus derechos políticos por delitos, se colaran entre el auditorio. El mismo día de la asamblea una señal marcaba que una Ekklêsía estaba en progreso, pero no sabemos cuáles eran esas señales. Los participantes que vivían en el campo tenían que abandonar sus hogares varias horas antes del amanecer, a menos que hubieran llegado a Atenas el día anterior. Al amanecer presentido, con la fresca, el pueblo ya estaba ascendiendo a la Pnix, todavía con faroles, mientras los prytaneis presidían una breve reunión de la Boulê, celebrada con el único fin de seleccionar por sorteo los nueve proedroi del día y, entre ellos, el epistatês tôn proedrôn. Se oían las ruedas de los carros que subían y bajaban del Pireo cargados de mercancías. Aún la luz del día no se vislumbraba en el horizonte. Una vez nombrados los proedroi, el epistatês tôn prytaneôn entregaba al epistatês tôn proedrôn el orden del día de la inminente reunión.
Mientras tanto, los ciudadanos que iban ascendiendo somnolientos por la Pnix entraban en la zona cercada por los «gerra» – especie de vallas desmontables -, y aquí eran inspeccionados a la luz de las linternas por un comité de la Boulê, los treinta «syllogeîs toû dêmou», tres de cada una de las diez tribus, pero nombrados independientemente de las treinta «trittyes». Posiblemente, la inspección se encomendó originalmente a los seis «lexiarchoí», quienes, sin embargo, fueron reemplazados más tarde por los treinta syllogeîs debido al creciente número de asistentes. Varias fuentes muestran que los «syllogeîs» tenían otras funciones además de controlar a quienes asistían a la Ekklêsía, como las relacionadas con el culto y el control del comercio en el Ágora. Trittys en griego quiere decir una tercera parte. Recordemos que por las reformas de Clístenes el Ática quedó dividida en tres regiones: la ciudad (asty), la costa (paralia) y el interior (mesogaios). Cada región estaba a su vez dividida en diez trittyes. Una phyle o tribu se formaba mediante la combinación de un trittys de cada una de las tres regiones, de modo que los treinta trittyes se combinaron en diez phylai o tribus. Los syllogeîs debían comprobar que sólo se admitieran ciudadanos de pleno derecho ( epitimoi ). Se negaba la admisión tanto a los extranjeros como a los ciudadanos que hubieran incurrido en atimía (pérdida de los derechos políticos por algún delito). Aquí, en la democracia española, cima de la libertad política, desde el último gobierno de Felipe González, votan todos los ciudadanos; incluso los delincuentes más asesinos y peligrosos pueden participar en la elección del poder político. Eso jamás ocurrió en las democracias clásicas. En caso de duda, los syllogeîs debían pedir testigos a los que querían entrar en la Ekklêsía y luego verificar las credenciales del sospechoso, es decir, si estaba debidamente registrado en el pínax ekklêsiastikós de su demo. Un átimos acusado de haber asistido a la ekklêsía o de haber dirigido al pueblo la palabra estaba sujeto a arresto (por un caso de apagogê/endeîxis/ephégesis), tras lo cual su caso era visto por el tribunal popular. Normalmente se le impondría una fuerte multa, pero el tribunal estaba facultado para imponer incluso la pena capital. La Apagogê o la endeîxis eran figuras jurídicas que se usaban contra un ciudadano que había hablado en la ekklêsía, estando privado de sus derechos políticos ( átimos ). La pena la fijaba el tribunal y podía ser la pena capital. La figura de la ephégesis iba contra el exiliado que había asistido a una sesión de la ekklesía. Todos los idiôtai iban provistos de su zurrón, con alimentos y vino, para pasar la jornada.
Los syllogeîs entregaban a todos los asistentes una ficha, sýmbolon, que se canjeaba por la dieta por asistencia a la asamblea después de la sesión. Durante las excavaciones de la Pnix y del Ágora no se han encontrado fichas que puedan identificarse sin duda como los sýmbola entregados a los ekklêsiastai. Pero I. N. Svoronos publicó en 1900 una colección de pequeñas fichas de plomo que se encuentran en el Museo Numismático de Atenas. Las fichas tienen un diámetro de circa 15 mm y llevan estampada en una sola cara una cabeza con corona de laurel (¿representando al dêmos ateniense?) y la leyenda DEM o DEMO o DEMOS. La única fecha dada por Svoronos es el período clásico (siglo IV) o helenístico. El profesor M. Crosby, en “Athenian Agora X (1964)”, puede tener razón cuando sostiene que estas fichas son los símbola que los syllogeîs toû dêmou entregaban a los ekklêsiastai. La opinión preferible parece ser que, hasta la década de 340, sólo se distribuyeron 6.000 sýmbola. Los poseedores de entradas eran admitidos y pagados, mientras que los que llegaban tarde, que encontraban el auditorio lleno, no conseguían una entrada y, en consecuencia, se les negaba la dieta. No pueden de todos modos haber sido numerosos, pero si no querían ya volver a casa, probablemente tenían la posibilidad de presenciar la sesión entre los espectadores. Después de la segunda reconstrucción de la Pnix en los años 340, el auditorio fue mucho más grande y entonces podía ya acoger sin dificultad a todos los ciudadanos que deseasen asistir. Es razonable suponer que todos los ciudadanos que quisieron asistir entonces fueron admitidos y pagados.
Los metecos y los extranjeros sólo eran admitidos en el auditorio si habían sido invitados por los prytaneis. De lo contrario, los extranjeros que querían seguir el debate probablemente eran conducidos al área abierta con paseos sobre las escarpaduras que limitaban el auditorio hacia el sur. Esta zona estaba vallada por «gerra» colocadas a lo largo de los escarpes, pero cuando todos los ciudadanos tomaban asiento en el auditorio y la sesión estaba a punto de comenzar, las «gerra» a lo largo de los escarpes eran retiradas. Habían cumplido su propósito: evitar que los extranjeros se mezclaran con los ciudadanos, y si no hubieran sido retiradas cuando se abría la asamblea, habrían obstruido la vista de los espectadores que observaban la ekklêsía desde lo alto de las escarpas, por ejemplo desde donde se levanta ahora el Monumento de Filopapos. En el lugar de reunión los ciudadanos se sentaban a su antojo y al azar, no en grupos políticos. Sin embargo, desde 346/5 en adelante, todos los ciudadanos pertenecientes a una de las diez tribus, es decir, un promedio de una décima parte de todos los asistentes, tenían que ocupar sus asientos en la parte delantera del auditorio alrededor de la plataforma. Se les hacía responsables del mantenimiento del orden, y la idea era presumiblemente que, al ocupar el espacio alrededor de la bêma (la tribuna), podrían evitar que los rêtores más ruidosos se acercaran a la bêma y gritaran a sus oponentes cuando estos estaban en el uso de la palabra.
Probablemente los participantes se sentaban en estrechos bancos de madera. Si no había bancos (la evidencia no es concluyente), probablemente estarían sobre cojines, como sin duda lo hicieron en el siglo V. Hoy mismo el suelo de la Pnix, al ser tan escarpado, es muy incómodo, y los turistas solemos sentarnos imaginando aquellas radiosas reuniones de gigantes humanos sobre una manta o algo así, para no acabar dolorido por el terreno. En cualquier caso, como ya hemos dicho, llevaban comida y vino a la Pnix. Incluso una reunión que duraba unas pocas horas era suficiente para que un refrigerio fuera bienvenido y necesario. Se sabe que los Atenienses eran muy amigos de comer garbanzos confitados como las golosinas de la época. Además, cabe señalar que los ciudadanos asistían a la ekklêsía desarmados. No hay indicios en nuestras fuentes de que la ekklêsía ateniense se hubiera desarrollado a partir de reuniones militares. Nació y murió como una Asamblea eminentemente civil. En el período clásico, las reuniones y revistas del ejército se llevaban a cabo por separado. Los Landgemeinden suizos surgieron de las reuniones del ejército y aún hoy los ciudadanos de Appenzell Ausserrhoden tienen que llevar una espada o una bayoneta para ser admitidos en el lugar de reunión. A menudo se supone, pero sin pruebas que lo respalden, que la asamblea popular surgió de una reunión del ejército. Que este fue a veces el caso, como en las constituciones «hoplitas», es evidente, verbi gratia, la Política, de Aristóteles (1265b28; 1279b4; 1297b1-2, 22.3). Por otra parte, poco vale que las asambleas de Ítaca descritas en la Odisea no sean reuniones del ejército (cfr. Odisea, 2,9 y siguientes, 24.421 y siguientes).
Los funcionarios que presidían la Asamblea se reunían alrededor de la bêma central. Algunos se sentaban en los dos extremos de la roca excavada, tal vez en el banco de piedra debajo de la bêma en cada uno de sus tres lados. Los funcionarios eran: primero los nueve proedroi cuyo presidente, el epistatês tôn proedrôn, presidía la sesión; a continuación, los cincuenta prytaneîs, que (después de 403/2) ya no presidían las reuniones pero todavía, junto con los proedroi, eran responsables de la celebración de las sesiones que habían convocado; el heraldo, “ho keryx”, personaje constante de la tragedia ática, quien proclamaba la apertura y el fin de la reunión y anunciaba uno por uno los puntos del orden del día; también el secretario del pueblo (grammateus toû dêmoû), que leía todos los documentos al pueblo; y finalmente, el secretario del consejo (grammateùs tês Boûlês), a quien probablemente se le confiaba la redacción de las actas. El secretario del Consejo se llamaba grammateus tês Boulês o grammateùs kata prytaneîan. A partir de alrededor de 368-362 fue elegido anualmente por sorteo entre todos los ciudadanos, mientras que antes había sido elegido entre los bouleutai o diputados para una sola pritanía. Todos los decretos publicados en piedra concluyen con una instrucción al secretario del Consejo para que el decreto se grabe en piedra y se publique en un lugar específico. Ésta es al menos una prueba razonable del hecho de que él era responsable de la publicación de todos los decretos del pueblo. El mantenimiento del orden se confiaba a los proedroi, y eran asistidos por una fuerza policial reclutada de entre los famosos “300 arqueros” (todos esclavos públicos y originalmente todos escitas —como los irlandeses de la policía de Nueva York—). Los arqueros (toxotai) estaban autorizados, por orden de los proedroi, a detener a un rhêtôr que se portase mal o que patentemente delirara y, si fuese necesario, a arrastrarlo lejos de la bêma o tribuna.
La luz ya había vencido a las tinieblas. La sesión se abría con un rito de purificación (tà peristía). Un cerdito joven o lechón era sacrificado y su cuerpo recorría la circunferencia del auditorio transportado por funcionarios especiales conocidos como peristiarchoi. Se creía que la sangre purificaba el ámbito perimetrado por la misma. A continuación, el heraldo leía al pueblo una oración (euchê) y una maldición (ara) contra los rhêtores corruptos que pudieran intentar engañar al pueblo. Al mismo tiempo se hacían algunas ofrendas a varios dioses y diosas, y uno de los prytaneis proclamaba sus resultados al pueblo. La noche se iba diluyendo en el amanecer, comenzaba a vislumbrarse un mar rosa, y los idiôtai dejaban de dar cabezadas.
Después de las ceremonias de apertura, los proedroi pasaban al orden del día propiamente dicho. Estaba prohibido debatir cualquier asunto que no hubiera sido debatido antes en la Boulê o Parlamento y preparado por un decreto preliminar del Consejo (proboúleuma). El decreto del Consejo o Parlamento era o bien una propuesta redactada con todo detalle (probouleuma específico) o una decisión de presentar un tema al pueblo para su debate (probouleuma abierto). Pero antes de que se abriera el debate en la ekklêsía, se realizaba una votación inicial ( procheirotonía ) sobre todos los probouleúmata excepto los genuinamente abiertos. Por esta procheirotonía se declaraba ratificado un proboúleuma si todos votaban a favor y nadie en contra. Pero si sólo se levantara una mano en la segunda fase de la votación a mano alzada, tendría que haber un debate más adelante en la sesión seguido de una segunda y final votación a mano alzada. Sin duda, muchos decretos no controvertidos eran aprobados por unanimidad por la gente a través de la procheirotonía y nunca debatidos. Cuando se votaban todos los probouleúmata y terminaba la procheirotonía, tanto los proedroi como el pueblo tenían ya una idea de cuánto trabajo quedaba por hacer y cuán extenso sería el debate. A la procheirotonía le seguía un debate tanto de las cuestiones presentadas al pueblo sin ningún probouleuma específico de la Boulê como de las cuestiones que la gente en la procheirotonía había votado para someter a debate. El debate del primer punto del orden del día se abría con la lectura del proboúleuma del Consejo, después de lo cual el heraldo peguntaba: «¿Quién quiere hablar de los mayores de cincuenta años?». Cuando todas las personas mayores que lo deseaban se habían dirigido al pueblo, entonces el heraldo planteaba la sencilla pregunta: «¿Quién desea hablar?» ( tís agoreúein boúletai; ). (Vid. v. gr. Esquines 1.23 y 2.47, donde los enviados (en 347/6) se dirigen al pueblo por orden de antigüedad. Se desprende de Heródoto 7.142.1 que los mayores tenían derecho a hablar primero). Desgraciadamente la mayor parte de las democracias actuales (no la de los EEUU) no tienen este tipo de homenaje a la edad y la experiencia en la actividad política. Cualquier ciudadano tenía derecho a subir a la plataforma (Bêma), dirigirse al pueblo y presentar una propuesta, la cual debía dejar por escrito y entregar a los proedroi. No había limitación en el número de oradores ni en la duración del discurso. El reloj de agua (la clepsidra) era un dispositivo utilizado sólo en los dikastêria (tribunales), y no en la Pnix. Un ciudadano también tenía derecho a dirigirse al pueblo dos veces durante el debate de un punto del orden del día. Es verdad que según la ley insertada en Esquines 1.35 existía presuntamente la prohibición de hablar dos veces sobre el mismo tema, pero la autenticidad del documento ha sido puesta en duda y sabemos, por ejemplo, que Euriptólemo no tuvo dificultad en dirigirse dos veces al pueblo durante el debate posterior a la batalla de Las Arginusas.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera
DOMINGO, 28 DE ENERO
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús lo increpó:
-Cállate y sal de él.
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Marcos 1, 21-28